Mi (no)historia con Marta

  • Si quieres que nos perdamos, sólo tienes que decirlo – Me susurró Marta al oído.
Hace ya algún tiempo que Marta me había captado con todos aquellos movimientos ligeros.
Sus manos me parecían perfectas, tan delicadas pero preparadas para defenderse si fuese necesario. Me parecían perfectas incluso cuando se había carcomido las uñas de puro nervio y el rojo de sus uñas se quedaba a trozos. Sin embargo, había un momento que perdura todavía en mi retina: Su manera de llevarse los cigarrillos a la boca. Esa forma tan sexy de seguir tentando a la muerte y prenderme por completo al tiempo que encendía el mechero.
Yo es que me perdía en sus labios. Tenía la sonrisa capaz de desdibujar la indiferencia del mundo. Y así podría tirarme horas, diciendo todas las razones por las que la adoro y quiero sentirla cerca mío a cada instante.
Aunque para nada era perfecta, sólo que también aprendí a amar sus defectos, que eso no significa que en repetidas ocasiones no nos llevasen a enfado. Era cabezona, cabezota y tenía una lógica extraña. Pero bueno, nos acogíamos a la fuerza y la pasión de la reconciliación. Cómo en sucede en cualquier otra pareja puede suceder que después de los enfados sientes como se te calan, más todavía si cabe,los huesos por la otra persona.
Y a mi nunca se me habían calado de esta forma. No veía a nadie con los ojos con los que la miraba a ella. No había nadie como ella. Yo le decía de broma y no que era mi “especialita” y eso a veces la hacía incomprensible, y me traía muchos quebraderos de cabeza.
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Yo aún así había empezado a enamorarme. Iba sin freno ni marcha atrás y todo parecía precipitarse. Eso sólo me deja al límite. Irrepetible y lleno de oxitocina. Pero en el límite.
Recuerdo nuestro primer beso en aquel parque de debajo de mi casa, un domingo cualquiera. Que lejos de resultar aburrido y melancólico como lo eran el resto de domingos, fue una sorpresa, fue comprensión y sobre todo, fue amor.
También recuerdo la excusa con la que quedamos y que ahora me parece como poco graciosa.
  • Pues no lo tengo muy claro.
  • En tal caso hagamos el experimento. Si funciona o no. Yo apuesto a que si.
  • Yo a que no. Nunca se me ha pasado por la cabeza.
  • Es que no te tiene que pasar por la cabeza, sino por el pecho. Y si el experimento sale bien… Por otra parte también.
Recuerdo que reímos muy fuerte y que notaba arder mis mejillas. También recuerdo esa noche pasármela fantaseando.
Desde entonces, me moría por seguir ardiendo contigo. Por estar así siempre. Por perderme todos los días de la semana en los labios de Marta porque allí me sentía segura. Y lo más importante era yo, sin artificios ni maquillaje de más. Si me apuras hasta sin ropa.
Así pasaron tres fantásticos meses, cortos e intensos, y las cosas iban tan bien que decidí formalizar la relación. Como se formaliza cualquier otra. Pero no se dio ni un duro por ella. Faltó estructura. Faltó lucha para que se entendiese un amor que dejé morir por miedo. Faltó decisión para que se viese la que fue nuestra realidad.
Recuerdo a mi padre, un hombre conservador y con bigote de inspector, diciéndome:
  • Lucía, ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? Yo a Marta no la veo para ti… O sea, parece y seguro que es buena chica.. Pero es que es una chica.
Yo me apresuré a contestar lo más educadamente posible a pesar de mi enfado interno.
  • No es que esté asegura o deje de estarlo. Es que me estoy dejando llevar por lo que siento. Y me hace feliz, olvidar lo vacía que he estado durante tanto tiempo…
Mis padres padres pensaban que todo esto se escapaba de la normalidad. Que no se me notaba nada en mi forma de actuar y que podría ser una confusión momentánea.
Pero, joder, ¿Qué es la normalidad? ¿Quién la establece? Y, ¿Acaso no era más importante que fuese feliz? En su abrazo lo era tanto…
Pero como ya he dicho antes tuve mucho miedo de no encajar.
Marta se terminó el cigarro y yo el café. 
  • He de volver a casa. Te llamo ¿vale?- Le mentí. Porque lo cierto es que nunca le llamé. Tampoco contesté sus llamadas. Supongo que me pudo el miedo y la presión. 
Pero eso sí, la herida que dejó Marta en mi, es algo que no termina de cicatrizar porque cuando noto que los días se acumulan sin más me pongo como ansiosa de recordarla al sol con su risa imparable. Conforme pasaban los años también empecé a odiar el sabor del tabaco en los besos de Ricardo porque me recordaba demasiado a las manos de Marta sosteniendo el cigarrillo y yo lo que quería es que me vuelvan a sostener a mi en los días en que dejó de ser feliz. Lo que quería es que me volvieran a acariciar.
Por eso Ricardo dejó el tabaco y terminó convirtiéndose en el padre de mis dos hijos. Somos la familia perfecta y nos amamos todos.
Pero yo a veces sueño. A veces, me pregunto que hubiera pasado si hubiera llamado o si no me hubiese dejado llevar por el miedo a la no-normalidad. Si me hubiese atrevido a perderme con ella.

Sofía Gallardo: @SofiaGP57

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