Lo que te quiero -y querría-

Nocturnamente o diurnamente, tarde o a tiempo, o pronto. Sin duda bien, -demostrado ha quedado-. A los hechos me remito, a la verdad que asola en la soledad de tu almohada; intrínseco, tímido y extrovertido a la vez, caótico, católico y protestante a la vez; respetuoso, temeroso, acorazado, negado, acertado o desacertado; laberíntico, clarificado, friki, sereno, equilibrado… así es lo que te quiero. 

Lo que te quise… así es lo que te quiero; cada día un poco más -o menos-, que dejas desangrar.

Lo que te quiero. Esa inmensidad que asomaba cuando decidiste hundirte adrede con el Titanic al primer Iceberg que no llevaba tú nombre, -ni tu piel-.

Ese ¡sálvese quién pueda!, convertido en, ¡yo la primera!.

Ese todo vale, ese fingir, gritar, imaginar… esa forma de desdibujar lo real para no poderlo salvar: nada de nada; para hundir la buena (por una vez en la vida) cruda realidad.

Como un perdón infinito, como una Fe, como un universo, una constelación. Así te quiero y quise yo.


Lo que te quise, -y quiero-, sólo es comparable a la ilusión de un niño; a la amarga lágrima de aquél que ha perdido toda la Fe en cada uno de sus dioses, a la herida en la rodilla de aquella niña perdida, tras la zancadilla de un matón don nadie de una clase cualquiera.

Lo que te quiero, es leal, sincero, respetuoso, legal; no obstante es complejo, intenso, reposado. Lo que te quise es ideal, duradero, perfecto. Lo que te quiero Dios dirá.


Lo que te quiero no alberga rivalidad, sólo amistad, amor, compadreo. Piña y equipo; dúo de dos más ninguno, pero sumando a todos. Lo que te quise era perfecto, salvo tú. Lo que te quiero se desangra, si le sumas tú.


Lo que te quiero no tiene rival alcanzable, no tiene límites, ni dimensiones. Lo que te quiero, te quería y te hubiera – o hubiese-, querido no tenía mecha, ni llama, ni cuerda; tampoco final.


Lo que te quiero solo es comparable con toda la inmensidad, con toda la virtud. 

Solo es comparable en toda la realidad, a unas pequeñas -pequeñísimas- cosas, por desgracia no deseadas, no esperadas; nacidas del vientre de una sima nuclear, del pozo más demente, del agujero más oscuro de las entrañas del infierno de Dante, de la peluca de un maniquí, del timo de la estampita… de la decepción de haber sido robado cartera y corazón.

Lo que te quiero tan solo es comparable a la traición regalada por la careta más alegre. A la cobardía obligada por el silencio goteroso, cianuro a cianuro. Lo que te quiero solo es comparable a tu «Bella» más tu «dona». A tu Atropa.

Lo que te quiero solo es a la comparable a la mortalidad, al tóxico influír de los entornos manipulados, que fueren totalmente ajenos. Distantes. Siempre empezar a contruir de cero.

Solo es comparable a la necedad de tu necesidad, -de la necesidad- de no querer ganar, -por alguna quimérica razón-; y de la absurda costumbre de mentir-(me)-.

Aturdidos sentimientos adalides de la destrucción más agridulce.

Comparable frente al océano de la manipulación tediosa y horrorosa de todo y todos, acabando y empezando por tu principio y tu final; de soltar la mano del camino, de apagar las velas, de dejar de girar las esquinas, de meter la zarpa hasta el fondo más y más tenebroso sin razón alguna más que la locura de no querer ser la reina; de querer ser la pobre de la historia; la caperucita… siendo la princesa y El Lobo.

Lo que te quiero y quise, solo es comparable al extremo sufrimiento del edén prendido en llamas por querer engañar, por querer robar un corazón que ya era tuyo, por tener tanto miedo a nada o quien sabe qué; por vender tanto azúcar y dar tanto limón; por utilizar a todo aquél mecenas para una guerra nada absolutamente santa.

Una guerra de uno, que sólo tu librabas, y aún libras; de misiles, de mentiras, de bombas en bolsas de patatas fritas; de prometer a aliados nuevos cuentos, a cambio de compasión. De medicinas de marca blanca.

La mía (mi única «guerra») siempre fue de miradas, de besos, de miedo a tu botón rojo, de maratones de cine, de miel en los labios, de noches en vela deshaciendo sábanas, de velas en celo, celosas de nuestro fuego. Y no habrá paz para el descrédito de tanto amor.

La mía, -mi única y dulce «guerra»-, era de mano tendida, de chaqueta en charco para salvaguardar unos tacones de aspirante a princesa, de volver a creer -como dijo Sabina- en tu boca de fresa. Esta vez sin esquinas, y demasiadas espinas, «cuando aún tenías esa forma de hacerme daño». Y sigue.

Lo que te quiero solo es comparable a la inalcanzable felicidad, comparable a la tristeza de la Diosa Fortuna ante la injusticia, ante el amaño de la violencia, la gente engañada, la ficción adulterada; edulcorada con las lágrimas calientes de tus ojos pendientes, -que por otra parte tan bien saben conquistar la cima de mi perdón y mi pecho-. (Maldito el Sherpa, gurú, mapa o guía que te lo enseñó).

Lo que te quiero solo es comparable al daño inmenso de vomitar sobre el dueño y el jardinero de tus primeras flores: en tu vida y en la primavera. Solo comparable a dar las coordenadas de la diana de mi alma, -que más mal podría hacer-, al mismísimo Diablo. De permitir que hagan tú faena. Una faena ya hecha, innecesaria. Y aún así saber que no habría la deuda de ni pedir perdón


Lo que te quiero solo es comparable a la despechada enemistad de dos enamorados separados por la cobardía, el silencio y el abismo que crea la ausencia de verdad alguna de la parte que, -por otra parte- más prometía.


Lo que te quiero solo es comparable a la magnitud del olvido, a la heroicidad de olvidar más lento, contra el tiempo. De remar con las manos. Solo es comparable, -lo que te quiero-, en inmensidad y densidad, a la bárbara atrocidad de no dejar ni un regalo, a la cacería y masacre vital de saber o parecer olvidar tan y tan rápido.

Lo que te quise, y te quiero, solo es comparable a la Biblia, a una biblia, al libro más sagrado; a un sacramento; a la última voluntad de un moribundo, al deseo del alma de un testamento profundo; solo es comparable en -escasa y odiosa comparación- a la sagrante escabechina con despecho -y retorcida- de haber desgarrado todas y cada una de las páginas que unían algo más profundo. Este nuestro libro hecho a mano, algo deseado.


Lo que te quiero y quise, solo es comparable a Pinocho y Gepeto. A Wendy y Peter Pan. Al piano de El Pianista, a que arda el cielo. A los besos que no nos hemos dado. A no sabernos decir nada en el momento.

Lo que te quiero y te querría, solo es comprable a la decepción de tu hueco ausente, al vacío, al puñal bien apuntado, al esfuerzo invertido en hacer más mal que bien, a afilar en las sombras las espadas que iban a ser de nuestro trono, para clavarlas en la espalda sin tapujos.

Lo que te quiero pues, y me reitero, solo es comprable a que se seque el invierno y llore el verano; solo es comparable a la oscuridad demente, a la traición más hurdida, a la insondabilidad de tanta absurda y barata cobardía.

Lo que te quiero y te quise, solo es comparable en gracia al querubín que sabe perdonar cualquier mentira; y en vacío, solo es comparable al sufrimiento de robar la mitad de todo y dejar la mitad de absolutamente nada.

Lo que te quiero y te quise solo es comparable a la monstruosa herida de vertir aún más mentira sobre un humanista, sobre el río que seca sobre la poca virtud; salitre en cada herida. Y para más inri, sobre alguien que envolvió para regalo toda su ilusión.

Solo es comparable en despiadez, a desmontar el castillo de naipes de un niño en el colegio, a las matemáticas de un superdotado, a la teoría de la relatividad. A Einstein, al vasto universo, a nuestra verdad. La única. Al héroe, a Spider-man, a las llaves perdidas. A los saltos de fe a carros de paja.

Lo que te quiero, -y te querría-, solo es comparable a la lágrima que paraliza el alma, caliente y tulgente, que aemás pesa; a la mayor decepción. A que llueva en fallas, a la gota fría… a los huracanes de la costa más salvaje.

Solo es comparable en misterio a la caja de Pandora, a la Historia, a una historia… con un final pasivo, ni siquiera malo, ni siquiera mal. A la sordidez de un dejarlo pasar.

Lo que te quiero y te quise, sin duda, solo es comparable al fondo más abisal y al monstruo del lago Ness; a la tesorería del estado mayor, a la pasión de reponerse, a la nación más grande, al número uno, al dos y al tres; a la abnegación más absoluta.

Lo que te quiero solo es comparable a la mayor derrota, a la mancha negra en la bandera blanca, a la teoría del vacío, a la nevera sin gota de vino y a la materia más que oscura.

Lo que te quiero, te quería, -y te querría-, solo es comparable al perdón total. A la ausencia. A la impaciencia. A la intolerancia de ver en ojos ajenos la paja propia.

Lo que te quiero -y te querría-, solo es comparable a la tremenda caída que supone la verdadera forma del rostro del amor anhelado, lo que parece ser verdad. A la derrota de lo tan lindo que vino frente a lo que debió ser un accidente, error, mentira según decías…

Lo que te quiero, -y su inmensidad-, solo es comparable a la caída del Limbo, a la disfunción entre el bien y el mal. Solo es comparable a la desolación de parecer saber finalmente como es el resultado, a la burla a las promesas más serenas más serias; a la rotura del timón; al peor golpe de estado jamás dado con y contra el mío -y ningún- corazón.

Lo que te quiero, y te querría, solo es comparable a la destrucción de dos ciegos que no saben sentirse la cara ni las manos, solo comparable a dos con buena vista que pierdan de los ojos el norte, todo su camino, que no se miren ni a los ojos. Que no se busquen las pupilas, que se sequen solas las lágrimas calientes que paralizan, que no se busquen ni de noche ni de día.

Lo que te quiero solo es comparable a la opacidad de la desdicha, a las contradicciones de la vida misma, al Ying divorciado del Yang; a que nunca aparezcas… a que todo desaparezca, a la magia Borrás.

Lo que te quiero, -y querría-, solo es comparable al aullido que busca en la soledad, al aullido que odia el engaño de la luna y ama la sencillez de dejar pasar la falacia, al despecho de entender que la sinceridad casi nunca fue la opción elegida. A renunciar a un pedazo de felicidad, de forma tan ridícula como pedir por esa boquita.

Solo es comparable a lo fácil que sería ser razonablemente felices, auténticos, al desastre de dejarlo pasar. Marchitar. Alimentar la hoguera con más leña al fuego, «ahora me ves…».

Lo que te quiero en tamaño, solo es por desgracia equiparable a la repetición de los mismos y peores daños, a la rotura de los más dulces votos, a la muerte del alma y al desollar de la piel a manos del propio amor; quien amas, quien ama… a quien es amado.

Solo comparable en paupérrima situación a que haya ganado el mal más absoluto. Solo comparable al despago inagotable de la cara no tan bonita que decías circunstancial, temporal. Que finalmente la lágrima negra del maquillaje de la tristeza fuera tan real. Que no hayan huevos, a sacar los pañuelos, que no hayan ovarios, a poner los ladrillos, a contar la verdad a sicarios, a montar un mundo una pizca mejor.

Solo es comparable lo que siento, a la desorientación inextirpable de la mala parte que excusada, apuñaló cada célula, al abandono impensable de nuestras manos, al adiós inanunciado de nuestros labios, de nuestro código morse frente al tiempo… al triunfo de la mala parte que no debía nunca ganar. A la trágica e inexplicable ausencia de la tercera parte, al descuento final.

Lo que te quiero solo es comparable a la galaxia de todo dolor que supone la falacia de todo, superponiéndose sobre todo; de nuevo. La inagotable impotencia de que nadie sepa que es real, lo único, lo bueno; que todo lo hecho y posible, sea baladí, inútil… se pierda en el olvido de la tormenta de los tiempos, de la sopa (boba) y tan boba, de la vida.

Lo que te quiero, -y voy resumiendo-, solo es comparable a la tristeza tan inmensa e indomable como el mayor mar, de los actos despechados y letales, tan finalmente tuyos; a la desesperación de entender que en mi corazón perdonaría aún más lo nuevamente imperdonable. Y no obtener perdón.

Lo que te quiero solo es comparable a entender que no merece nada nada, de todo, de la nada, ni el todo más todo; ni lo que quisiera querer hacer. Solo es comparable en confusión a la borrachera que supone saber que el anonimato será el escudo que nos brinde la peor excusa; solo comparable al maltrecho hipotecar cacho a cacho de cada parte de mi pecho hastiado, porque nos obliguemos a olvidarnos, a odiarnos.

Solo es comparable en vértigo, a la vertiginosa espera de que esa hipoteca revalorice un terreno regado en una marabunta de sal. A mala leche.

Lo que te quiero es parecido en intensidad a la amarguísima sensación inigualable de sentir que se renuncia a tanto por tan poco; a la envidia de las flores que desea que el cielo las comprenda como yo, a que quedará sólo el olvido. A ninguna estación. A volver a desangrarnos, a ser dos menos dos. Uno menos uno. El otro sin el otro.

Lo que te quiero y quise, -y querría- solo es comparable al dolor de un mesías sin sus apóstoles, al despecho de la luna sin ni una sola de sus estrellas cercanas; solo es comparable a jugarse toda la partida a la frivolidad del capricho de elegir estar mal. De elegir tan mal.

Lo que te quiero pues, es únicamente comparable al desagüe por el que se tiró todo el esfuerzo, a la repetitiva, -incluso en este escrito- y extraterrestre, desgarradora, indiferente, (como ninguna…) traición más mal tramada. Al delito perfecto, al crimen sin resolver.

Solo comprable a no parar de repetir lo que se juró no repetir, de la rotura de cada promesa en mitad de un mundo que nos esperaba. Al desesperante desierto de volver a nunca jamás, volver a elegir estar mal, a la excusa inalienable de la culpabilidad; a que llueve fango cuando se mancilla la humanidad de un sentimiento que se regala, -y es recibida-. Solo comparable al esfuerzo de cada minuto del pasado dado; del presente ofrecido -y del resto- de mi (una) vida.

Lo que te quiero, quería y querría, solo es rivaliza frente al drama fingido más cruel y pasivo, a jugar malabares con los traumas y el dolor, a ser dos que no juegan a lo mismo… a la divisivilidad de lo indivisible, a hablar de la vida de boquilla; cuando uno juega a confiar, y otro juega a cualquier otra cosa. Juega a jugar.

Solo es comparable al desconsuelo de lo imposible de entender, al capricho de no pulsar ningún botón; a no atender ni a la guía ni a la ayuda a la frialdad de marchitar aposta; solo es comparable en dolirido golpe al engaño vertido a una misma conciencia, cometiendo el mismo error, al bucle.

Al tremendo error de seguir pensando que, sin algo tan genial… se está mejor.

Solo comparable a creer que lo bueno es fácil, que lo ideal es lo mejor, que lo dificil deja de merecer la pena cuando toca poner de la otra parte. Que toda moneda tiene su cara y su cruz.

Solo es comparable a la decepción de no entender, ni porqué ni para qué, «ni como ni cuando, ni ciento volando, ni ayer, ni mañana», elegir tan rematadamente mal.

Solo es comparable a la maldición del canto de la peor caída, a la explosión de un continente, solo es comparable en extensión, a la inmensa tierra partida; a la ronca voz de la Divina Providencia cuando no es tan divina, -y te susurra- tras haber prevalecido ahí, en mil y una amenazas, en cientos de daños, de la crucifixión y el via crucis, de la marca en la piel de unas ardientes tenazas. Del pellizo de Satán.

Solo comprable a incontables locuras, a decenas de maneras de enseñar una luz modesta, mil caminos; tropezar ligeramente ,-y en un mal gesto-, girar la vista atrás y perder la bolsa y la vida, y no ver nada, ni a nadie. Nada de lo dado, ni carta del banco, ni correspondido; se largó el aliento y la tirita necesaria para tan poco traspiés, sólo para coger carrerilla, solo quedó la extrema unción.

Lo que te quiero, en conclusión: solo es comparable al mayor de todos los dolores; el de volver a creer en algo, a través de alguien, y al primer verde, perder todos los números, la papeleta, que te toque al revés la lotería, llevarte la goma, la calculadora, la tiza y hasta el borrador. Solo es comparable en malestar a, tras tantos dolores, girarse… y ver vacío.

Vacío tan galáctico al que solo y solamente es comparable lo que te quiero y quise. Y querría.

Lo que te quiero,-y querría-, solo es comparable a la soledad del teclado que comunica, a la pistola virtual que ya no dispara, a la sombra engañosa de creer, creyendo tan descreidamente que no era tan sencillo, a justificar la difamación, al diamante en bruto que no es tal: en un brillo que no está.


Solo es comparable al cine viejo de un barrio, al barro, al llorar del río al ver sus aguas largarse a otro caudal. Solo es comparable al sufrimiento, al agujero del paredón; a entender que perdonarías tan facilmente a quien nunca va a pedir ningún perdón. Al casquillo de las balas en la acera, a la mala manera, al segundo y tercer agujero del mismo paredón

Lo que te quiero y querría, sencillmente solo es comparable a la escasa luz, al robo, a la palabra escondida, inmensa una tras otra, al llanto de un ángel que comprueba que teniendo al alcance las alas con tan sólo el esfuerzo de estirar un brazo, no tiene las agallas de defender su halo, defendiendo lo indefendible. De llamar tonterías a las llaves del mismísimo cielo.

Solo es comparable a la impotencia infinita de saber que era tan fácil como cumplir un mínimo pacto; la promesa de vuelta, -tan pronto rota-: de dejar marchar los pesos muertos, la mentira.

Para poder querernos como nadie; querernos más, como en los cuentos de princesas. Como no podía ser mejor…

Como te quiero. Lo que te quiero…


Alberto Castellar: @ImDrag0n

http://enlapieldeldragon.blogspot.com.es/2015/04/lo-que-te-quiero.html

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