Lunes de engaños. Domingos de más.

Otra noche más que llegaba borracha a casa. Y llegaba sola.

Me resultaba extraño no tenerte merodeando por mi salón, observando todas aquellas anotaciones que me inspiraban durante el día y yo me dignaba a plasmar en aquella pizarra. Tú siempre preguntando, yo siempre con ganas de que quisieras saber más.

Había sido una semana extraña. La monotonía se apoderaba de mí hasta que la noche azotaba a los días y yo salía con desconocidos. Muchos desconocidos que nunca me llegaron a aportar nada. Pasaba el tiempo como si lo pasara sola. Las mismas historias se repetían una y otra vez. Me había acostumbrado tanto a eso que empecé a sentirme como un disco rallado. Siempre la misma canción. Siempre la misma melodía.

Tú también fuiste uno de ellos, ¿recuerdas?

Pero fuiste la excepción que confirma la regla.

Sonaba Zahara en mi ipod. Sonaba nuestra historia. Sonabas tú.

Me siento, por fin, en el sofá azul en el que muchos han estado alguna vez. Preparo algo para comer, nada sano. Lo primero que pillas por la nevera y la despensa que tenga el suficiente buen aspecto como para no hacerle ascos.

Mi móvil no para de sonar. Siendo las cuatro de la mañana me parece que hay ciertas personas que sobrepasan esa delgada línea entre la amistad y el acoso y derribo.

No eres tú.

En ese momento, harta de tantas noches vacías, cansada de tanto mensaje absurdo: te echo de menos.

Busco tu contacto entre mi lista de números de teléfono. No me acordaba que decidí que ya no estuvieras ahí. Sigo cenando. Más mensajes. El móvil no deja de parpadear.

Y ahí te veo.

“Voy borracho. Te echo de menos. Los niños, ancianos y borrachos siempre decimos la verdad”.

Lo vuelvo a leer.

¿Por qué ahora?

Después de tanto tiempo, ¿por qué vuelves?

Era como si nos hubiésemos leído la mente. Como si estuviésemos conectados, por una vez, de verdad. Tú me echabas de menos. Yo a ti también.


[Once de la mañana.]

¿Había sido un sueño?

La resaca no me dejaba pensar con claridad. Intento volverme a dormir, pero es imposible.

Cojo mi móvil. Miles de notificaciones que no me importan en absoluto. Excepto la tuya. Te leo. Te releo.

Me echo a llorar. Tiemblo. Se me pasa. Cierro el móvil y los ojos.

¿Dónde has estado todo este tiempo?

– No puedo hacer nada si no estás a favor de lo que puedo ofrecertre.

– El problema no es ese. Creo que si de verdad nos quisiéramos tanto como hemos dicho, alguno de los dos daría el brazo a torcer. Tú eres así, yo soy así. No estamos hechos el uno para el otro.

[Fin]

Había estado tanto tiempo suplicándote que vinieras a rescatarme de mí misma. Esperándote en la cama vacía en la cual solíamos jugar.

Tú nunca viniste. Siempre te ibas.

Idas y venidas tan tuyas.

¿Qué hago yo ahora?

Tenía la sensación de que era hora de cambiar de libro. Y de género. Puede que también, de biblioteca.

Y apareces tú (otra vez).

Nunca dijiste que te quedarías, pero tampoco dijiste que te irías. Siempre estabas en suspense como si fueras una de las protagonistas de Hitchcock. Yo te seguía la corriente porque dejarme llevar siempre se me dio bien.

Hasta que ya no pude más.

 

Tomé una decisión. Tú la aceptaste sin luchar. Te rendiste.

¿Qué se supone que debo hacer yo ahora?

¿Cómo voy a creer que todo lo que dices es verdad?

¿Va a haber algo que me haga cambiar de opinión?

 

Mi corazón, como un mueble de Ikea: puedes armarlo y desarmarlo las veces que quieras. Pero, con el tiempo, algunas piezas no volverán a encajar y otras se llegarán a perder. Pero, lo más importante que debes saber, es que cada vez costará más volverlo a reconstruir.

Y nunca jamás te quedará igual que la primera vez.

Por favor, me cuesta respirar.

Si vas a matar: este es un buen momento.

Mátame ya, que llegue este final.

No puedo más.

Ven y dime que quieres de mí.

Y así como te echaba de menos, podría decírtelo. Podría correr hacia tus brazos nada más verte; conocerte otra vez por primera vez. Olvidar que alguna vez fuimos dos. O uno. Ya ni me acuerdo.

Podría contarte que te soñaba. Esperaba que algún día me llamaras y me dijeras exactamente lo mismo que me dijiste aquella noche. Que echaba de menos beber vino y bebernos juntos. Que cuando dormíamos juntos, siempre lo hacíamos por separado.

Podría explicarte que salía con la esperanza de reencontrarnos en alguna esquina, o en algún paso de zebra. Tu sonrisa. Tus ojos. Aquellos que siempre buscaba en el fondo de alguna copa con la esperanza de verlos por última vez.

Podría decirte que aquel día esperaba que lucharas por mí. Y por ti. 

También podría contarte que te escribo contínuamente. Como ahora. Como antes.

Pero, si dijera todo eso, te mentiría. Y jamás lo sabrás.

Podría decirte que te echo de menos. Lástima que no me leas. Lástima que yo no te lo diga.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

Deja un comentario