Morimos por instantes que valen recuerdos de una vida

Nadie dijo nunca que fuera fácil. Chico conoce a chica, hasta ahí bien, todas las pelis dan en el clavo. Unas ponen un poco más de ficción en los besos y otras menos. Algunas incluso son incomprensiblemente imaginarias. Nadie se cree que Leonardo Di Caprio no podría haberse salvado de morir congelado con un poco más de insistencia. Pero ahí está, ese acto heroico que toda chica busca en su vida, que todo cuento de hadas tiene, y que soñamos y esperamos que algún día alguien lo haga por nosotros.
Todo eso está muy bien. También en Disney la Cenicienta iba en un carruaje que era una calabaza. Pero no nos engañemos, dibujos animados, novelas y demás series juveniles «atrapabobos» abstenerse de metaforizar. El rosa queda muy bien, sí, pero en los vestidos, y si puede ser de las bailarinas de ballet.

Y es que pasamos horas y horas intentando conocer a la perfección, sin saber que ella nunca suele vestirse de gala y aparecer en las fiestas. Por eso no dudamos en irnos con la primera copia barata de Ken y Barbie que encontramos, qué más da, mañana por la mañana estaré de vuelta en casa. Solo espero no haberme dejado la ropa interior otra vez en su coche, ya es la séptima vez este mes.

Y así pasan los días y creemos que la vida no es más que ir dando tumbos. Que así debe ser. Que así lo escribió Shakespeare y no les fue tan mal a Romeo y Julieta al final. Quizás la parte en que mueren los dos nos la hayamos olvidado. Qué más da, Blancanieves también mordió donde no tenía que morder, y no me digan que no acaba bien la historia. Nos hace falta menos Disney y más coraje hoy en día.

No siempre va a llegar ese príncipe con su beso ideal que nos despertará. La vida es el propio cuento en sí, y nosotros lo escribimos día a día, con nuestros fallos y tropiezos. Está muy bien eso de ser Angelina Jolie y casarse con Brad Pitt y tener una mansión en Beverlly Hills e hijos maravillosos. Pero luego está el despertador, que cada mañana suena a las 8 y media dándole una patada a lo onírico.

Quizás el día tenga algo de diferente del anterior dependiendo de si el chico guapo de la clase te ha hablado o si ese tonteo que llevas por whats up se va haciendo cada vez más picante con el buenorro que conociste en la discoteca el otro día. Quizás no sea tu Orlando Bloom, pero que más da, ya llegará ¿no?, hasta las más desgraciadas de los cuentos lo encuentran. Tic Tac Tic Tac, otro día que pasa, un piropo aquí, un gemido allí, seguimos confiando en el «vivieron felices y comieron perdices» y no vemos que muchas veces tan solo aparece un «The end».

No nos engañemos. La vida no está hecha para imitar a Hache y Babi. Está muy bien eso de poner una toalla en la playa y hacer el amor hasta la madrugada. Y qué decir del puente pintado con un bonito A3MSC. Sí, precioso, pero dejemos el mundo de Moccia en las páginas. Vivamos la realidad. Aquí no hay motos, ni peleas, ni siquiera puentes. No todo son coreografías perfectas salidas del Moulin Rougue. Hay gente real, que de hecho busca últimamente más carne que hueso. Lo esporádico está de moda. Nos dan miedo las ataduras, siempre y cuando no sean con ese ser bajado del cielo. En ese caso lo dejamos todo. Todo sin saber que no es más que otro intento desesperado por volvernos a sentir alguien, por volver a fumar, por volver a tocar. Pero aun así volverá a ser efímero, y cuando menos te lo esperes volverás a estar en un parking en el asiento de atrás de un coche y oliendo a alcohol barato.

Y es que el amor no es cosa de un día, ni de dos ni de tres. El amor es costoso. Es más que tener sexo de continuo. Es arriesgarlo todo, es un puto juego de azar en el que no sabes cuando la bola caerá en tu sueño apostado o parará en la otra parte de la mesa, y en ese caso, no lo olvides esta vez, acuérdate de coger la ropa interior de su casa, de su coche, o de donde quiera que lo hayas pasado bien.

Y es que el amor en sí es para los valientes. Valientes que no temen perderlo todo por un momento. Suspiros envueltos en velos. Solo los bastantes locos para apostarlo todo tiene la posibilidad de ganar. Y ese momento, dicen, que cuando llega lo sabes. Sabes que debes tirarte al precipicio sin mirar abajo, pues allí habrá alguien esperándote; aunque para ello hayas tenido que caer veces y veces desde lo más alto.

Pero mientras tanto ahí estamos. Desvistiéndonos noche tras noche en busca de caricias fáciles. Quizás tenga razón Disney y haya que esperar al final de la historia para encontrar la perfección; quizás ya sea tarde cuando queramos ponernos a buscarla. Graciosa la vida que no nos muestra el índice de la historia.

Quizás el único escritor que pueda cambiar todo eso seas tú. Todo dependerá si sigues reinventando una historia pasional o si decides ya que la protagonista siente la cabeza, y monte en moto, y vuelva a sonreír, y se sienta bien y bla bla bla.

Lo que está claro es una cosa, y es que morimos por instantes que valen recuerdos de una vida. La diferencia está en si esos instantes son con la persona adecuada o no; si lo son la historia ganará color, si no, la acción estará asegurada.

Pero aun así, y aun con todo ello, vengan días de azul o vengan de rosa, el cuento tendrá siempre un final, y nosotros habremos decidimos su trama, bien desorbitadamente enfocada hacia la calidad o bien apasionadamente más hacia la cantidad.


Matías Ibáñez Sales: @Matt__93

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