Cenar recuerdos y desayunar sueños no cumplidos

Llovía y yo escuchaba canciones que no entendía mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Parecía mentira que de la noche a la mañana todo se hubiera ido a la mierda.

Mi móvil no dejaba de sonar. Y eras tú. Intentabas animarme diciendo que todo saldría bien, que intentaríamos encontrar una manera de hacer todos nuestros planes realidad, que nunca me dejarías escapar porque creías en un “nosotros”.

 

Ahora miro nuestra foto en este marco roto por culpa de la mudanza. Y yo añoraba todos esos días en los que la esperanza era lo único que me animaba a seguir adelante cuando más lo necesitaba.

 

Te recuerdo feliz y riendo encuadrado en una pantalla plasma. Me recuerdo feliz.

¿Había olvidado cómo se sentía siendo feliz?

 

Pasaban los meses y yo seguía con cuerpo en tierra y mente en sueños. Imaginando recuerdos que pensé que llegaría a vivir en algún momento.

Como cuándo pasearíamos por la calle cogidos de la mano diciéndole al mundo: “míranos, hemos ido contra el destino que lo puso todo a nuestra contra. Hemos ganado.”

 

Y lo hicimos. Vaya que si lo hicimos.

Pero duró todo lo que dura un suspiro.

 

¿En qué momento nos perdimos?

 

Y ahora todo me decía que quizás, mandar a la mierda era la mejor opción. Y yo me negaba como buena cabezota que soy, dispuesta a romperme en añicos si era necesario.

Total, una vez más, una vez menos. ¿Qué más da?

 

Me decían que sufrir no era normal. Pero yo creía que sí.

Siempre he creído que las cosas malas pasan por alguna razón, que todo esto tendría sentido en un futuro y me reiría de toda esta situación cuando me acordara de estos meses. Pero tú estarías a mi lado sonriéndome también. Como cuando solías hacer.

Albergaba la esperanza de que aprenderíamos juntos a evolucionar, como si fuésemos un equipo.

 

Yo te entiendo, tú me entiendes. Era una bonita ecuación, pero aún no tenía resultado.

No sé si los físicos y matemáticos tardaron mucho en rendirse cuando encontraron un problema, y no me gusta definirme como una cobarde, pero llega un punto en que una ya no puede seguir cargando con una piedra sobre la espalda. Y más cuando el camino es una larga cuesta.

 

Pero, ¿y si la cuesta llegaba a la cima de la montaña y pudiera ver el Sol de nuevo?

 

Rendirse siempre es la opción más fácil y más rápida. Cortar por lo sano y se acabó.

Pero yo nunca creí en las opciones fáciles y complicarme la vida siempre fue lo mejor que se me dio.

 

Pero luego llegas tú, y me das el cielo. Me dices que todo era más fácil cuando tú estabas, y que yo lo quise complicar.

Y ahora te doy la razón, tú que me echas de menos. Yo que echo de menos la facilidad de las cosas. Cuando todo se basaba en copas de vinos y largos paseos por las calles de esta ciudad que me vio crecer.

Tú que me diste inspiración alguna vez, mírame ahora: he vuelto.

 

Y sí. Echo de menos muchas cosas. Lo recuerdo todo con añoranza y tristeza por no saber qué pasó. Ese deseo irremediable de poder volver atrás me visita por las noches y rellena el hueco que tú siempre dejaste en mi cama. Pero al mismo tiempo me recuerda quién fui antaño y me dice que todo irá bien. Que igual de fácil es ser dependiente que independiente. Solo tengo que creer en mí.

 

Y ahora me siento en esta pequeña habitación, con la duda de no saber qué hacer. Quizás ir al bar sea la mejor opción. Pero echarte de menos es uno de mis planes favoritos. Y creo que da igual cuantas lágrimas se derramen en esta historia. Tú siempre dijiste que lucharías hasta el final por esta historia. Yo también hago lo mismo cada día.

Pero quizás el miedo de despertarme y no tener más ganas de luchar es lo que me atormenta.

Y, ¿sabes qué? Yo solo te quería a ti. Así de fácil y así de sencillo. Pero quizás estábamos queriendo mal.

 

“A los que buscan aunque no encuentren. A los que avanzan aunque se pierdan. A los que viven aunque se mueran.”

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@nuriabaviera

Y allá voy

Solo quedan 7 días.

Solo unos días más.

Levantas la vista y lo primero que haces es marearte. No sabes dónde terminaste anoche, ni cómo llegaste a tu cama. Tendías a salir diciendo que esa iba a ser la última noche de tu vida y te aferras a la barra como si te quisieras salvar la vida. No solías abusar del alcohol a no ser que quisieras olvidar algo, y últimamente todo eran resacas que sabían a agrio. Dijiste: “esta y la última” porque sabías que ya estabas llegando a tu límite, pero horas más tarde el camarero volvía a mirarte con cara de: “chiquilla, que pesada eres”. Y a ti te daba igual. Buscabas cualquier pretexto para hacer que tu cabeza volase. “Quiero dejar de pensar”, trending topic del verano.

Y ahora… ahora. No era la misma cama de siempre, pero era tu cama. Y ahí estabas tú: en posición fetal abrazada a la almohada y arropada por tus sábanas y edredón (a pesar de que fueran hacen 30º).

Vuelves a repetir la frase, pero esta vez susurrando. Y sabes que es verdad.

¿Cómo había pasado tanto tiempo de la noche a la mañana?

Todo había sido rápido, escurridizo. Y, sin comerlo ni beberlo, todo te pasaba a ti. A veces te maldecías porque querías una vida normal. Sí, una de esas insípidas en las que no pasa nada de interesante en la vida; en las que llevas un horario completamente normal y no esto de: resaca-comer-dormir-comer-resaca-repeat.

Ya no queda nada. Y empieza algo nuevo. Te entra el pánico y miles de preguntas circulan por tu cabeza.

No sabes por qué fuiste tú la elegida, ni por qué tú aceptaste, pero te habías metido en una historia que no tenía ni principio… ni final. Las dudas te acosaban todas las mañanas sin darte tiempo a prepararte el desayuno, porque sabías que no tenías ni puñetera idea de lo que estabas haciendo con tu vida. ¿Y si salía todo mal?

Mira que una vez te repetiste que nunca más ibas a caer. Te rompieron con tal brutalidad que creo no recordar ningún pedazo por el suelo. Todo se esfumó como si fueran cenizas y el mismo tornado del “Mago de Oz” hubiera pasado por allí en un microsegundo de tiempo. Así que te autocreaste de nuevo. Más fuerte, más sabia. Y más idiota a la vez. Porque alguien “sabia/inteligente” hubiera seguido como estaba y no se hubiera dedicado a enviar arena por medio mundo. Sí, arena.

Querías dar marcha atrás a todos estos meses y nunca abrir el Facebook aquella noche. Ahora maldecías el no haberte centrado en los libros. ¿Quién hubiera sido yo si no hubiera sido mi yo de ahora? ¿Hubiera tenido un verano normal? Querías ser normal. Banal. Lo deseabas, lo anhelabas.

Pero tú no eres así.


Sabías que todo iba a salir mal. Era un hecho. Y todos te lo decían.

Pero, ahí estabas tu: De pie. Impaciente.

Lista para que te rompieran el corazón otra vez.


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Nuria Baviera: @nuriabaviera

El miedo a la libertad

El miedo a la libertad es algo indiscutible, todos sentimos esa presión en el pecho cuando sabemos que algo debe cambiar, que tenemos que romper con el presente para enfrentarnos a un futuro que probablemente, sea incierto, inseguro, pero que acaba llegando antes o después. Ese miedo nos hace atrasar algo que siempre, SIEMPRE, acaba sucediendo.

Ponemos miles de excusas con tal de no enfrentarnos a la realidad, para no despegarnos de algo que a pesar de saber que no nos hace felices, mantenemos en nuestras vidas ese algo como si estas dependiesen de ese elemento que al final, resulta efímero.

Su historia comenzó con ese miedo.

Ella, había dejado atrás una historia de dependencia, de costumbre, la historia de princesa que encuentra príncipe pero este resulte ser más sapo que rana.

Él, encadenado a una rutina incomprensible, a paradigmas sin resolver, a la rabia, la desesperación, pero aún así no se planteaba el acabar con aquel absurdo, no se planteaba romper con esa historia.

Y se encontraron, un buen día cruzaron sus caminos y algo se activó en sus respectivas mentes. Miradas, sonrisas, oídos atentos a cualquier palabra que saliera de la boca del otro. Puro éxtasis mental. Eran la utopía perfecta para el otro, seres complementarios que nunca habían caído en la cuenta de la existencia de esa persona que aquella tarde tenían enfrente.

La historia continuó su curso, comenzaron a hablar, a ver qué más tenían en común y para su sorpresa, eran más los puntos que los unían que los que los distanciaban. Cada vez más cerca, cada vez más tensión y más emoción. Esa tensión acabó explotando, se convirtió en pasión, en locura, desenfreno, en un error. Miedo. Él no se desprendía de sus historias inacabadas y ella sabía qué aquello no era lo correcto, pero aún así, se dejaron llevar.

El tiempo pasaba y la situación no parecía avanzar. Encuentros que transcurrían entre los silencios y las más apasionantes charlas, entre calma y energía contenida, entre susurros y gritos, entre caricias y suspiros. Abandonaron sus mentes para entregarse a sus cuerpos. Seguía sin ser una buena idea, pero en aquellos momentos poco les importaba.

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Se escaparon, necesitaban un respiro en sus vidas.

Había habido muchas noches, pero nunca completas, así que decidieron tener su primera vez fuera de su zona de confort. Aquella primera noche, perdieron la cuenta de las estrellas que brillaban en el cielo. Perdieron también la noción del tiempo, las prisas y a su vez, habían recuperado su libertad y su paz interior. Muchas veces, aislarse es la mejor forma de encontrarse a uno mismo, por muy perdido que estés.

La felicidad estaba al alcance de sus dedos, todo parecía tan etéreo que daba la impresión que iba a desvanecerse. En la mente de ella aquella noche sonaba Rayden como banda sonora, en la de él, probablemente música clásica. Los prejuicios, los problemas, habían desaparecido. Sólo quedaban esos dos cuerpos, esas dos personas que habían dejado de lado su miedo a ser libres y se habían dejado llevar por la emoción más pura.

Eran felices dentro de su propia paradoja. Eran libres hasta que se demostrase lo contrario.

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Sara Ruiz:  @sararuiz15

Somos ese avión que nunca llegamos a coger

Era uno de esos días cualquiera.

Pero me cambió la vida.

Cansada de tantas copas vacías con tantos extraños me hizo entender que para beber mal acompañada, prefería hacerlo sola. No eran malos tipos, simplemente, no eran los adecuados. Como placebo no estaban tan mal.

Decidí bajar y merodear los ambientes de los bares dos barrios más abajo del mío. Al final decidí entrar en un establecimiento que parecía acogedor. Tan segura de haber encontrado el sitio perfecto, y solo pensar en sentarme en el taburete de la barra, no me fijé en lo que había a mi alrededor. No sé cómo pasó pero en un microsegundo de tiempo, me encontré envuelta en una gran multitud de personas que no sé de dónde habían salido. Pensé en pagar aquella copa que no me había terminado e irme, pero no sé porqué, decidí quedarme y terminármela tranquilamente, a pesar de sentirme incómoda por tantas sonrisas y jolgorio ajeno.

“Sal de aquí. Sabes perfectamente que esto no te apetece para nada”. Pienso.

Me bebo la copa de un trago, la pago y me bajo del taburete que no me dejaba pisar suelo. Problemas de gente de estatura media.

Cojo mi móvil del fondo del bolso, doy media vuelta dirección puerta de salida.

Me choco contra algo (indefinido). Mi móvil cae. Pedazos desparramados por el suelo. Uno en cada punta del bar.

Esto lo cuento y queda muy bonito, pero en realidad, no me dio tiempo a reaccionar y ver lo que pasaba a mi alrededor.

Oigo palabras que no logro entender. ¿Era la copa que me había bebido de un trago que no me dejaba entender al mundo? ¿Me habían drogado y no me había enterado y por eso no entendía nada?

Empiezo a reaccionar y veo a un chico enfrente mía: moreno, metro setenta más o menos, ojos negros como el carbón y piel pálida. Está hablándome en una especie de mezcla entre español y otro idioma que no logro reconocer.

– ¿Estás bien?

No logro entender de dónde había salido él ni cómo había sido posible chocarme contra él, pero me había encontrado en el peor momento posible y ser borde a veces se me da genial.

– ¿Es que no sabes por donde vas? Imbécil…

Se queda mirándome medioextrañado-medioconfuso mientras yo espero alguna reacción por su parte. Era uno de esos días en los que odias el mundo e intentas encontrar cualquier mínima excusa para discutir aunque no haya argumentos. Solo necesitas soltar toda la rabia por la boca.

– Si no fueras mirando el móvil y te fijaras más en lo que tienes delante tuyo, esto no hubiera pasado.

Pero, ¿este tío de qué va?

Me doy cuenta que mi móvil sigue desperdigado por aquel bar, y yo estaba frente aquel chico intentando discutir. Me olvido y me pongo a recoger los pedazos.

La batería por aquí, la SIM por allá, la carcasa por otra parte… Lo recompongo todo como si de un puzzle se tratase. Termino. Miro si la pantalla está rota. Veo que todo está en perfectas condiciones, así que bendigo al fabricante de turno y lo enciendo esperando alguna notificación.

Me levanto del suelo y me pongo de pie. Él sigue allí. Enfrente.

– ¿Está roto?

¿Y a este tío qué le importa?

– Sí, ha sobrevivido a tu aparición.

Se ríe, junta los dedos de su mano derecha y hace un gesto. Ah, italiano. Ahora reconozco su acento. Hablaba un español bastante churro, pero era aceptable y entendible (en cierta medida)

Me dispongo a irme corriendo (y lo antes posible) de aquel bar. De verdad, que cuando una quiere una noche tranquila, no hay manera.

Esquivo al italiano con el que me había chocado y salgo por la puerta dirección “ni idea”.

– ¡Eh! ¡Espera!

No, por favor, que no sea él.

Me giro.

Sí, es él.

– ¿Qué quieres?

– Me sabe muy mal habernos tropezado así, ¿me dejas invitarte a una copa?

Menudo listo el tío este. Otro italiano más que pretende liarme así como así. ¿Se cree que soy otra española tonta que va a caer en su red?

– No voy a dejar que me invites a ninguna copa, quiero estar sola.

– Una chica como tú, ¿por qué quiere estar sola?

– Porque no quiere estar con italianos casanovas como tú. ¿Te crees que soy imbécil? Vete a liar a otra, que yo hoy no tengo ganas de cuentos.

Boom.

– Creo que es muy injusto por tu parte criticarme así sin haberme conocido. Yo no soy un italiano más. Solo pretendía ser amable.

– Te has topado con la española menos indicada para ser amable. Tengo prisa.

El italiano pone cara de decepción y da media vuelta. Yo sigo con el entrecejo enfurruñado y sigo mi camino.

No, no era un buen día. No, no era una buena racha.

Una ruptura, cambios de planes de vida, confusión, tristeza… No necesitaba a un italiano tocapelotas en mi vida ni siquiera por una noche.

Pero había sido una borde.

Doy media vuelta y vuelvo a aquel bar. ¿Por qué lo hago?

Lo busco de entre la gente, le cojo la camiseta por detrás.

– Perdona, he sido una borde. ¿La copa sigue en pie?

Pero… ¿QUÉ ESTOY HACIENDO?

Pone cara dubitativa. Sonríe.

Se despide de sus amigos, que me miran con recelo.

– Vale, pero aquí no. ¿Qué sitio me recomiendas?

Le llevo a mi bar de siempre. A mi terreno. Necesitaba seguridad.

Yo quería una noche tranquila, yo sola. Y al final termino en el bar de siempre con un italiano que no sé de dónde ha salido.

Nunca aprendo.

Pide una cerveza y yo un mojito. La noche va sola. Todo es cómodo y los temas de conversación salen solos. Le enseño cuatro palabras en castellano que le hacen gracia y yo le pregunto por el mítico gesto en la mano que hacen los italianos. Y así hasta que cierra el bar. Era como si lo conociera de toda la vida.

Llega el momento de la despedida.

– ¿Puedes darme tu número?

– Mira, no quiero ser desagradable, pero he decidido tomar una copa contigo porque me he portado como una capulla y no quería que te llevaras esa impresión de mí… Pero no quiero volver a verte. Al menos, no intencionadamente. Tú eres italiano y yo soy española. Y todos los italianos sois iguales, así que yo no quiero ser otra española más en tu estantería. Lo siento.

El italiano se queda flipando mirándome. Menudo discurso que le he soltado.

Se ríe. ¿Por qué se ríe? Lo digo totalmente en serio.

– Vale. Chao.

Y se va. Y me deja ahí plantada como una idiota.

Pues menos mal que he seguido mi instinto. Otro capullo más. No quiero volverle a ver. Seguro que es un Erasmus que se cree que el mundo es suyo y puede hacer lo que quiera con quien quiera. Pues no. Yo no soy cualquiera.

Vuelvo a mi casa. Duermo.

Pasan los días y mi vida sigue igual. Con una diferencia: no me quito al italiano de la cabeza. Ni siquiera sé como se llama. No nos hizo falta siquiera preguntárnoslo.

Esa sensación de comodidad, de sentirme como si estuviera en mi propia casa… Hacía mucho que no sentía eso. Y creo que el mundo está falto de comodidad. De sentirse seguros de sí mismos con las personas con las que se rodean. Sentir que con un abrazo basta; que con el roce de la piel todo puede ir bien…

Siguen pasando los días. ¿Había soñado aquella noche con el italiano? ¿Habría vuelto a su país?

Cuando apenas me quedaban recuerdos de aquella noche, y todo me parecía confuso, un día después de trabajar me lo encontré apoyado sobre la pared de mi edificio.

(Sin traducción)

– Ti mi ha costato molto encontrarte

Me río como no recordaba haberme reído antes. Había venido a por mí. ¿Cómo? Me importa tres pitos. Estaba ahí, y eso era lo importante.

Me pide ir a tomar una cerveza y yo acepto encantada.

– Me llamo Giulo, por cierto

Me alegro de saber al fin su nombre, y yo le digo el mío.

Paseando por las calles de la ciudad, encontramos una plaza escondida en la que nunca había estado. Hay un pequeño restaurante con velas en las mesas de la terraza y los dos nos miramos con la intención de ir. Nos sentamos y todo vuelve a empezar. El no saber si hablarnos en castellano o en inglés; las miradas de confusión cuando no entendíamos que estaba diciendo el otro; decir “capisco tutto” cuando entendía algo (porque era lo único que me había enseñado a decir en italiano por el momento).

De una cerveza pasamos a otra y, al final, cenamos juntos. Había perdido completamente la noción del tiempo. Decidí poner los pies en el suelo y me vi con un italiano desconocido, en una plaza que no había estado nunca, cenando. Era todo muy surrealista.

Y, al final, terminó convenciéndome de darle mi número de teléfono.

– ¿Por qué debería dártelo?

– Porque soy muy divertido

– Vale, me has convencido

Me había vuelto realmente loca. Loca por un italiano. ¡En mi vida! Totalmente impensable. Totalmente increíble.

Los días pasaron y nos veíamos a diario. Cada día era un plan distinto: cine francés (en inglés), paseos de madrugada, botellas de vino blanco, camas sin hacer, paseos en bicicleta, cocina express (pasta, por supuesto)… Era todo tan familiar, tan cómodo… Todo era sencillo a su lado. No había discusiones, no había peleas. Teníamos nuestras diferencias, pero las llevábamos como mejor sabíamos: hablando las cosas. Éramos de distintos países y habíamos encontrado la manera perfecta para sobrellevar todo esto.

Después de todos los fracasos, de todos los intentos fallidos pensándome que era lo correcto… me cruzo con un italiano y primero lo pone todo patas arriba, y luego lo ordena en un estado de perfección.

Todo cuento de hadas, tiene un final.

Su estancia en la ciudad llegó a su fin. Tuve que llevarle al aeropuerto, pero lo que quería hacer era retenerlo aquí conmigo.

He tenido la desgracia de tener que despedirme de muchas personas a lo largo de mi vida, pero despedirme de él, fue de las peores despedidas que he vivido.

No paraba de llorar, y él no dejaba de besar cada una de mis lágrimas.

Habíamos hablando sobre el futuro, y que seguiríamos en contacto e intentaría venir a verme en un par de meses, pero siendo sinceros, yo sabía que no le volvería a ver.

“Las relaciones a distancia nunca funcionan”, me decían todos.

– Ti amo.

He oído “te quiero’s” de todo tipo, pero este, fue sin duda el más hermoso y el más doloroso.

No me dio tiempo a reaccionar porque se fue tan deprisa como pudo. Sabía que odiaba las despedidas, así que prefirió cortar por lo sano y cruzar la puerta de embarque.

Y me quedé quieta en aquel aeropuerto, viendo a las personas pasar y yo sin dejar de llorar.

Nunca le dije te quiero. Y ahora me arrepentía.

Me quedé esperando a que se bajara del avión y volviera a por mi.

“Si de verdad me quiere, seguro que se queda”.

Pasaron 20 minutos… Pasó una hora.

Nadie vino a por mí.

Se me había olvidado que tenía el coche en el parking y que posiblemente tuviera que vender uno de mis riñones para pagar el ticket del parking, así que decidí irme sabiendo que él estaba de camino ya a su país. Con su familia, sus amigos… su vida.

Lloré de camino a mi casa con un millón de pensamientos en la cabeza. No sé cómo no tuve un accidente ese día. Llegué a casa y me dormí. Hasta el día siguiente.

Me desperté con un dolor de cabeza como si no hubiera tenido nunca uno antes. Veo mi móvil y son todo llamadas de mi madre, mensajes de varios grupos de whatsapp que no me apetece leer y un número raro.

Abro la aplicación. Es él.

Empiezo a leer con los dedos temblando y los ojos aún medio cerrados de tanto dormir. Maldito dolor de cabeza. Me cuenta que ha llegado bien y que el reencuentro con su familia ha sido genial. Sigo leyendo y se me para el corazón:

“Te quiero. Sé que te lo tendría que haber dicho antes, pero creo que nunca encontré el momento perfecto. No quiero olvidarte, sé que no podré hacerlo nunca. Hagamos que esto funcione. Eres mi española, sé que eres la mujer de mi vida. No voy a dejarte ir así como así. Sé que pedirte esto es complicado pero… te quiero. De verdad. Iré a verte en cuanto ahorre un poco de dinero.”

No podía creer lo que estaba leyendo. Yo, que era una más, recibiendo estos mensajes.

“Sé que tienes una vida en España, una vida en la que yo irrumpí de la nada. No voy a pedirte que esperes por mi, porque quiero que hagas tu vida. Pero te quiero, como no he querido a nadie antes en mi vida.”

Y, como si de una proposición de matrimonio fuese:

– Acepto.

Me guardé su nuevo número.

Empezamos algo que ninguno de los dos sabe qué es exactamente. Los mensajes las casi 24 horas, las innumerables horas en Skype, las cartas, las postales, los frascos de arena de playa enviados por correo… Pasaron los meses.

Todos me habían dicho que sería duro y difícil. Y sí, tenían razón. Pero todo era fácil. Era muy sencillo. Nunca lloraba, ni me frustraba con el mundo en general. Era algo que yo ya sabía de antemano: él allí y yo aquí. Pero sentía como si todos los días estuviese a mi lado. Escribir esto es bastante raro dado que nadie lo entiende. Es una sensación difícil de describir, pero juro que es la mejor que he sentido en toda mi vida.

Él a España y yo a Italia.

Hicimos que funcionara por un tiempo, pero luego se nos presentó “la oportunidad”.

Un nuevo destino para los dos: 6 meses juntos de nuevo, sin interrupciones.

Él en un punto de la ciudad y yo en otro, pero encontraríamos la manera de vernos, de estar juntos. Como siempre habíamos hecho.

Y, después de tanto planear, de tantas cosas dichas por hacer…

– No puedo ir

– Si no puedes venir, no pasa nada. Haremos que funcione como hemos hecho hasta ahora. Yo iré a buscarte. Juro que te volveré a encontrar como aquella noche en el bar. Y cuando menos te lo esperes, quizás un día que estés en la biblioteca, te escribiré diciendo que te gires 13 grados a la izquierda, que mires por la ventana… y ahí estaré yo. Yo por tí.

Y nuestro mundo se rompió.

Todo con lo que había soñado, todas las esperanzas que tenía…

Volverle a ver. Volver a tocarle.

Sentir que estaba ahí, que no necesitaba nada más; que me daba igual Nantes que París…

Salía por la ciudad como si nada de esto hubiera pasado. Pero seguía pensando en ti. Decido entrar en un bar cualquiera y me encuentro con él.

Él, al que había escrito numerosas cartas sin sentido.

Posiblemente fue lo más extraño que me había pasado en unas semanas, pero me dijo algo que nunca se me olvidará:

– Siempre supe que serías una tía de hacer cosas a lo grande. A ti todo esto se te ha quedado pequeño. Necesitas expandir qué piensas y absorber nuevas cosas para mejorar. Creo que es algo que te he dicho alguna vez, pero eres increíble. Persigue todo aquello que sientas porque vas a ser una de las pocas personas que pueda hacerlo. ¿Qué más da el lugar? Solo vete de aquí y encuentra a la mujer que yo sé que hay en ti. 

No sé si fue porque iba borracho, o porque lo decía de verdad, pero esas palabras me dieron la fuerza suficiente para poder continuar.

Me estaba volviendo loca haciendo lo imposible por irme de aquí.

Por las noches no podía dormir.

Sentía ansiedad en mi pecho porque, cada día que pasaba, era un día menos para tomar una decisión sobre qué hacer con mi vida.

No sabía qué quería hacer ni dónde quería estar.

Solo quería huir de aquí.

Esto no me gusta.

Yo no soy feliz.

Que alguien me saque de aquí.

Ven a rescatarme.

El reloj empieza la cuenta atrás.

La fecha de caducidad está al llegar.

Un amor de verdad, con mal final.

Los finales felices no existen. Que no os engañen.


Al final no subimos en aquel coche dirección al aeropuerto con destino nuestro mundo. 

Tampoco fuimos aquellos besos pendientes.

Ni las películas de miedo a 23 centímetros de distancia.

Nunca existieron las copas de vino con Jazz de fondo.

Ni los paseos por París, por nuestra ciudad. 

Todo porque nunca tuvimos el valor suficiente como para dejarlo todo y pensar en nosotros. 

Y los veía a ellos: cenando juntos, discutiendo, riendo. Y no saben lo afortunados que son. Afortunados por poder hacer todas esas cosas juntos y, nosotros, por separado.

Sucios necios que creéis estar enamorados… vosotros no sabéis lo que es el amor.

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Créeme, nunca pensé que lo volvería a decir.

Pero sí, te quiero. De la forma más extraña, nueva e imposible que existe. 

El «te quiero» más sincero y, a la vez, más imposible. 


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Pd. Todo es ficción.

Muros de viento

“No es valiente aquel que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo.”

Miro a través de la ventana y pienso en lo curioso que resulta el viento. No lo vemos, pero podemos observar como azota los árboles, que indefensos, se agitan sedientos de calma. Lo oímos silbando a lo lejos, con un grito estremecedor, como si quisiera ser liberado de sus cadenas.

También puede acariciar tu piel, suavemente con cosquillas en tus brazos, o besándote en la frente. Y a su vez, puede empujarte furioso al abismo, deshacerte en pedazos y herirte profundo.

Estaba pensando que el miedo es como el viento…

No lo vemos, pero podemos observarlo en las personas, agitando nuestra calma y enredando nuestros pasos. Es inherente a nosotros, como el viento a la naturaleza.

La diferencia es que tú decides si dejas que el miedo te acaricie, o te envenene por dentro.

¿Cuántas veces has dejado que el miedo domine? Seguramente, demasiadas.

¿Y  por qué?

El miedo nos cohíbe, nos paraliza, nos impide actuar, haciéndonos elegir el camino fácil. Nos sentimos más cómodos en nuestra zona de confort, sin salir ni dejar entrar a nadie. Curiosamente, el miedo nos da esa “seguridad”, y por eso nos dejamos dominar por él.

Qué cobardes… Supongo que es culpa de tropezar continuamente cada vez que intentas ser valiente, de llevar más heridas de las que fuimos capaces de cicatrizar.

Pero sinceramente, volvería a tropezar, volvería a caer mil veces solo por llegar a volar una vez más.

El miedo estará ahí, no se trata de cruzarse de brazos y maldecir al destino, esperando que desaparezca sin más. Sino de hacerle frente, armarse de valor, correr contra el viento, y poder más.

Valiente no es el que no tiene miedo, sino el que no se conforma, el que está dispuesto a luchar y ensuciarse de barro, el que arriesga todo a una carta y sueña estando despierto, sin preocuparse por si lo pierde todo y si vuelve a caer, porque sabe que lo que pierde no es nada comparado con lo que gana.

Se pierden demasiadas cosas dejando que el miedo domine… Se pierden sueños, ilusiones, se pierden besos, se pierde vida…

Arriésgate, no te conformes. Elige el camino difícil si lleva a donde quieres llegar. No escuches a los que te digan que no lo conseguirás. Tropieza, llora hasta deshidratarte y vuelve a tropezar. Sueña, y no dejes de soñar por temor a las pesadillas. Derriba los muros que tú mismo levantaste y empieza a volar.

Caeré al vacío mil veces si hace falta, por llegar a besar solo una vez tu cielo.

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Martin Lopez: @martin93LC

Un tipo raro

Hoy vuelvo a coger el teclado tras meses sin hacerlo con la intención de compartir con vosotros una de mis experiencias y plantearos unas cuantas preguntas de esas a las que cuesta encontrarles respuesta. Quizá no tantas, no sé.

Llevo tiempo pensando en esto y tratando de encontrarle una respuesta lógica a lo que me dispongo a contaros. ¿Nunca en la vida habéis dependido de algo o alguien que, aunque a posteriori resulta nocivo, a lo largo del tiempo en el que disfrutamos –o igual no tanto- de ese sujeto no nos damos cuenta de que no es tan imprescindible como Yo sí. De un alguien, vamos a ir levantando las primeras cartas. Una “alguien”, va. Una persona a la que asigné probablemente la prioridad más alta que he asignado en mis veinti… -hasta aquí voy a leer- años de existencia. Dependía de ella y me aterrorizaba la idea de poder perderla. Nunca te llegas a poner en la situación real pero es algo que puede ocurrir, aunque no lo veas como algo cercano.

Y a ver si adivináis qué ocurrió. No era tan difícil, vale. Se fue. Entre mentiras, reproches y esas cosas del adiós. Pero se marchó, para no volver. Esa noche, analicé la situación, entre la crispación de haber perdido a esa persona y sobretodo haber perdido conmigo mismo. Y dije, estás muerto tío.

Abres los ojos a otro día, bueno en realidad esa noche en cuestión nunca llegas a cerrarlos. Las enésimas siguientes tampoco pero venga, sigo, que me lío. El pensamiento al amanecer es claro, no te queda otra que echar los pies al suelo sin fuerzas pero es necesario por ti y sobretodo por los tuyos, es fundamental encontrar el impulso necesario que destruya esas cadenas.

Fueron pasando los días, más rápido de lo esperado. Y sucedió algo. Creo que rompí por dentro. Pero en realidad lo que sucedió es que mi mente dijo basta. Dejó de doler. Muy pronto. Pero, ¿por qué si se supone que esa persona era irremplazable? ¿Soy un tipo muy fuerte? No lo creo. ¿Tengo una capacidad extraordinaria para enfriar la cabeza y arrancar de mis pensamientos a alguien tan sumamente importante para mí?

Si me conocierais veríais que no.

¿Era esa persona de tan vital importancia para mí? Vamos acercándonos a la respuesta.

Hoy puedo decir que no. Porque sin ella soy mejor persona. Porque desde su marcha he crecido y nada ni nadie puede pararme. Soy ambicioso. He vuelto a disfrutar de esos pequeños momentos que, no sé si por culpa de ella o no, dejé de disfrutar. En definitiva, alguien que era el motor que generaba mis impulsos solo resultó ser un lastre que me hacía más torpe y lento.

Me he cansado de escribir, así que voy a dejaros unas cuantas preguntas, que cada uno se responda a sí mismo de la forma que crea conveniente. ¿De verdad las personas llegamos realmente a depender de terceros –segundos en este caso- alguna vez en nuestras vidas o simplemente estamos tan cegados que somos incapaces de darnos cuenta que nuestra única dependencia somos nosotros mismos?

¿Se está tan mal solo? ¿Necesitamos convivir en pareja para ser felices? Yo hoy lo tengo claro. Hace unos meses no tanto, estaba encadenado, como dije antes.

Gracias a Dios escapé a tiempo. Puede que esas cadenas estuviesen enrobinadas y cediesen del desgaste propio de arrastrarlas por el suelo. Puede que sí, puede que simplemente hable desde el mal llamado despecho.

Experiencias de la vida, vaya. Quizá solo sea un tipo raro. Muy raro.


Longavic: @Longavic

X + Y

Hoy hay más tráfico de lo normal, y eso me pone un poco nerviosa. Son las ocho de la tarde y hemos quedado a las nueve. Nunca viene mal pasar por la droguería y probar muestras gratuitas con tal de darle un poco de vida a mi cara arrugada y cansada con ojeras incluidas.

Paseo por el centro de la ciudad con prisas. Sé que no le gusta la impuntualidad. Cruzo pasos de zebra, me salto semáforos en rojo; palabras de disculpas a quienes les empujo con mi bolso sin querer, intentando hacerme paso de entre la gente.

Nueve horas y cinco minutos de hoy. No está. He llegado puntual (bien). «Ya estoy aquí (inserta emoticono de la flamenca)» Tecleo.

21:10.

21:15.

21:20.

21:25.

21:30.

21:35.

Hasta las 22:00 horas.

Le llamo. Contestador. ¿Por qué ya no tiene foto de perfil? «¿Hola?» Escribo nerviosa. No llegan los «tics»

Pero, ¿qué está pasando aquí?

Suena «Me pierdo contigo» (de Alex Ferreira) en mi móvil, y no puede ser más adecuada la canción. Pero en este caso, la que está perdida soy yo. Y estoy sola. Otra vez.

Empiezo a andar por las calles que me asfixiaban. Esas a las que tanto yo he amado y deseado. Me sentía estúpida viendo a todos tomando copas al son de sus sonrisas mientras que yo intentaba equilibrar mi vida (de nuevo). Me siento en un banco, busco mi estuche del tabaco de entre todas las cosas, y me lio un cigarro.

– Perdona, ¿tienes fuego?

– Sí claro, toma

Me fijo en aquel chico que se estaba encendiendo un cigarro con mi mechero azul. No le pongo más de 25. Tenía el pelo lo suficientemente claro como para no llegar a ser rubio. Estatura media. Dientes perfectos. Pantalones normales. Todo en orden.

Y me pongo a llorar. ¿Qué estoy haciendo aquí? 

– Eh… ¿estás bien?

– ¿Por qué las cosas nunca me salen bien? ¿Por qué me siento como la persona más desdichada? ¡Yo! ¡Qué no hago daño ni a una mosca! Bueno, a las cucarachas sí, pero eso no es motivo para que el Karma me castigue.

Se ríe. Y tiene una risa bonita. Yo dejo de llorar y esbozo una sonrisa por lo cómica que me parece la situación y mi vida en sí.

– ¿Puedo sentarme?

– El banco no lo he pagado yo, así que sigue siendo un bien público,. Puedes sentarte, supongo.

Esboza una sonrisa.

¿Por qué le suelto todo esto a un completo desconocido? 

¿Por qué se sienta a mi lado? Tengo miedo.

– ¿Qué haces aquí tú sola?

– Me han dejado plantada.

– ¿Has cenado?

– No, aún no. Ahora cuando me termine el cigarro iré a casa a cenar

– ¿Vives cerca de aquí?

– Define cerca

– Te invito a cenar

Le miro incrédula y paralizada. Ahora tengo más miedo aún. (Loco). Creo que se da cuenta de mi reacción.

– Lo digo en serio. Mira, yo no tengo nada que hacer, puedes considerarte afortunada. Y no me gusta ver como los capullos dejan plantadas a chicas como tú.

No respondo.

Pausa incómoda mientras exhalamos caladas de cigarros infinitos

– Vale, acepto

Y me dejo llevar.

– ¿Cómo te llamas? Tendré que saber tu nombre como mínimo si voy a invitarte a cenar

– X, me llamo X

– ¿Vas de coña?

– Digamos que acepto que me invites a cenar, pero saber mi nombre es algo que te va a costar

– Acepto el reto

Se levanta, lanza su cigarro a la alcantarilla más cercana.

– Encantado X, yo me llamo Y

Me tiende la mano, se la cojo y salimos de aquel banco que, ahora, parece pequeño.


Primera copa, segunda copa. Su vida, mi vida. Y así transcurre parte de la noche: entre copas del mejor champagne, cigarros de exportación, risas y miradas cómplices. Ya no me acuerdo de ti.

– ¿Tienes hambre?

– Como si no hubiera cenado en años

– Mi casa está cerca, ¿te atreves?

Pongo esamiradaqueyosé y le cojo de la mano.

– Llévame

Cualquier otro día, hubiera dicho que no. Que yo no soy de esas que se van con cualquiera que le regala rosas y sonrisas. Pero esa noche decidí no ser yo. Esa noche yo era X, y la interpretación se me daba muy bien.

No hablamos de ti en ningún momento, pero confesaré que cuando iba al baño te llamaba y saltaba el contestador (otra vez). No sabía nada de ti. Como si nunca hubieras existido. ¿Qué había pasado? Podría ponerme a llorar de nuevo, pero de nada serviría. Estaba cansada de tus juegos sucios, y hacía tiempo que no me sentía tan bien. Quizás es porque pagaba él o porque pagábamos a medias. Y qué bien sentaba hacer algo con alguien, por miserable que parezca todo.

¿Dónde estás?


En el ascensor hubo tensión. Llegamos vivos por suerte.

Abre las puertas, enciende las luces y parece el cielo. Daba la sensación de ser un piso pequeño, pero el olor a incienso me recordaba a mi habitación, así que parecía que estuviera en mi propia casa.

– ¿Vino?

– ¿A estas alturas y sigues haciendo esta pregunta?

Se ríe mientras gira su cuerpo y se dirige a la nevera. Juro que si vuelve a sonreírme me caso con él.

Me dedico a curiosear el salón. Tiene una terraza lo suficientemente grande como para haber puesto una mesa de Ikea con dos sillas y unas cuantas macetas con plantas (tenía toda la pinta de ser de Ikea). Una tele ni grande ni pequeña. Poco la vería. Una estantería llena de libros de grandes filósofos y escritores que no había leído jamás.

Un gramófono. Vinilos. Rebusco. Jazz.

– Me encantaría que me enseñaras a usar este artilugio

– ¿No sabes como funciona un gramófono?

– Soy demasiado joven para estas cosas

– ¿Cuántos años tienes? Creo que no te lo he preguntado en todo este tiempo

– ¿Cuántos crees que tengo?

– Los suficientes como para que sea legal que estés aquí

Me acerca la copa de vino y la acompaña con un sandwich.

– Cocina gourmet por lo que veo

– Hago los mejores sándwiches de todos

Y, no sé si era porque tenía mucha hambre, pero fue el mejor sándwich que había probado en meses.


Su terraza. Estamos de pie asomados a la barandilla observando como los coches pasando rápido por nuestro pies.

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Apoyo mi cabeza sobre su hombro. Deja de hablar y sé que aunque él cree que yo no lo noto, está oliendo mi pelo. Conservando mi aroma.

No sé qué hora es, y tampoco me importa. Congelaría mi vida justo en este instante. No me preocupa nada; no necesito nada; era feliz. Sí, se puede ser feliz con un desconocido.

– Malas noticias: ya no me queda vino

– Debería darte vergüenza invitar a desconocidas y que no te quede vino. Exijo indemnización

– Tú no eres una desconocida

– Ah, ¿no? Entonces, ¿quién soy?

– Eres X, ¿no te acuerdas?

Le beso. Sin preguntar, sin pedir permiso.

Me besa. Sin preguntar, sin pedir permiso.

Pero los dos, sujetando nuestras copas.

– Es tarde, creo que va siendo hora de irme

– Quédate a dormir

– Pero…

– Tranquila, solo dormir.


Doy vueltas por la cama. Que cama más cómoda.

Un momento… esta no es mi cama. Abro los ojos de golpe pero, al mismo tiempo, con cuidado de no dañar mis pupilas con los rayos de sol.

Esta no es mi cama. Esta no es mi casa.

Haz memoria.

Empiezo a recordarlo todo con incredulidad y con una sonrisa en la cara. Me paso la mano por el pelo y me doy cuenta que llevo ropa que no es mía.

¿Dónde está él? 

Espera, ¿cómo se llamaba?

No hay nadie a mi lado en la cama, así que me levanto y me pongo a investigar por la casa.

Llego a la cocina y observo que hay una bandeja con zumo de naranja, tostadas y la cafetera llena de café. Una nota: «He ido a trabajar, aquí te dejo preparado el desayuno. No te vayas antes de volver yo o, al menos, deja tu número o tu nombre de Facebook para encontrarte de nuevo. Quiero volverte a ver».

Había pasado casi veinte horas con un completo desconocido del cual, no me sabía su nombre, ni a qué se dedicaba, ni en qué calle vivía (sabía el barrio, pero prefería no saber la calle). Confieso que con él, había descubierto lo que era la completa felicidad, esa sensación de no tener que preocuparme por nada; de sentirme como una reina. Y me había encantado. Era increíble.

Dios… Si esto es de lo que me hablan mis amigos cuando mencionan la felicidad, no les quito nada de razón.

Me termino el desayuno recordando todas y cada una de las palabras que intercambié anoche. Me parecía increíble y triste a la vez. Pero no era un triste de esos en los que echas de menos a alguien o ves una película con final agridulce. Era una tristeza bonita, de esas que ya no sentía desde hace mucho.

Lavo los platos y los vasos, me fumo un cigarro en esa terraza. La calle ya no parecía tan bonita como anoche. Era mejor que anoche. Dudo en si hacer la cama o no (cada uno tiene sus manías). Me quito su ropa y me pongo la mía. Me lavo la cara. Intento parecer alguien que pueda salir a la calle sin miedo a que le miren mal. No me gusta que la gente piense que soy una vetetúasaberqué.

Cojo la nota que hay en la mesa de la cocina. La vuelvo a leer y me la guardo en el bolso.

Abro la puerta. Llamo al ascensor.

Nunca más lo volví a ver. 

Era perfecto. Ese fue su problema.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Esta es la última vez que te escribo, créeme.

Llegaba a casa otra noche más. Como si fuera una cualquiera.

Me costaba escribir. Menos mal que el autocorrector del Word me corregía en todas las faltas de gramática y ortografía que cometía. No porque no sepa escribir, sino porque el alcohol que había ingerido apenas media hora, era el suficiente como para no saber ni lo que estoy escribiendo ahora mismo.

Hay varias formas de medir el tiempo y la calidad del mismo, pero yo siempre lo he medido en copas de vino: si bebo al mismo tiempo que la persona  que tengo sentada enfrente mía, las cosas no van bien; sin embargo, si bebo más rápido que dicha persona, es porque estoy ansiosa por pedir una segunda copa más para alargar la conversación. Es como si quisiera parar el tiempo, que siguiera hablándome de todas aquellas cosas que yo puede que nunca llegue a vivir.

Se me cierran los párpados en señal de que ya es suficiente por hoy, pero si no plasmo todo lo que pienso, no podré dormir tranquila.

Quizás es que tengo el don (o la desgracia) de pensar lo suficiente como para poder escribir sobre ello a cualquier hora del día y en cualquier situación.

Después de conocerte a ti, pensaba que lo había conocido todo; que ya no necesitaba nada ni nadie más. Estaba sorprendida porque nunca llegué a pensar que alguien sería el definitivo, dado que todas mis amistades apostaban que yo sería la última en encontrar la media naranja. Y te encontré (o me encontraste, según como lo quiera ver cada uno).

Eras una persona interesante, por eso me enamoré de ti. No por el hecho de que tu torso fuera como un Dios griego o porque tuvieras una cuenta bancaria sin pozo ni fondo. Fue porque eras tú. Siempre lo fuiste.

Y estabas sentado a mi lado, pidiendo que te liara un cigarro porque no habías cobrado el mes pasado, así que estabas sin dinero, sin tabaco. Lo que nunca te llegué a decir es que desde que te conocí, yo tenía el corazón en una eterna bancarrota, que daba igual cuantos besos me dieras, siempre estaba en negativo. Todo lo que tenía te lo daba a ti, y a mí apenas me quedaba para sobrevivir. Te quejabas porque acostumbraba a tener la nevera vacía. Nunca entendí por qué. Si te hubiera confesado que con tus besos no hacía falta tener un Mercadona debajo de mi casa, ¿qué me hubieras contestado? Porque eso era lo que yo quería: desayunarnos, comernos, cenarnos. Absorber cada una de las gotas de sudor que nos dedicábamos mutuamente siempre que nuestros trabajos, los horarios y los huecos en las apretadas agendas… nos dejaban.

Era paradójico pensar que, ahora, una de las personas a las que más aprecio he tenido en todo este tiempo, ahora ya no estaba.

Rabia contenida en pastillas de morfina.

Sabes que siempre he estado en contra de todas aquellas personas que se niegan a verificar lo que está pasando a su alrededor, que el autoengaño ha matado más vidas que las balas en un campo de batalla, que creé una trinchera por si volvía al principio: a las mañanas vacías y las noches de calles oscuras y personalidades camaleónicas.

– Las manos me sudan mucho siempre, es un problema de no saber controlar mi cuerpo.

– No me da asco. Todo el mundo suda.

– No sabes lo que dices, esto da asco.

– A mi me parece sexy.

– Nunca entenderé cómo una persona como tú no tenga prejuicios ni con nada ni con nadie. Algún fallo debes de tener y aún no he sido capaz de encontrarlo.

– Siempre he odiado las etiquetas, deberías de saberlo ya. 

– Siempre tan tú y yo tan capullo.

– Considérate afortunado, me gustan los capullos. 

– Y a mí me gustas tú. 

 

No recuerdo tu cara, ni tu cuerpo. Ni de cómo me besabas o acariciabas. Solo sabía que ahora las manos me sudan a mí constantemente. Y eso hace que me acuerde de que alguna vez tuve esa conversación. Una de las pocas que recuerdo de las millones de cosas que llegamos a compartir y debatir. He olvidado tus caras de asombros por todas mis conversaciones en las que me cuestiono la existencia humana mientras inhalo humo y lo trago acompañado de vino, pero recuerdo estar juntos en el sofá e irme corriendo a escribir algo que se me acababa de ocurrir en ese momento. Me hacías cosquillas con tal de enseñarte qué era lo que se me había pasado por la mente en ese mismo momento, y yo te apartaba de un empujón porque siempre me dio vergüenza que supieras que cada palabra que escribía me recordaba a ti y a todas las personas que llegué a querer. Que siempre le escribía a mi pasado porque era la única forma de saber que yo había existido más allá de este momento y que me recordaba quién había sido y mostrado en quien me había convertido.

Me despierto de la cama, sobresaltada. La cabeza me da vueltas, pero no es nada que un buen Ibuprofeno pueda solucionar. Comienzo a recordar cada momento de la noche anterior, buscando tu cara. Ya no la recuerdo. Caigo en la cuenta de que no fuiste tú quien me invitó a beber, sino otra persona. Qué raro fue no verte aparcado enfrente de mi casa. Tú y tu absurda manía de tener el seguro de las puertas del coche activado. Yo y mi manía de pensar que algún día podría subir a tu coche sin que tuvieras que quitar antes dicho seguro. Creo que eso reflejaba tu vida emocional: siempre protegiéndote, vigilando quien iba a aparecer y tomar la decisión de si dejarle entrar o no. Por eso, quizás, me tenías entrando y saliendo de tu vida a tu antojo, aprovechándote de tus propias necesidades y olvidando que yo también tenía las mismas. Siendo egoísta. Siendo, efectivamente, el capullo que me dijiste que eras y que yo me negué a creer. ¿Cómo alguien tan alucinante podría llegar a hacerme daño? Sabía que había demostrado ser el pez que iba a contracorriente, así que imaginé que podrías valorarme como nadie lo había hecho hasta entonces.

Creo que descubriste que era inteligente e ingenua a partes iguales.

Enhorabuena, supiste jugar bien tus cartas.

Entonces entendí que a pesar de creer que nunca te superaría, ya estaba dispuesta a dar un paso más. Que te fuiste, que me apartaste de ti. Sin explicaciones, sin quemar ningún contrato: ese que una vez creamos y al que día que pasaba, día que le añadías más cláusulas. Esas que yo tanto llegué a odiar y llorar suplicando que jamás las cumplieras, porque mi amor por ti siempre fue incondicional.

Otras caras, otras camas, otros besos.

Y yo con ganas de conocer al mundo entero, sabiendo que algo mejor me esperaba. Que me habías hecho mejor persona.

Nunca habrá nadie como tú, pero sí alguien hecho para mí.

Alguien que me abra las puertas de su coche y me lleve al fin del mundo.

Y, a pesar de todo, no he perdido la esperanza ni las ganas de conocer más. De descubrir que tenía la sociedad preparado para mí. De más copas de vino con personas que no fueras tú. De cigarros para uno o para dos.

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No seré tu esposa, no tendré tus hijos. Esa no es la vida que elegiste para mí.

Pero daremos las gracias por haber sido nosotros los elegidos.

Por habernos visto a tiempo.

Por habernos dejado cambiar un poco la vida.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Como se me ocurre pedirte tanto…

Pedirte… que me quisieras.

Como se me ocurre pedir tanto. Pedir demasiado. Como se me ocurre siendo tu sol, tu aurora, corrigiendo tus lágrimas, grabándote sonrisas donde sólo había soledad.

¿Cómo se me ocurre pedirte tanto, siendo el primero qué no te rechaza, qué te perdona todo, qué se queda a escuchar segundas y terceras mentiras y versiones, aguantando promesas disfrazadas, creyendo en ti ciegamente, siendo el primero en respetarte a cada instante cuándo aún ni tú misma nos respetabas a ninguno, pedirte algo tan egocéntrico?

Como se me ocurre pedirte algo tan absurdo, regalándote un corazón que es un tesoro leal, para toda la vida, dejando todo por ti, siendo fiel, respetando todas tus faltas de respeto, transparente, tocándote solo para acariciarte, darte aquellos masajes de aficionado; como se me ocurre pedirte tanto… dejándome creerte, enamorándome, deseándote cada segundo, minuto y milenio…

Como se me ocurre pedirte esa barbaridad, esa quimera con tan solo pudiendo ofrecer cuidarte en la salud y en la insalubridad; haberte dado cobijo, consejos, luz y agua caliente para tus heridas y caprichos, poniendo paz en tus guerras, paciencia en tu ansias y algodones a los insultos que propinas en las esquinas de tus desesperanzas… a todo aquél que se cree con tu querer o amistad.

Como se me ocurre creer en tu vida, en tu entorno, en tu verdad, habiendote dado sólo todo cuanto tengo, mi proyecto, mi futuro, mi mejor versión, la promesa de mejorar por y para los dos.

Como se me ocurre pedir, a cambio de apacigüar todos tus fuegos, defender tus amistades que ni siquiera conozco, que tan mal de mi han pensado por absurdos miedos y mentiras, para ser la protagonista de un cuento,-y de mi cuento-, cuando ya lo eras…

Como se me ocurre pues, pedir algo tan absurdo, algo tan imposible.

Como he podido pedirte a toro pasado algo tan cruel y mezquino, tan solo por creer que era precioso fingir que estabas mal para llamar mi atención, y aún así quererte, quererte más, preocuparme y preocuparme más, perdonarte, apostar por ti, y apostar; ser tu pañuelo, el limpia mocos de mi reina de la sonrisa y el lamento.

Como se me ocurre echarte de menos, cuando sólo he dado todo cuanto tengo.

Como se me ocurre pedirte nada, habiéndote reconciliado en secreto con todo el mundo, perdonado cien mil millones de mentiras, enseñándote mi experiencia, regalándote paciencia… como se me ocurre pedirte tanto, habiendo por ti empezado de cero, anhelando tu ausencia, desmenuzando chistes y gracias estando mal, sólo para que tú rieras. Cambiado a lo que tu querías, aprendiendo de nuevo a tener fe, en cosas, en tus cosas…

Construyendo mi vida con tu cemento. Como se me ocurre… cómo he sido tan egoísta cómo para pedir absolutamente nada?

Como se me ocurre pedírtelo, -algo casi aberrante-, entrégandote tan sólo noches, días, aventuras, planes en bandeja de plata. Como se me ocurre pedirte algo tan obsceno, tan egoísta, cuando sólo te doy cucharadas de mi alma, miel en los besos, cuando te espero, cuando te enseño cuantas cosas buenas te caben en el cuerpo, cuanta ternura de mi lengua en tu cuello; como me he atrevido a pedir, cuando te lloro, cuando te he tratado como a un hada de cuento y he perdonado injurias que podrían pasar por una caza de brujas.

Como se me ocurre estar esperando, habiéndote pedido tal aberración. Habiendo -loco de mi-, querido hasta tu «yo» más feo, siendo el primero, excusándote, tragándome tus excusas, teniendo fe en tu persona como en ninguna otra, siendo el primero y el único que ha amado tus dos caras, la buena y la mala. Que ha amado tus defectos y perdonado tus «virtudes». Que te ha hecho el amor en silencio, y a sonoro disfrute.

Quién como yo podría pedirte nada siendo únicamente el primero en perdonarte siempre, valorarte y aceptarte hasta en tus facetas más oscuras? Siendo el primer confidente de tu secreto más oscuro y el ángel custodio de todos tus tesoros?

¿Cómo me atrevo pedirte siquiera nada, habiendo sólo cuidado tu salud con la nefasta mía misma? Cómo pedirte nada cuándo tan sólo no quiero nada a cambio? Maldito egoísta de mi.

Como se me ocurre pedirte siquiera algo por poco que sea, tan soló siendo tu mitad desinteresada, querer ser tu ejemplo, valorarte como una auténtica mujer, siendo sólo el «mejor hombre que has conocido», dejándote elegir hasta los minutos del reloj de mi vida… haciéndote promesas de caballero… como se me ocurre siendo tan sólo tu «héroe» pedirte semejante atrocidad.

Como pedir nada por tan sólo escalar tu balcón para que vuesa merced, mi princesa, durmiera en su cálida cama, jugándome la salud que aún tenía y como me atrevo a pedirte algo tan vasto, tan vulgar por tan y tan poco. Por nada…

Por tan sólo darte toda mi pasión, rogándote que no te castigues por ninguno de los dos, siendo el único que te acepta y te ama, por abrir cada día un regalo, tirar cada día un disgusto, por ser aguien que no te ignora, que no te bloquea. Por tan sólo el escaso mérito de ir descubriendo locuras que me hacían quedarme, lejos de huir; y ser el primero en estar a tu lado.

Como se me ocurre pedirte nada, siendo un auténtico gilipollas, por tan sólo haberte dejado mojar mis dos hombros en tus momentos de flaqueza, por dos quejas, habiendo batido tu récord de sonrisas logradas en tu 20 años de vida. Como se me pasa por el coco pedirte algo tan impropio, impío e indigno…

Como tener tanta cara de pedirte nada, nunca desapareciendo, manteniéndonos con vida, apagando tus fuegos, riéndonos juntos del mundo, metiéndonos con todo, retorciendo mi cerebro para confiar en tus triples versiones de los hechos; apostando todas mis fichas a tu color, dándote los mejores momentos de tu vida y tantos orgasmos. Dándote grandes momentos de la mía. Dándote mi energía, mi alegría, regalándote una mierda tan simple, como toda mi vida…

Como pedirte -vida mía- algo tan etrusco, visigodo, algo tan bárbaro, algo tan imperialista, tan romano, tan divino y extraterrestre… como me atrevo….

Como descarrilar un tren con mi rostro por la desfachatez de pedirte que, tras amarte tanto, tras apoyarte, perdonarte, seguir haciéndolo y no necesitarlo siquiera, con ser el que acudiría si levantaras un sólo dedo, y te elevaba cuando estabas de rodillas, porque no valías menos que nadie, por tan sólo  comprarte cada capricho, hacer que dejaras de odiar a tanta gente que criticabas por pequeñas tonterías; que te calmaras y aceptaras a las personas y disfrutaras de las manías…

Como me atrevo a pedir nada, sólo por orientarte, redescubrirte, hacer que afrontaras tus sueños, tus vocaciones, redescubirte el mundo y escucharte siempre, por mal que estuviera…

Por hacer que te sintieras tan valorada, tan acompañada en medio de un millón de extraños; darte un proyecto, las llaves de mi casa, entregarte cada trozo de mi pecho, habiéndote llevado mi salud, mi tiempo, mi cariño… ¡cómo me atrevo!

Como me atrevo tras decirte «mímate», «quiérete», «vales mucho», «me haces feliz», «te quiero» (tras tanto tiempo), «no te mereces castigos, te mereces amor»… como rayos tengo entonces la osadía, de pedirte algo tan gigante… tras declararme y volver a creer en los cuentos, en tu cuento…

¿Cómo he sido capaz?  ¿Cómo creen señores qué he sido tan estupido cémo para pedir, o creerme con la posibilidad, mérito o bondad suficiente, para esperar o creer… -en fin, para pedirle-, qué a cambio de tan poco, de esto, de eso, de lo dicho -que es nada- de semejante miseria… ella, sencillamente se quedara?

Cómo he sido tan atrevido y tan cara dura tras querer entregarte mi alma, enviarte tus primeras flores, tras arrastrarme como un perro callejero, pedir perdón por cada pequeño error, tras tantos tan graves ajenos, tras un suegro con afanes asesinos, tras entregarte el mundo de mis sueños, de mis amigos, de mi familia, de la isla de unos tesoros que no son de oro, pero tienen valor… tras mostrarte mi infancia, mis sueños, mis debilidades, mis traumas…

Mi cuerpo, mi mente y mi alma…

¿Cómo se me ocurre pedirte tras tan poca cosa, qué tú, a cambio de esto (que es nada), además, y encima, pudieras quererme?

Entienden cómo, lógicamente, me merezco nada, el fracaso.

¿Cómo ser tan mezquino, tan exigente, tan duro, como para decirle y pedir qué semejante diamante en bruto, además, me quisiera?

¿Cómo se me ocurre pedirte a cambio de tan sólo todo eso que obviamente no es nada más que bufonadas de un don nadie, además, me quisieras?

Egoísta, absurdo, necio de mi.

¿Cómo te doy -y te quiero- dar la vida entera con tan sólo eso y tan poco qué ofrecer, -y todo esto qué ofrecerte-, soy tan rematadamente egoísta y atrevido cómo para pedir qué tan sólo… me quisieras?

Como se me ocurre pedirte…. que te quedaras.

Como se me ocurre pedirte…. que me quisieras.

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Alberto Castellar:  @ImDrag0n

Tu libro, mi libro, nuestro libro

Libro, ese libro en blanco

El que tú usas de abanico

El que dejas sobre el banco

Donde tus besos suplico.

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Hojas que siguen vacías

Esperando a que destapes

Tus pasiones y las mías

Cometiendo mil deslices.

Poema falto de rima

Cien palabras sin sentido

Dales vida, ponles firma

Soy tu verso consentido.

Estrofas de mediocridad

Mientras tú no las escribas

Esculpe, hazlas realidad

Cruzando nuestras salivas.

Sinalefas escapadas

Entre vocales abiertas

Con las líneas ya versadas

Con nuestras ganas despiertas.

Metáforas atascadas

En carreteras de letras

Lluvia formando cascadas

Con mis besos que secuestras.

Versos que quieren escapar

Pero no se lo permites

No los quieres emancipar

No los sueltas, te resistes.

Libro, ese libro repleto

De los versos que escribimos

Jamás quedará obsoleto;

Eternidad la que vivimos.

José Sousa Murillo: @Sousa_Murillo

Crónica de un día par

Estoy aquí, sigo viva.

Es lo único que se me ocurre gritar hacia mis adentros mientras pongo mi mejor sonrisa y muevo mi cuerpo como un robot. Gestos automáticos a los cuales ya me he acostumbrado.

Conviértete en alguien feliz

Todos están para lo bueno. Pocos para lo malo.

A nadie le gusta estar, o creo que no es agrado, con personas tristes. Todo el mundo tiene cosas mejores que hacer que escuchar las penas del resto. Mirarse al ombligo está de moda; ver al prójimo, interesarse por la otra persona; querer ayudarla. Obsoleto y pasado de moda si no es a través de una red inalámbrica.

«Cualquier cosa que necesites, estoy aquí.»

Panda de mentirosos.

Para mí, las personas que siempre son felices están bien durante una temporada pero, ¿qué aportan ellos? ¿Dónde están todas las lecciones de vida que deberían enseñarnos?

Preséntame a alguien triste. Hoy tengo ganas de salvarle la vida. 

Yo he conocido la derrota. He sabido lo que es estar muerta. Experimentar la soledad y la compañía vacía es uno de mis pasatiempos favoritos: más vale sola que mal acompañada al final siempre es la mejor solución.

Les grito, aunque ellos no me oigan.

Les pido piedad, aunque no exista para ellos. Darme tregua, calzad con mis zapatos. Sentir mi dolor. Acariciar mis necesidades. Respirar inseguridad. Nadar entre la incertidumbre. Adorarme. Odiarme.

Vivir conmigo. Vivir de mí.

Siempre nos quejamos. Nuestros dramas son peores que los del prójimo. Nuestras vidas siempre van a ser más miserables que las de ellos. Egoísmo.

Y, mientras tanto, la otra persona se muere por dentro. Se marchita. Te necesita. Ansiedad. Asfixia. Sálvale la vida.

Sigue con tu vida. No pares. Pasa delante de las personas sin que nada te importe. Vive de la hipocresía, es barata al fin y al cabo.

Ser independiente es un precio muy alto a pagar. Es hacer ver/creer que nada te importa. Al menos no todo tiene la importancia que para alguien corriente tendría. Todo tiene solución. Excepto la muerte.

Y tú.

Que alguien me salve la vida. Ven y dime que todo irá bien. Arrópame en la cama y acaríciame hasta que me duerma, luego podrás irte.

Cuéntame historias tristes con las que yo pueda soñar. Bésame la frente como solía hacerme mi abuela, ese beso suave de tranquilidad. Imagíname un mundo paralelo a este en el que todo esté bien, en el que yo no tenga ganas de que los minutos pases como si fueran estrellas fugaces.

Preséntate en mi puerta y mata a todos los monstruos que quieren devorarme de madrugada. Acaba con mis ojeras moradas de echar de menos algo que nunca desapareció. Bórrame todos los malos recuerdos. Sírveme una copa de vino. Hazme la cena. Repíteme que todo irá bien. Hazme creer que todo irá bien.

Sálvame la vida, por favor.

Sálvame de mí misma.

Aquí y ahora.

Por y para siempre.

Y mientras te grito con lágrimas todo esto por dentro, pongo mi mejor sonrisa, coloco las gafas de sol en su sitio y te cuento que todo va bien en mi vida mientras muevo la cucharilla del café y te robo un cigarro.

Te vas. Me voy.

Sigo sintiéndome vacía.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Follar no es lo mismo que hacer el amor

Me había acostumbrado a aquellos encuentros fugaces, pasionales y salvajes, vacíos, sin amor. Porque el sexo sin amor también existe y en ciertas ocasiones es la mejor opción. Sin ataduras, sin remordimientos. Todo un juego y todo un reto. Sabíamos qué nos gustaba al uno y a la otra, no había vergüenza, no había límites. Esos mordiscos en el cuello ponían fin a una lucha interna entre mis ganas de ti y mi ética. Tu facilidad para desabrochar mi sujetador, mis prisas por quitarte la camisa eran toda una batalla que acababa entre risas y besos. Nos encantaba hacernos rabiar, ver quien aguantaba más sin suplicar al otro que parase, mordernos los labios, contener las ganas de hacer ruido, gemidos ahogados en tu cuello y en mi pecho.

prueba

Todo muy bonito hasta que pasas de esos encuentros ocasionales a una rutina, diferencia marcada por una frase tipo “¿y este fin de semana qué hacemos? No. Eso es perdición completa y absoluta. En el momento que esos momentos dejan de ser inesperados, fortuitos, simplemente ocasionales, se forma un vínculo que va más allá del contacto físico, pasa a ser rutinario, no quiero encuentros obligatorios los fines de semana, no quiero ver como poco a poco esa llama, esa pasión, deriva en un simple cariño y en un “hacer el amor” suave y por costumbre.

Aquella noche aprendí la diferencia entre follar y hacer el amor. Como de costumbre, fuimos a perdernos, lejos de las calles por las que a la fuerza teníamos que pasar cada día, pero para mi decepción, acabamos en el mismo sitio de siempre. Recuerdo cuándo decíamos que íbamos a perdernos y lo hacíamos, la verdad, no recuerdo cuándo nos habituamos a acabar aparcando el coche siempre en el mismo sitio y poniendo la misma música. Aquella noche recorriste de una forma poco habitual cada uno de mis lunares, formando dibujos, con calma. ¿Qué fue de aquellos arrebatos pasionales? ¿Y de tantas medias rotas en el frenesí del momento? Comprendí que aquella noche me estabas haciendo el amor, sobre todo cuando nos quedamos abrazados a la luz de la luna mientras me acariciabas con un cariño innato, algo que pocas veces antes había visto.

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Sara Ruiz: @sararuiz15

La primavera de un pasado presente

Capítulo I
Entonces el tiempo se paraba, cuando canciones como Il Mondo de Jommy Fontana o Volare de Domenico Modugno inundaban la plaza del obelisco del Parque Ribalta. Los chicos quedaban a un lado y las chicas a otro. Durante un minuto, o mas bien lo que tardaba la música en dar su golpe de excelencia, todos nos mirábamos con aquella persona que nos bloqueaba cuando estábamos cerca de ella. Pero la música y esa armonía a la que se llegaba, nos hechizaba e íbamos a pedirles bailar al ritmo de los compases, como unos chicos inocentes amantes de la vida. Juntábamos nuestros cuerpos y en ese momento sentíamos que ni pasado ni futuro iban a ser mejor. Cuando nuestros gemelos se tensaban y veíamos que no aguantábamos más en el circulo parábamos, nos cogíamos de la mano emocionados, por un momento que no iba a volver a pasar y nos perdíamos intencionadamente por los senderos románticos del parque del siglo pasado. Como buscando respuestas a una pregunta que sólo nosotros podíamos contestar; algo maravilloso e impecable y quizá repugnante para aquellos que no lo tenían. Pero, nos daba igual.
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Y así pasábamos las horas mi abuelo y yo, relatándome tales hechos que me hacían pensar que tiempos pasados fueron mejor, haciéndome ver que el romanticismo se estaba perdiendo y que por ello tenía conservarlo en mí, hasta encontrar un corazón repleto de estas ideas, para que así perdure en el tiempo.
Pasear por ese parque es para mí una tormenta de deseos que me encantaría vivir. Qué bonito sería subirse en una maquina del tiempo para sólo ver las estampas de esa época, eso es lo que pienso cuando hoy veo que la gente tiene miedo de adentrarse en él por la noche. Pienso en la vida que tenía y me imagino a mi en ella, me quedo sentando y viendo lo invisible esperando que alguien como yo se siente a mi lado, para así poder hablar sobre ese invisible. Sí, sobre ese imposible posible, ese amor que nace en tres días y perdura toda la vida en la bodega de nuestro corazón.
-Gats-

Lunes de engaños. Domingos de más.

Otra noche más que llegaba borracha a casa. Y llegaba sola.

Me resultaba extraño no tenerte merodeando por mi salón, observando todas aquellas anotaciones que me inspiraban durante el día y yo me dignaba a plasmar en aquella pizarra. Tú siempre preguntando, yo siempre con ganas de que quisieras saber más.

Había sido una semana extraña. La monotonía se apoderaba de mí hasta que la noche azotaba a los días y yo salía con desconocidos. Muchos desconocidos que nunca me llegaron a aportar nada. Pasaba el tiempo como si lo pasara sola. Las mismas historias se repetían una y otra vez. Me había acostumbrado tanto a eso que empecé a sentirme como un disco rallado. Siempre la misma canción. Siempre la misma melodía.

Tú también fuiste uno de ellos, ¿recuerdas?

Pero fuiste la excepción que confirma la regla.

Sonaba Zahara en mi ipod. Sonaba nuestra historia. Sonabas tú.

Me siento, por fin, en el sofá azul en el que muchos han estado alguna vez. Preparo algo para comer, nada sano. Lo primero que pillas por la nevera y la despensa que tenga el suficiente buen aspecto como para no hacerle ascos.

Mi móvil no para de sonar. Siendo las cuatro de la mañana me parece que hay ciertas personas que sobrepasan esa delgada línea entre la amistad y el acoso y derribo.

No eres tú.

En ese momento, harta de tantas noches vacías, cansada de tanto mensaje absurdo: te echo de menos.

Busco tu contacto entre mi lista de números de teléfono. No me acordaba que decidí que ya no estuvieras ahí. Sigo cenando. Más mensajes. El móvil no deja de parpadear.

Y ahí te veo.

“Voy borracho. Te echo de menos. Los niños, ancianos y borrachos siempre decimos la verdad”.

Lo vuelvo a leer.

¿Por qué ahora?

Después de tanto tiempo, ¿por qué vuelves?

Era como si nos hubiésemos leído la mente. Como si estuviésemos conectados, por una vez, de verdad. Tú me echabas de menos. Yo a ti también.


[Once de la mañana.]

¿Había sido un sueño?

La resaca no me dejaba pensar con claridad. Intento volverme a dormir, pero es imposible.

Cojo mi móvil. Miles de notificaciones que no me importan en absoluto. Excepto la tuya. Te leo. Te releo.

Me echo a llorar. Tiemblo. Se me pasa. Cierro el móvil y los ojos.

¿Dónde has estado todo este tiempo?

– No puedo hacer nada si no estás a favor de lo que puedo ofrecertre.

– El problema no es ese. Creo que si de verdad nos quisiéramos tanto como hemos dicho, alguno de los dos daría el brazo a torcer. Tú eres así, yo soy así. No estamos hechos el uno para el otro.

[Fin]

Había estado tanto tiempo suplicándote que vinieras a rescatarme de mí misma. Esperándote en la cama vacía en la cual solíamos jugar.

Tú nunca viniste. Siempre te ibas.

Idas y venidas tan tuyas.

¿Qué hago yo ahora?

Tenía la sensación de que era hora de cambiar de libro. Y de género. Puede que también, de biblioteca.

Y apareces tú (otra vez).

Nunca dijiste que te quedarías, pero tampoco dijiste que te irías. Siempre estabas en suspense como si fueras una de las protagonistas de Hitchcock. Yo te seguía la corriente porque dejarme llevar siempre se me dio bien.

Hasta que ya no pude más.

 

Tomé una decisión. Tú la aceptaste sin luchar. Te rendiste.

¿Qué se supone que debo hacer yo ahora?

¿Cómo voy a creer que todo lo que dices es verdad?

¿Va a haber algo que me haga cambiar de opinión?

 

Mi corazón, como un mueble de Ikea: puedes armarlo y desarmarlo las veces que quieras. Pero, con el tiempo, algunas piezas no volverán a encajar y otras se llegarán a perder. Pero, lo más importante que debes saber, es que cada vez costará más volverlo a reconstruir.

Y nunca jamás te quedará igual que la primera vez.

Por favor, me cuesta respirar.

Si vas a matar: este es un buen momento.

Mátame ya, que llegue este final.

No puedo más.

Ven y dime que quieres de mí.

Y así como te echaba de menos, podría decírtelo. Podría correr hacia tus brazos nada más verte; conocerte otra vez por primera vez. Olvidar que alguna vez fuimos dos. O uno. Ya ni me acuerdo.

Podría contarte que te soñaba. Esperaba que algún día me llamaras y me dijeras exactamente lo mismo que me dijiste aquella noche. Que echaba de menos beber vino y bebernos juntos. Que cuando dormíamos juntos, siempre lo hacíamos por separado.

Podría explicarte que salía con la esperanza de reencontrarnos en alguna esquina, o en algún paso de zebra. Tu sonrisa. Tus ojos. Aquellos que siempre buscaba en el fondo de alguna copa con la esperanza de verlos por última vez.

Podría decirte que aquel día esperaba que lucharas por mí. Y por ti. 

También podría contarte que te escribo contínuamente. Como ahora. Como antes.

Pero, si dijera todo eso, te mentiría. Y jamás lo sabrás.

Podría decirte que te echo de menos. Lástima que no me leas. Lástima que yo no te lo diga.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Lo que te quiero -y querría-

Nocturnamente o diurnamente, tarde o a tiempo, o pronto. Sin duda bien, -demostrado ha quedado-. A los hechos me remito, a la verdad que asola en la soledad de tu almohada; intrínseco, tímido y extrovertido a la vez, caótico, católico y protestante a la vez; respetuoso, temeroso, acorazado, negado, acertado o desacertado; laberíntico, clarificado, friki, sereno, equilibrado… así es lo que te quiero. 

Lo que te quise… así es lo que te quiero; cada día un poco más -o menos-, que dejas desangrar.

Lo que te quiero. Esa inmensidad que asomaba cuando decidiste hundirte adrede con el Titanic al primer Iceberg que no llevaba tú nombre, -ni tu piel-.

Ese ¡sálvese quién pueda!, convertido en, ¡yo la primera!.

Ese todo vale, ese fingir, gritar, imaginar… esa forma de desdibujar lo real para no poderlo salvar: nada de nada; para hundir la buena (por una vez en la vida) cruda realidad.

Como un perdón infinito, como una Fe, como un universo, una constelación. Así te quiero y quise yo.


Lo que te quise, -y quiero-, sólo es comparable a la ilusión de un niño; a la amarga lágrima de aquél que ha perdido toda la Fe en cada uno de sus dioses, a la herida en la rodilla de aquella niña perdida, tras la zancadilla de un matón don nadie de una clase cualquiera.

Lo que te quiero, es leal, sincero, respetuoso, legal; no obstante es complejo, intenso, reposado. Lo que te quise es ideal, duradero, perfecto. Lo que te quiero Dios dirá.


Lo que te quiero no alberga rivalidad, sólo amistad, amor, compadreo. Piña y equipo; dúo de dos más ninguno, pero sumando a todos. Lo que te quise era perfecto, salvo tú. Lo que te quiero se desangra, si le sumas tú.


Lo que te quiero no tiene rival alcanzable, no tiene límites, ni dimensiones. Lo que te quiero, te quería y te hubiera – o hubiese-, querido no tenía mecha, ni llama, ni cuerda; tampoco final.


Lo que te quiero solo es comparable con toda la inmensidad, con toda la virtud. 

Solo es comparable en toda la realidad, a unas pequeñas -pequeñísimas- cosas, por desgracia no deseadas, no esperadas; nacidas del vientre de una sima nuclear, del pozo más demente, del agujero más oscuro de las entrañas del infierno de Dante, de la peluca de un maniquí, del timo de la estampita… de la decepción de haber sido robado cartera y corazón.

Lo que te quiero tan solo es comparable a la traición regalada por la careta más alegre. A la cobardía obligada por el silencio goteroso, cianuro a cianuro. Lo que te quiero solo es comparable a tu «Bella» más tu «dona». A tu Atropa.

Lo que te quiero solo es a la comparable a la mortalidad, al tóxico influír de los entornos manipulados, que fueren totalmente ajenos. Distantes. Siempre empezar a contruir de cero.

Solo es comparable a la necedad de tu necesidad, -de la necesidad- de no querer ganar, -por alguna quimérica razón-; y de la absurda costumbre de mentir-(me)-.

Aturdidos sentimientos adalides de la destrucción más agridulce.

Comparable frente al océano de la manipulación tediosa y horrorosa de todo y todos, acabando y empezando por tu principio y tu final; de soltar la mano del camino, de apagar las velas, de dejar de girar las esquinas, de meter la zarpa hasta el fondo más y más tenebroso sin razón alguna más que la locura de no querer ser la reina; de querer ser la pobre de la historia; la caperucita… siendo la princesa y El Lobo.

Lo que te quiero y quise, solo es comparable al extremo sufrimiento del edén prendido en llamas por querer engañar, por querer robar un corazón que ya era tuyo, por tener tanto miedo a nada o quien sabe qué; por vender tanto azúcar y dar tanto limón; por utilizar a todo aquél mecenas para una guerra nada absolutamente santa.

Una guerra de uno, que sólo tu librabas, y aún libras; de misiles, de mentiras, de bombas en bolsas de patatas fritas; de prometer a aliados nuevos cuentos, a cambio de compasión. De medicinas de marca blanca.

La mía (mi única «guerra») siempre fue de miradas, de besos, de miedo a tu botón rojo, de maratones de cine, de miel en los labios, de noches en vela deshaciendo sábanas, de velas en celo, celosas de nuestro fuego. Y no habrá paz para el descrédito de tanto amor.

La mía, -mi única y dulce «guerra»-, era de mano tendida, de chaqueta en charco para salvaguardar unos tacones de aspirante a princesa, de volver a creer -como dijo Sabina- en tu boca de fresa. Esta vez sin esquinas, y demasiadas espinas, «cuando aún tenías esa forma de hacerme daño». Y sigue.

Lo que te quiero solo es comparable a la inalcanzable felicidad, comparable a la tristeza de la Diosa Fortuna ante la injusticia, ante el amaño de la violencia, la gente engañada, la ficción adulterada; edulcorada con las lágrimas calientes de tus ojos pendientes, -que por otra parte tan bien saben conquistar la cima de mi perdón y mi pecho-. (Maldito el Sherpa, gurú, mapa o guía que te lo enseñó).

Lo que te quiero solo es comparable al daño inmenso de vomitar sobre el dueño y el jardinero de tus primeras flores: en tu vida y en la primavera. Solo comparable a dar las coordenadas de la diana de mi alma, -que más mal podría hacer-, al mismísimo Diablo. De permitir que hagan tú faena. Una faena ya hecha, innecesaria. Y aún así saber que no habría la deuda de ni pedir perdón


Lo que te quiero solo es comparable a la despechada enemistad de dos enamorados separados por la cobardía, el silencio y el abismo que crea la ausencia de verdad alguna de la parte que, -por otra parte- más prometía.


Lo que te quiero solo es comparable a la magnitud del olvido, a la heroicidad de olvidar más lento, contra el tiempo. De remar con las manos. Solo es comparable, -lo que te quiero-, en inmensidad y densidad, a la bárbara atrocidad de no dejar ni un regalo, a la cacería y masacre vital de saber o parecer olvidar tan y tan rápido.

Lo que te quise, y te quiero, solo es comparable a la Biblia, a una biblia, al libro más sagrado; a un sacramento; a la última voluntad de un moribundo, al deseo del alma de un testamento profundo; solo es comparable en -escasa y odiosa comparación- a la sagrante escabechina con despecho -y retorcida- de haber desgarrado todas y cada una de las páginas que unían algo más profundo. Este nuestro libro hecho a mano, algo deseado.


Lo que te quiero y quise, solo es comparable a Pinocho y Gepeto. A Wendy y Peter Pan. Al piano de El Pianista, a que arda el cielo. A los besos que no nos hemos dado. A no sabernos decir nada en el momento.

Lo que te quiero y te querría, solo es comprable a la decepción de tu hueco ausente, al vacío, al puñal bien apuntado, al esfuerzo invertido en hacer más mal que bien, a afilar en las sombras las espadas que iban a ser de nuestro trono, para clavarlas en la espalda sin tapujos.

Lo que te quiero pues, y me reitero, solo es comprable a que se seque el invierno y llore el verano; solo es comparable a la oscuridad demente, a la traición más hurdida, a la insondabilidad de tanta absurda y barata cobardía.

Lo que te quiero y te quise, solo es comparable en gracia al querubín que sabe perdonar cualquier mentira; y en vacío, solo es comparable al sufrimiento de robar la mitad de todo y dejar la mitad de absolutamente nada.

Lo que te quiero y te quise solo es comparable a la monstruosa herida de vertir aún más mentira sobre un humanista, sobre el río que seca sobre la poca virtud; salitre en cada herida. Y para más inri, sobre alguien que envolvió para regalo toda su ilusión.

Solo es comparable en despiadez, a desmontar el castillo de naipes de un niño en el colegio, a las matemáticas de un superdotado, a la teoría de la relatividad. A Einstein, al vasto universo, a nuestra verdad. La única. Al héroe, a Spider-man, a las llaves perdidas. A los saltos de fe a carros de paja.

Lo que te quiero, -y te querría-, solo es comparable a la lágrima que paraliza el alma, caliente y tulgente, que aemás pesa; a la mayor decepción. A que llueva en fallas, a la gota fría… a los huracanes de la costa más salvaje.

Solo es comparable en misterio a la caja de Pandora, a la Historia, a una historia… con un final pasivo, ni siquiera malo, ni siquiera mal. A la sordidez de un dejarlo pasar.

Lo que te quiero y te quise, sin duda, solo es comparable al fondo más abisal y al monstruo del lago Ness; a la tesorería del estado mayor, a la pasión de reponerse, a la nación más grande, al número uno, al dos y al tres; a la abnegación más absoluta.

Lo que te quiero solo es comparable a la mayor derrota, a la mancha negra en la bandera blanca, a la teoría del vacío, a la nevera sin gota de vino y a la materia más que oscura.

Lo que te quiero, te quería, -y te querría-, solo es comparable al perdón total. A la ausencia. A la impaciencia. A la intolerancia de ver en ojos ajenos la paja propia.

Lo que te quiero -y te querría-, solo es comparable a la tremenda caída que supone la verdadera forma del rostro del amor anhelado, lo que parece ser verdad. A la derrota de lo tan lindo que vino frente a lo que debió ser un accidente, error, mentira según decías…

Lo que te quiero, -y su inmensidad-, solo es comparable a la caída del Limbo, a la disfunción entre el bien y el mal. Solo es comparable a la desolación de parecer saber finalmente como es el resultado, a la burla a las promesas más serenas más serias; a la rotura del timón; al peor golpe de estado jamás dado con y contra el mío -y ningún- corazón.

Lo que te quiero, y te querría, solo es comparable a la destrucción de dos ciegos que no saben sentirse la cara ni las manos, solo comparable a dos con buena vista que pierdan de los ojos el norte, todo su camino, que no se miren ni a los ojos. Que no se busquen las pupilas, que se sequen solas las lágrimas calientes que paralizan, que no se busquen ni de noche ni de día.

Lo que te quiero solo es comparable a la opacidad de la desdicha, a las contradicciones de la vida misma, al Ying divorciado del Yang; a que nunca aparezcas… a que todo desaparezca, a la magia Borrás.

Lo que te quiero, -y querría-, solo es comparable al aullido que busca en la soledad, al aullido que odia el engaño de la luna y ama la sencillez de dejar pasar la falacia, al despecho de entender que la sinceridad casi nunca fue la opción elegida. A renunciar a un pedazo de felicidad, de forma tan ridícula como pedir por esa boquita.

Solo es comparable a lo fácil que sería ser razonablemente felices, auténticos, al desastre de dejarlo pasar. Marchitar. Alimentar la hoguera con más leña al fuego, «ahora me ves…».

Lo que te quiero en tamaño, solo es por desgracia equiparable a la repetición de los mismos y peores daños, a la rotura de los más dulces votos, a la muerte del alma y al desollar de la piel a manos del propio amor; quien amas, quien ama… a quien es amado.

Solo comparable en paupérrima situación a que haya ganado el mal más absoluto. Solo comparable al despago inagotable de la cara no tan bonita que decías circunstancial, temporal. Que finalmente la lágrima negra del maquillaje de la tristeza fuera tan real. Que no hayan huevos, a sacar los pañuelos, que no hayan ovarios, a poner los ladrillos, a contar la verdad a sicarios, a montar un mundo una pizca mejor.

Solo es comparable lo que siento, a la desorientación inextirpable de la mala parte que excusada, apuñaló cada célula, al abandono impensable de nuestras manos, al adiós inanunciado de nuestros labios, de nuestro código morse frente al tiempo… al triunfo de la mala parte que no debía nunca ganar. A la trágica e inexplicable ausencia de la tercera parte, al descuento final.

Lo que te quiero solo es comparable a la galaxia de todo dolor que supone la falacia de todo, superponiéndose sobre todo; de nuevo. La inagotable impotencia de que nadie sepa que es real, lo único, lo bueno; que todo lo hecho y posible, sea baladí, inútil… se pierda en el olvido de la tormenta de los tiempos, de la sopa (boba) y tan boba, de la vida.

Lo que te quiero, -y voy resumiendo-, solo es comparable a la tristeza tan inmensa e indomable como el mayor mar, de los actos despechados y letales, tan finalmente tuyos; a la desesperación de entender que en mi corazón perdonaría aún más lo nuevamente imperdonable. Y no obtener perdón.

Lo que te quiero solo es comparable a entender que no merece nada nada, de todo, de la nada, ni el todo más todo; ni lo que quisiera querer hacer. Solo es comparable en confusión a la borrachera que supone saber que el anonimato será el escudo que nos brinde la peor excusa; solo comparable al maltrecho hipotecar cacho a cacho de cada parte de mi pecho hastiado, porque nos obliguemos a olvidarnos, a odiarnos.

Solo es comparable en vértigo, a la vertiginosa espera de que esa hipoteca revalorice un terreno regado en una marabunta de sal. A mala leche.

Lo que te quiero es parecido en intensidad a la amarguísima sensación inigualable de sentir que se renuncia a tanto por tan poco; a la envidia de las flores que desea que el cielo las comprenda como yo, a que quedará sólo el olvido. A ninguna estación. A volver a desangrarnos, a ser dos menos dos. Uno menos uno. El otro sin el otro.

Lo que te quiero y quise, -y querría- solo es comparable al dolor de un mesías sin sus apóstoles, al despecho de la luna sin ni una sola de sus estrellas cercanas; solo es comparable a jugarse toda la partida a la frivolidad del capricho de elegir estar mal. De elegir tan mal.

Lo que te quiero pues, es únicamente comparable al desagüe por el que se tiró todo el esfuerzo, a la repetitiva, -incluso en este escrito- y extraterrestre, desgarradora, indiferente, (como ninguna…) traición más mal tramada. Al delito perfecto, al crimen sin resolver.

Solo comprable a no parar de repetir lo que se juró no repetir, de la rotura de cada promesa en mitad de un mundo que nos esperaba. Al desesperante desierto de volver a nunca jamás, volver a elegir estar mal, a la excusa inalienable de la culpabilidad; a que llueve fango cuando se mancilla la humanidad de un sentimiento que se regala, -y es recibida-. Solo comparable al esfuerzo de cada minuto del pasado dado; del presente ofrecido -y del resto- de mi (una) vida.

Lo que te quiero, quería y querría, solo es rivaliza frente al drama fingido más cruel y pasivo, a jugar malabares con los traumas y el dolor, a ser dos que no juegan a lo mismo… a la divisivilidad de lo indivisible, a hablar de la vida de boquilla; cuando uno juega a confiar, y otro juega a cualquier otra cosa. Juega a jugar.

Solo es comparable al desconsuelo de lo imposible de entender, al capricho de no pulsar ningún botón; a no atender ni a la guía ni a la ayuda a la frialdad de marchitar aposta; solo es comparable en dolirido golpe al engaño vertido a una misma conciencia, cometiendo el mismo error, al bucle.

Al tremendo error de seguir pensando que, sin algo tan genial… se está mejor.

Solo comparable a creer que lo bueno es fácil, que lo ideal es lo mejor, que lo dificil deja de merecer la pena cuando toca poner de la otra parte. Que toda moneda tiene su cara y su cruz.

Solo es comparable a la decepción de no entender, ni porqué ni para qué, «ni como ni cuando, ni ciento volando, ni ayer, ni mañana», elegir tan rematadamente mal.

Solo es comparable a la maldición del canto de la peor caída, a la explosión de un continente, solo es comparable en extensión, a la inmensa tierra partida; a la ronca voz de la Divina Providencia cuando no es tan divina, -y te susurra- tras haber prevalecido ahí, en mil y una amenazas, en cientos de daños, de la crucifixión y el via crucis, de la marca en la piel de unas ardientes tenazas. Del pellizo de Satán.

Solo comprable a incontables locuras, a decenas de maneras de enseñar una luz modesta, mil caminos; tropezar ligeramente ,-y en un mal gesto-, girar la vista atrás y perder la bolsa y la vida, y no ver nada, ni a nadie. Nada de lo dado, ni carta del banco, ni correspondido; se largó el aliento y la tirita necesaria para tan poco traspiés, sólo para coger carrerilla, solo quedó la extrema unción.

Lo que te quiero, en conclusión: solo es comparable al mayor de todos los dolores; el de volver a creer en algo, a través de alguien, y al primer verde, perder todos los números, la papeleta, que te toque al revés la lotería, llevarte la goma, la calculadora, la tiza y hasta el borrador. Solo es comparable en malestar a, tras tantos dolores, girarse… y ver vacío.

Vacío tan galáctico al que solo y solamente es comparable lo que te quiero y quise. Y querría.

Lo que te quiero,-y querría-, solo es comparable a la soledad del teclado que comunica, a la pistola virtual que ya no dispara, a la sombra engañosa de creer, creyendo tan descreidamente que no era tan sencillo, a justificar la difamación, al diamante en bruto que no es tal: en un brillo que no está.


Solo es comparable al cine viejo de un barrio, al barro, al llorar del río al ver sus aguas largarse a otro caudal. Solo es comparable al sufrimiento, al agujero del paredón; a entender que perdonarías tan facilmente a quien nunca va a pedir ningún perdón. Al casquillo de las balas en la acera, a la mala manera, al segundo y tercer agujero del mismo paredón

Lo que te quiero y querría, sencillmente solo es comparable a la escasa luz, al robo, a la palabra escondida, inmensa una tras otra, al llanto de un ángel que comprueba que teniendo al alcance las alas con tan sólo el esfuerzo de estirar un brazo, no tiene las agallas de defender su halo, defendiendo lo indefendible. De llamar tonterías a las llaves del mismísimo cielo.

Solo es comparable a la impotencia infinita de saber que era tan fácil como cumplir un mínimo pacto; la promesa de vuelta, -tan pronto rota-: de dejar marchar los pesos muertos, la mentira.

Para poder querernos como nadie; querernos más, como en los cuentos de princesas. Como no podía ser mejor…

Como te quiero. Lo que te quiero…


Alberto Castellar: @ImDrag0n

http://enlapieldeldragon.blogspot.com.es/2015/04/lo-que-te-quiero.html

Morimos por instantes que valen recuerdos de una vida

Nadie dijo nunca que fuera fácil. Chico conoce a chica, hasta ahí bien, todas las pelis dan en el clavo. Unas ponen un poco más de ficción en los besos y otras menos. Algunas incluso son incomprensiblemente imaginarias. Nadie se cree que Leonardo Di Caprio no podría haberse salvado de morir congelado con un poco más de insistencia. Pero ahí está, ese acto heroico que toda chica busca en su vida, que todo cuento de hadas tiene, y que soñamos y esperamos que algún día alguien lo haga por nosotros.
Todo eso está muy bien. También en Disney la Cenicienta iba en un carruaje que era una calabaza. Pero no nos engañemos, dibujos animados, novelas y demás series juveniles «atrapabobos» abstenerse de metaforizar. El rosa queda muy bien, sí, pero en los vestidos, y si puede ser de las bailarinas de ballet.

Y es que pasamos horas y horas intentando conocer a la perfección, sin saber que ella nunca suele vestirse de gala y aparecer en las fiestas. Por eso no dudamos en irnos con la primera copia barata de Ken y Barbie que encontramos, qué más da, mañana por la mañana estaré de vuelta en casa. Solo espero no haberme dejado la ropa interior otra vez en su coche, ya es la séptima vez este mes.

Y así pasan los días y creemos que la vida no es más que ir dando tumbos. Que así debe ser. Que así lo escribió Shakespeare y no les fue tan mal a Romeo y Julieta al final. Quizás la parte en que mueren los dos nos la hayamos olvidado. Qué más da, Blancanieves también mordió donde no tenía que morder, y no me digan que no acaba bien la historia. Nos hace falta menos Disney y más coraje hoy en día.

No siempre va a llegar ese príncipe con su beso ideal que nos despertará. La vida es el propio cuento en sí, y nosotros lo escribimos día a día, con nuestros fallos y tropiezos. Está muy bien eso de ser Angelina Jolie y casarse con Brad Pitt y tener una mansión en Beverlly Hills e hijos maravillosos. Pero luego está el despertador, que cada mañana suena a las 8 y media dándole una patada a lo onírico.

Quizás el día tenga algo de diferente del anterior dependiendo de si el chico guapo de la clase te ha hablado o si ese tonteo que llevas por whats up se va haciendo cada vez más picante con el buenorro que conociste en la discoteca el otro día. Quizás no sea tu Orlando Bloom, pero que más da, ya llegará ¿no?, hasta las más desgraciadas de los cuentos lo encuentran. Tic Tac Tic Tac, otro día que pasa, un piropo aquí, un gemido allí, seguimos confiando en el «vivieron felices y comieron perdices» y no vemos que muchas veces tan solo aparece un «The end».

No nos engañemos. La vida no está hecha para imitar a Hache y Babi. Está muy bien eso de poner una toalla en la playa y hacer el amor hasta la madrugada. Y qué decir del puente pintado con un bonito A3MSC. Sí, precioso, pero dejemos el mundo de Moccia en las páginas. Vivamos la realidad. Aquí no hay motos, ni peleas, ni siquiera puentes. No todo son coreografías perfectas salidas del Moulin Rougue. Hay gente real, que de hecho busca últimamente más carne que hueso. Lo esporádico está de moda. Nos dan miedo las ataduras, siempre y cuando no sean con ese ser bajado del cielo. En ese caso lo dejamos todo. Todo sin saber que no es más que otro intento desesperado por volvernos a sentir alguien, por volver a fumar, por volver a tocar. Pero aun así volverá a ser efímero, y cuando menos te lo esperes volverás a estar en un parking en el asiento de atrás de un coche y oliendo a alcohol barato.

Y es que el amor no es cosa de un día, ni de dos ni de tres. El amor es costoso. Es más que tener sexo de continuo. Es arriesgarlo todo, es un puto juego de azar en el que no sabes cuando la bola caerá en tu sueño apostado o parará en la otra parte de la mesa, y en ese caso, no lo olvides esta vez, acuérdate de coger la ropa interior de su casa, de su coche, o de donde quiera que lo hayas pasado bien.

Y es que el amor en sí es para los valientes. Valientes que no temen perderlo todo por un momento. Suspiros envueltos en velos. Solo los bastantes locos para apostarlo todo tiene la posibilidad de ganar. Y ese momento, dicen, que cuando llega lo sabes. Sabes que debes tirarte al precipicio sin mirar abajo, pues allí habrá alguien esperándote; aunque para ello hayas tenido que caer veces y veces desde lo más alto.

Pero mientras tanto ahí estamos. Desvistiéndonos noche tras noche en busca de caricias fáciles. Quizás tenga razón Disney y haya que esperar al final de la historia para encontrar la perfección; quizás ya sea tarde cuando queramos ponernos a buscarla. Graciosa la vida que no nos muestra el índice de la historia.

Quizás el único escritor que pueda cambiar todo eso seas tú. Todo dependerá si sigues reinventando una historia pasional o si decides ya que la protagonista siente la cabeza, y monte en moto, y vuelva a sonreír, y se sienta bien y bla bla bla.

Lo que está claro es una cosa, y es que morimos por instantes que valen recuerdos de una vida. La diferencia está en si esos instantes son con la persona adecuada o no; si lo son la historia ganará color, si no, la acción estará asegurada.

Pero aun así, y aun con todo ello, vengan días de azul o vengan de rosa, el cuento tendrá siempre un final, y nosotros habremos decidimos su trama, bien desorbitadamente enfocada hacia la calidad o bien apasionadamente más hacia la cantidad.


Matías Ibáñez Sales: @Matt__93

Mi (no)historia con Marta

  • Si quieres que nos perdamos, sólo tienes que decirlo – Me susurró Marta al oído.
Hace ya algún tiempo que Marta me había captado con todos aquellos movimientos ligeros.
Sus manos me parecían perfectas, tan delicadas pero preparadas para defenderse si fuese necesario. Me parecían perfectas incluso cuando se había carcomido las uñas de puro nervio y el rojo de sus uñas se quedaba a trozos. Sin embargo, había un momento que perdura todavía en mi retina: Su manera de llevarse los cigarrillos a la boca. Esa forma tan sexy de seguir tentando a la muerte y prenderme por completo al tiempo que encendía el mechero.
Yo es que me perdía en sus labios. Tenía la sonrisa capaz de desdibujar la indiferencia del mundo. Y así podría tirarme horas, diciendo todas las razones por las que la adoro y quiero sentirla cerca mío a cada instante.
Aunque para nada era perfecta, sólo que también aprendí a amar sus defectos, que eso no significa que en repetidas ocasiones no nos llevasen a enfado. Era cabezona, cabezota y tenía una lógica extraña. Pero bueno, nos acogíamos a la fuerza y la pasión de la reconciliación. Cómo en sucede en cualquier otra pareja puede suceder que después de los enfados sientes como se te calan, más todavía si cabe,los huesos por la otra persona.
Y a mi nunca se me habían calado de esta forma. No veía a nadie con los ojos con los que la miraba a ella. No había nadie como ella. Yo le decía de broma y no que era mi “especialita” y eso a veces la hacía incomprensible, y me traía muchos quebraderos de cabeza.
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Yo aún así había empezado a enamorarme. Iba sin freno ni marcha atrás y todo parecía precipitarse. Eso sólo me deja al límite. Irrepetible y lleno de oxitocina. Pero en el límite.
Recuerdo nuestro primer beso en aquel parque de debajo de mi casa, un domingo cualquiera. Que lejos de resultar aburrido y melancólico como lo eran el resto de domingos, fue una sorpresa, fue comprensión y sobre todo, fue amor.
También recuerdo la excusa con la que quedamos y que ahora me parece como poco graciosa.
  • Pues no lo tengo muy claro.
  • En tal caso hagamos el experimento. Si funciona o no. Yo apuesto a que si.
  • Yo a que no. Nunca se me ha pasado por la cabeza.
  • Es que no te tiene que pasar por la cabeza, sino por el pecho. Y si el experimento sale bien… Por otra parte también.
Recuerdo que reímos muy fuerte y que notaba arder mis mejillas. También recuerdo esa noche pasármela fantaseando.
Desde entonces, me moría por seguir ardiendo contigo. Por estar así siempre. Por perderme todos los días de la semana en los labios de Marta porque allí me sentía segura. Y lo más importante era yo, sin artificios ni maquillaje de más. Si me apuras hasta sin ropa.
Así pasaron tres fantásticos meses, cortos e intensos, y las cosas iban tan bien que decidí formalizar la relación. Como se formaliza cualquier otra. Pero no se dio ni un duro por ella. Faltó estructura. Faltó lucha para que se entendiese un amor que dejé morir por miedo. Faltó decisión para que se viese la que fue nuestra realidad.
Recuerdo a mi padre, un hombre conservador y con bigote de inspector, diciéndome:
  • Lucía, ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? Yo a Marta no la veo para ti… O sea, parece y seguro que es buena chica.. Pero es que es una chica.
Yo me apresuré a contestar lo más educadamente posible a pesar de mi enfado interno.
  • No es que esté asegura o deje de estarlo. Es que me estoy dejando llevar por lo que siento. Y me hace feliz, olvidar lo vacía que he estado durante tanto tiempo…
Mis padres padres pensaban que todo esto se escapaba de la normalidad. Que no se me notaba nada en mi forma de actuar y que podría ser una confusión momentánea.
Pero, joder, ¿Qué es la normalidad? ¿Quién la establece? Y, ¿Acaso no era más importante que fuese feliz? En su abrazo lo era tanto…
Pero como ya he dicho antes tuve mucho miedo de no encajar.
Marta se terminó el cigarro y yo el café. 
  • He de volver a casa. Te llamo ¿vale?- Le mentí. Porque lo cierto es que nunca le llamé. Tampoco contesté sus llamadas. Supongo que me pudo el miedo y la presión. 
Pero eso sí, la herida que dejó Marta en mi, es algo que no termina de cicatrizar porque cuando noto que los días se acumulan sin más me pongo como ansiosa de recordarla al sol con su risa imparable. Conforme pasaban los años también empecé a odiar el sabor del tabaco en los besos de Ricardo porque me recordaba demasiado a las manos de Marta sosteniendo el cigarrillo y yo lo que quería es que me vuelvan a sostener a mi en los días en que dejó de ser feliz. Lo que quería es que me volvieran a acariciar.
Por eso Ricardo dejó el tabaco y terminó convirtiéndose en el padre de mis dos hijos. Somos la familia perfecta y nos amamos todos.
Pero yo a veces sueño. A veces, me pregunto que hubiera pasado si hubiera llamado o si no me hubiese dejado llevar por el miedo a la no-normalidad. Si me hubiese atrevido a perderme con ella.

Sofía Gallardo: @SofiaGP57

Por dejarme llevar

Que se pare el mundo, que yo me bajo. Lo afirmo, lo pido, lo imploro. Aunque a estas alturas, tampoco serviría de nada.

Por una mísera vez que había visto la luz al final del túnel, por una vez que comenzaba de nuevo a sentir esa brisa tan reconfortante, he descarrilado, todo se ha ido de mis manos y mi alcance y sí, me he pegado de cara contra el muro más cercano. Y no sólo una vez, le he cogido el gusto y repito. Y además, con ansia, como quien se come un pastelito después de una larga dieta.

Ningún vicio es bueno: ni el más pequeño, ni el más grande, ni tú, que eres mi vicio inconfesable. Me llevas de la locura a querer sacar la parte más fría de mi ser, de emocionarme con una canción, a parecer lo más insensible del mundo. Me llevas por el camino más recto hasta que, de golpe, me pierdes en los senderos más complicados por los que el ser humano ha caminado. Me generas una inestabilidad emocional que nunca había sentido. Y lo odio. Y me encantas.

Me siento perdida, vacía, sobreprotegida, mimada, ignorada, querida, utilizada. Quiero vivir por y para mi, pero tu sombra no me deja. Me ahogo en un mar de lágrimas a la vez que rio por verme en esa situación en la que nunca pensé que podría estar. Me consideraba más cabal, más serena, más… ¿Fuerte? No, esa no es la palabra. No se cómo definirlo.

Quise jugar y acabé siento el juguete, tu juguete. Ahora juguete roto, esa muñeca de trapo que ni quieres tirar, ni quieres tener a la vista. Un juguete que no quieres compartir, pero del que tampoco quieres presumir. Me siento traicionada sin haber tenido nunca un precepto por el cual pensar que existía ese vinculo de “compromiso” que pudiera romperse. Pero la traición sin ese vinculo no existe. Supongo que decepción sería la palabra. Me decepciona volver a decepcionarme. Me decepciona darme cuenta de que ya no puedo creer en nada.

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Quiero no querer decirte nada. Me contengo. Rompo a llorar. Que se pare el mundo, quiero bajarme. Quiero ir a mi lugar de retiro, dejar de pensar, dejar de darle vueltas a algo que en realidad nunca existió. Fue un juego. Nuestro juego. Se acabó.


Sara Ruiz: @sararuiz15

Quédate o vete

Yo tendía a enamorar siempre a las buenas personas, mientras que yo me enamoraba de los capullos.

 

Nos devorábamos como si fuera aquella, nuestra última noche en el planeta Tierra.

Todo iba demasiado deprisa. El vino había creado el efecto exacto que yo tenía en mente desde aquella mañana.

Podría decirte que era totalmente consciente de que dentro de unas horas iba a desaparecer, pero no lo era. Tuve el presentimiento de que, esta vez, iba a quedarse conmigo. Pero no, se fue. Como todas aquellas cosas que no le dije y debería.

Llevábamos más de una hora subidos a aquel coche rojo destartalado dando vueltas por Madrid intentando encontrar un sitio para aparcar sin correr el riesgo de ser multados. Porque yo no iba a pagar parte de dicha cuasi-multa.

Ese día estaba realmente guapo. No es que no lo sea de por sí, sino que la luz primaveral que se había asomado por primera vez después de semanas de intensas lluvias, creaba una especie de aura mágica. Hipnótica.

Al minuto número uno, yo ya quería besarle.

“Yo no quiero enamorarme de ti, lo siento”

Todo el día lleva rondando esa escena por mi cabeza. A pesar de haberme levantado esta mañana sola en mi cama, con todo tirado por el suelo, preguntándome qué había pasado. ¿Había sido un sueño? ¿Qué día es hoy? Mierda, son las cinco de la mañana y dentro de cuatro horas entro a trabajar.

Soy caótica.

Acaba de sonarme el móvil y es él. No entiendo nada.

Si no me quieres, ¿por qué me persigues?

Que alguien me lo explique.

“Me pillas bastante ocupada, hablamos en otro momento”

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Tengo que alejarme de él como sea. Es inútil. Me castigo mentalmente por haber sido tan idiota: “ahora que está ahí, tú lo rechazas. Eres imbécil”.

Porque sí. Porque las mujeres da igual cuantas veces nos hayan roto el corazón, nosotras siempre queremos lanzarnos a la piscina. Siempre estamos seguras. ¿Nos rompen el corazón? Sí. Tenemos unas semanas de luto, vemos que no merece la pena estar mal con una persona que ha perdido la oportunidad de poder descubrirnos como mujeres y como personas, y seguimos hacia delante. Sin miedo a volver a enamorarnos. Sin miedo a conocer a otras personas. Puede que nos equivoquemos o puede que no, pero sabemos (más o menos) lo que queremos y lo que tenemos. Y si decimos que con este hombre me quiero equivocar, nos equivocamos. Y aprendemos. Eso siempre.

Los hombres no. Tienen una relación que les sale mal y ya castigan al resto de las mujeres: “no estoy preparado”, “no quiero una relación”, “eres más de lo que esperaba”, “no te merezco”… ¿Es necesario seguir? Creo que ha quedado todo claro. Tiene un miedo horrible al compromiso pero, sobretodo, tienen miedo a enamorarse de la persona adecuada.

¿Y si yo soy su persona adecuada? ¿Por qué no se arriesga a saberlo?

Y mientras las mujeres van conociendo a una gran cantidad de hombres, y éstos pasan por nuestra vida, nos preguntamos: “¿dónde está el definitivo?”

Simplemente, no hay.

Así que seguimos haciendo prueba y error. En un círculo continuo. Sin fin.

Porque sí, el amor, a largo plazo, es igual a “parte de mi felicidad va a depender de otra persona” y eso nos asusta, a ti, a mí y a todos.

No busques una explicación, lo bonito de los sentimientos es que no la tienen. Al grano. No está enamorado ni predispuesto a estarlo y cuando no hay amor, nunca es ni será el momento adecuado, por lo tanto, primera conclusión, no existe el amor perfecto en el momento equivocado. Hay personas que se conocen en el “momento equivocado” para más adelante reencontrarse en el momento perfecto, y hay amores equivocados que llegan en el momento perfecto para darte una lección de vida y es entonces cuando comprendes que cada persona llega justo en el momento que tiene que llegar. En el momento idóneo para empezar de nuevo o cerrar el libro y darte cuenta de que necesitas leer otro género; en el momento perfecto para aprender algo, para hacerte más fuerte, para crecer; en el momento clave para conocerte un poco más, porque al fin y al cabo, el único, la única que importa, eres tú.

Esas personas, de las cuales aunque lo intentara nunca llegué a querer de la misma forma que ellos lo hicieron conmigo, podrían haber sido mi chaleco salvavidas; mis respuestas a todas las preguntas que me hacía a lo largo del día… Y, sin embargo, siempre terminaba por romperles el corazón. Odiaba ser así, porque ninguno de ellos se merecía ese rechazo. Tiempo más tarde, ellos encontraban a su media naranja, y yo les envidiaba a ellas por lo fácil que debería ser su vida amorosa con alguien que las quería de verdad. Ahora les veo a ellos: felices, enamorados. Y yo sigo siendo aquella persona que fui el día que me conocieron. Ya vivían con sus parejas, tenían hijos o habían decidido, en su defecto, comprarse un perro o un conejo a medias. Yo no tenía nada, pero tampoco era algo que me preocupara o no me dejara dormir. Estaba decidida a vivir mi vida de la forma en la que yo quería. Convencida de que conocería a más capullos y a buenísimas personas de las cuales, yo nunca me llegaré a enamorar.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Trayectos varados

…Llevaba tanto tiempo corriendo que las piernas empezaban a fallarme, sentía que no quedaban fuerzas ni siquiera para un paso más…

Siempre he pensado que la gente que corre lo hace por dos motivos, huyendo o buscando algo. Cada vez que veía alguien corriendo me preguntaba cual sería el suyo.

¿Mi motivo? Hacía tanto tiempo que corría que ya era como una costumbre, había olvidado porque lo hacía, pero en el fondo sabía que estaba huyendo.

Me detuve exhausto, implorando a mis pulmones por una última bocanada más de aire, sintiendo como cada latido bombeaba sangre a cada parte de mi cuerpo, e incapaz de mirar hacia atrás, por miedo a encontrar algo a lo que no saber hacer frente.

¿De qué huía? ¿Qué me atemorizaba tanto?

No era capaz de recordarlo, pero tenía claro que no podía seguir corriendo, había llegado a mi límite. Así que me armé de valor, dejé los miedos a un lado y me di la vuelta para enfrentar aquello que me perseguía incesantemente.

El desconcierto de apoderó de mí, no podía entender lo que veían mis ojos, o mejor dicho, lo que no veían. No había absolutamente nada.

¿Nada? ¿Cómo que nada? ¿Cuánto tiempo llevaba huyendo sin motivo? O espera… ¿Alguna vez hubo motivo? ¿Algo de lo que huir asustado?

Demasiadas preguntas, y ya no valía la pena buscar respuestas.

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Miré a mi alrededor y me di cuenta que no conocía ese lugar, había corrido tanto que me había perdido y todo era extraño para mí, pero sentía enormemente aliviado, ya no tenía que seguir con eso, todo había acabado. No tenía sentido seguir mirando atrás, preguntándome como había llegado hasta allí, nada de eso importaba.

Con tanto huir me había alejado incluso de mi mismo, pero sabía que aún no era demasiado tarde. Se desvanecía la neblina que abrigaba mis ojos, y empezaba a ver con lucidez. Y me veía a mí, a lo lejos, y vislumbré lo que soy, y lo que quiero.

Desapareció la asfixiante sensación de vacío que arrastraban mis pies desgastados, y todo empezaba a tener color, se acabaron los tonos grises.

Justo en el instante en el que me di cuenta que me había perdido, empecé a encontrarme.

Y entonces eché a correr, pero ahora tenía sentido, ya no era para huir más, esta vez era en busca de algo, en busca de mi, de recuperar todo el tiempo perdido, en busca de la felicidad, de la esencia, de la vida, sin escusas, sin miedos.


Martín López: @martin93LC