Pánico escénico al amor

Levanto la mirada y mis ojos se clavan en tus ojos. Marrones, oscuros y cálidos, tiernos y con ese punto pasional que hacía tanto que no veía en nadie. Entonces, me entra el miedo.

Miedo a volver a caer en ese ciclo caótico de perdición, el volver a hacerme daño, volver a hacer daño. Miedo a tener esa dependencia emocional tan tóxica, tan innecesaria, esa que te deja una marca en lo más profundo. Tengo miedo a volver a querer. Tengo miedo a no saber cómo enfrentarme otra vez a ello.

Me sonrojo a cada mísera palabra, como una niña pequeña. No me reconozco, no me acordaba de esta parte tímida de mi misma y me resulta odiosa. Veo que mi lado más débil está superando al lado que creía que era el fuerte. Siento que me rompo por dentro en mil pedazos cada segundo, cada minuto. Ansiedad. Miro al techo intentando respirar profundo, como me enseñaron que debía hacerlo.

Joder, no lo soporto. Después de todo este tiempo no quiero caer en el mismo error que aquella vez. No quiero pasar otra vez por aquello, a pesar de todos los momentos idílicos que conllevó aquella etapa de mi vida. Pero no me lo pones fácil. Eres lo que siempre he querido, pero en el momento menos oportuno. Nos haremos daño, seremos el veneno en la copa de vino del otro. Muero de ganas por decirte que eres mi sueño hecho persona, pero sé que ni puedo, ni debo, aunque me pierdes. Me pierdo. Quiero no querer perderme de tu «tengo cada vez más miedo«. El camino comienza a ser demasiado cuesta arriba.

Vuelvo a mirar  esos ojos, no me resisto y te beso, mientras caen las lágrimas más amargas que han bajado nunca por mis mejillas. De mi boca sólo se escapa el adiós que en otras condiciones no hubiese podido pronunciar.

Adiós: doloroso, sufrido, pero racional, de los premeditados, pero un adiós al fin y al cabo. Vuelvo a mirar tus ojos y veo lágrimas en ellos, lágrimas que me duelen más que las mías propias, pero es la única solución que considero viable en estos momentos. No me considero capaz de dar de mi algo tan bueno, tan puro, como para que sea suficiente para hacer de esto algo grande. Y lo peor de todo, sé que me arrepentiré de no ser valiente, de no arriesgar por no sufrir, por miedo a hacer que tú sufras. Miedos irracionales que nos condicionan a diario, malditos miedos.


Sara Ruíz: @sararuiz15

Café del tiempo

Así es como rompiste con el café, casi súbitamente.

Supongo que fue porque te sentías joven y viste que ibas demasiado rápido, que así solo envejecerías antes y peor.
Pensabas que cuanto más deprisa ibas más se empeñaba en correr el reloj.
Así es como rompiste con la cafeína y te abrazaste a otras plantas y al té.
Del tiempo lo que no sabias es que cronometra cada sentimiento y que de repente se intercala en un segundo concreto que se teletransporta y que según su voluntad viene y va. Convirtiéndose en la única autoridad en tu subconsciente.
¿Y si ahora me estás volviendo a querer en tu recuerdo?
Eso es algo de lo que nunca podrás huir, por mucho que corras o por mucho café que bebas. En el fondo sé que estás buscando el sabor de nuestros besos al final de la taza.
En ese último sorbo.
Como en nuestro último beso.
Y eso que habías dejado de beber para vivir siempre joven y siempre solo en tu cama urbana.
Así que ya no te escondas mas entre las hojas de otras plantas. Tomemos ese café que nos debemos y digamos esas dos palabras que ayer no nos dijimos.
Porque te invito a arrugarnos juntos, porque te elijo para que corras a mi lado y que el reloj intente superarnos.
Para que sean los muelles del colchón los que quieran salir corriendo y que nosotros sigamos siendo siempre jóvenes aunque estemos en cada sorbo y en cada hoja muriendo.

Sofía Gallardo: @sofiaGP57

De cómo el Whatsapp termina con nosotros (y con el amor)

Y aquí estaba yo, sentada en un sofá azul turquesa en el museo de bellas artes de esa misma ciudad. A mi alrededor, los personajes que Goya plasmó en su día, me miraban con ojos curiosos. Ojos que habían sido creados de la manera más minuciosa posible, con pequeñas pinceladas perfectas y ordenadas.

Él no iba a llamarme. 

Hacía unos cuantos años que no guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón. Había olvidado el por qué. No sé si era porque llevaba años comprando vaqueros sin bolsillos o si porque siempre lo llevaba en la mano por costumbre.

Quizás es porque nos habíamos acostumbrado. No, no lo creo.

Una mujer sentada con un perrito delante, no deja de mirarme. Tampoco sé si está esperando algo de mí. «No tengo nada para darte». Le digo con la mirada. Vuelvo a bajar los ojos y centrarme en la libreta que apoyo sobre mis piernas y sigo escribiendo.

A mí me gustan las redes sociales. Quiero decir, creo que es un gran avance en cuanto a tecnología. Poder ver a tus seres queridos/conocidos en línea es un lujo que muchos no han podido disfrutar. Pero hay algo que ODIO a muerte: WHATSAPP.

Era la hora de cerrar el museo y yo aún seguía ahí. Como llevaba los auriculares puestos, tuvo que venir un guardia de seguridad a advertirme que pasar la noche en el museo no iba a ser divertido.

Son las 19:30H, así que aún tengo tiempo de pasarme por los jardines pegados al museo. Empiezo a adentrarme en un laberinto de arbustos al mismo tiempo que empieza a sonar «Tango with Lions»; y ahí está. Era un edificio con un museo de historia natural en su interior. Me resultaba familiar. En ese preciso momento, recordé que yo había estado ahí en reiteradas ocasiones. Y no me acordé hasta ese mismo momento. ¿En cuántos lugares había estado y no recordaba? 

Continué mi camino hasta que llegué al final de aquellos jardines. Todo lo que había visto durante mi recorrido fueron perros con sus dueños y parejas. Parejas abrazadas. Parejas besándose. No me dieron ninguna envidia, cosa que me parecía extraño. Más bien me sentí asombrada. Yo no recuerdo la última vez que estuve sentada en un banco de forma tan… inocente. Pura.

Las nuevas tecnologías han matado todos esos momentos. Nosotros lo hemos permitido. Sin darnos cuenta. 

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Cuando hablo con mis padres sobre cómo se conocieron, siempre me cuentan que ellos estaban días sin hablarse, incluso sin verse. Y no pasaba nada. No necesitaban estar en continuo contacto.

Antes, se hacían promesas, compromisos. Y no se rompían, ni se olvidaban (al menos, no todas). Ahora, hacíamos promesas como si regaláramos caramelos. Y nos las creíamos todas y cada una de ellas. Porque siempre terminamos pensando: «Esta promesa seguro que se cumple» 

Pero no. Nunca llegan a cumplirse.

Siempre estamos «en línea». Pegados a nuestros móviles como si de ello dependiera nuestra vida.

A mí, el whatsapp me aburre. Y mucho. Una cosa es hablar con alguien que está a 4 horas de ti, o a 3 aviones con escala de tu aeropuerto más cercano; otra cosa era hablar con una persona que vive a 10 minutos de ti TODOS los días a TODAS horas. No hay cosa que aburra más. 

Todo había cambiado: ahora damos los números de teléfono y todo ocurre ahí: entre palabras que nunca sabes como suenan y largas esperas con respuestas inútiles al final. Se empieza hablando de todo en general: «¿Qué tal? ¿Qué haces? ¿Te gusta pasear peces?» Y un largo listado de preguntas varias.

De repente, pasa. Hay demasiadas cosas en común como para parar de hablar, y las sonrisas cara a la pantalla de inutilidad ya no se pueden remediar.

Antes, el hombre era el que iba a casa de la mujer y pedía permiso a los padres para poder ir a dar un paseo. Ahora, el hombre era el que tomaba la iniciativa para ir a tomar un café/cerveza/follar. 

Lo damos todo por whatsapp. Lo hablamos todo: ya sea tecleando o por grabaciones de voz. ¿Dónde están esas tardes en el parque o en una cervecería hablando? Todo va demasiado deprisa. Y te encanta. Porque es muy bonito despertarse y tener «buenos días» en tu pantalla nada más enciendes el móvil.

Si vamos a hacer las cosas de alguna manera, que sea haciéndolas bien: despídete de esa persona robándole un beso en su portal mientras le das las buenas noches; o dale los buenos días mientras ella aparta su pelo enmarañado y se gira para ver, nada más abrir sus ojos, tu cara, seguido de un vistazo a los cuerpos desnudos, alumbrados por los pequeños rayos de luz que se cuelan por las persianas.

Ya no sabemos ir despacio. Vamos por la vida con prisa, queriéndolo tener todo bajo control. Encaprichándonos sin parar a pensar qué es lo que queremos.

Ya no hay mensajes de «buenas noches«. Y es demasiado tarde, porque ya dependes de eso. Ya dependes de él.

Miras con frecuencia el móvil esperando una alerta de mensaje nuevo. Y, al rato de haberlo dejado en la mesa y haberte puesto a hacer cosas con tal de distraerte, suena. Pero tranquil@, es tu madre preguntando si estás ocupad@ y si te puede llamar.

Y así nos pasamos la vida. Pegados al móvil.

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Yo no quiero estar pegada a un móvil. Yo quiero estar pegada a ti mientras vemos algo de Roman Polansky o de Clint Eastwood, lo que tú prefieras. Quiero que me raptes de clase y que me hagas pasar miedo mientras conduces tu moto. Quiero que me preguntes si quiero otra cerveza, no un «¿Qué haces?» mientras espero a que te decidas a venir a verme.

Yo no quiero whatsapps. Te quiero a ti. A mi lado. Ahora.

Entonces, comprendí que él no me quería a su lado. Quería alguien con quien poder hablar las 24 horas del día por whatsapp. Así que dejé de estar pendiente del móvil y empecé a estar pendiente de mi misma. El mundo real me esperaba. Yo estaba lista para vivirlo. Sin atarme a nada. Libre. Como me gustaba ser.

Si tengo que esperar algo de ti, que sea un acto por tu parte o un detalle. No un mensaje.

Pd. Esta entrada va dedicada a todos mis amigos. Los que me hacen ver las cosas grises cuando yo las veo completamente negras. Y, como no, a mi familia. Por escuchar al otro lado del teléfono todas las palabras que se me ocurren en una misma tarde y que me digno a plasmar en papel. Gracias. Por todo vuestro apoyo incondicional. 


Nuria Baviera: @nuriabaviera

No olvidarás (No olvidaremos)

Existen ciertas misivas que no llaman a la puerta y que no entienden ni atienden horarios, que no sirven para llenar una bandeja de entrada. Tampoco tienen prisa porque nunca se acaban, y una voz molesta repite lo que durante mil días y dos o tres noches no quisiste afrontar.

Existen fortunas que no valen su peso en oro pues no comienzan a doler hasta que no ha venido el fantasma burlón de la indiferencia a recordarte que ya no está. Con cada bocado, con cada aliento; con cada rayo de luz sofocado de invierno y con cada tormenta furiosa de verano, aparece una y otra vez.

En el erario particular de cada persona es menester diferenciar entre aquello que queremos tener, y aquello que no podemos evitar recordar. Siendo así lo primero, siempre lo más urgente y lo segundo aquello que pesa en el alma con el tiempo; aquello que la voluptuosa dama de la balanza -justicia en ristre- no puede atenuar ni siquiera con todos sus discursos ni valores.

El desbocado sentido del sinsentido más intangible.

El obsesivo deseo de no necesitar, perseguir ni desear. Aquello que ni la Divina Providencia ni la Suerte, -ni su novio el Azar-, son capaces de apacigüar en el mar arrasador; en la cueva que queda cuando sólo nos resta aceptar que ya no volveremos a ser los mismos jamás. Que simplemente espera el derrumbe límbico de nuestros templos tras el maremoto que por ambos fue consentido y sólo alguno quiso.

Aquello que por acción, omisión, -o pecado-, no puedes olvidar.

Y es que, tras entender que hay amores que matan, odios que reviven y huellas que no se pueden borrar, -abrazando así en el caso que ocupó nuestro dúo apócrifo de dos más uno-, sólo queda inclinar la cabeza y dejarnos de historias… para variar.

No olvidarás; no olvidarás que estuve primero, -y que también fui el sucesivo-; no olvidarás que antes que tú, yo ya andaba por ahí.

No olvidarás que te fascino, ni que me odias. No olvidarás los celos, ni el recelo del sabor de mi boca apresurada. No olvidarás que fuimos uno, sin firmar un pacto de paz; ni olvidarás que fuimos dos en una cama, sin firmar un tratado, un sentido, un tiempo de más.

No olvidarás que habían intrusos donde sólo habían miradas; no olvidarás estremecerte, ni saber que jamás serás tan deseada, ni que soñabas aún cuando no podías apenas dormir.

No olvidarás, -ni olvidaremos-, el tacto de almohadas, el silencio de corderos, el rugir de algún cuero, el viaje, el camino, el nulo destino, el crepitar del pecho al explotar…

No olvidarás que donde están, ya estuve. No olvidaré, -ni olvidarás-, que donde estén, ya estuve más, -y mejor-.

No olvidarás la ilsuión, tu ilusión, -ni el engaño-; no olvidarás la chispa que no volverá, ni la que se perdió sin más. Ni el sentir que nunca habrá, ni la capacidad de igualar, de alcanzar, a quien no se deja igualar.

No olvidarás la ropa, ni los cantos de «sireno», no olvidarás los discursos. No olvidarás que aquello nunca será esto, ni la digna sepultura, no habrán nunca altares, ni puntos de sutura; lloraremos que nunca hubo flores, ni tumba para nosotros; para lo nuestro.

No olvidarás las estaciones, ni las tentaciones. No se borrará la brizna de hierba que acariciaba tu cara al son del sol en el jardín, ni el marco de la terraza clavándose en tu espalda, ni el jadear de los ojos que tenían muy visto lo mismo hasta el fin de los días; ni la batuta de la sonrisa que te robaba a destiempo con sólo chasquear los dedos que aún me quedaban.

Ni ni el desdén, ni la prisa, ni olvidarás que botón te desabrochaba primero, ni el andén de aquellas fotos, ni donde te arranqué la camisa.

No podremos obviar el final del laberinto, ni el principio ciego, ni el barranco donde se cayó el que mejor sabía volar de los dos.

No olvidarás la frustración velada, la foto partida de la cartera que llevas mientras estiras el brazo para tocar el cielo al que ya no llegas. -Que es, fue y será de ambos-.

Nunca olvidarás creer en el alma gemela, que en tu caso cruzarte no fue suficiente, que a veces se conoce algo mejor para dejarlo pasar. Ni olvidarás los cometas, morder de buena mañana todas las estrellas entre trago y trago, el tequila; la sarten por el mango…

Ni burlarte de mi en mi cuello… ni tardar demasiado en la guerra de ambos en bajar al fango.

No olvidarás los cuentos de princesas, las notas de música, las escalas, los aeropuertos vacíos y las estancias llenas. No olvidaras que nunca fuiste plena, ni los platos combinados que jugaban a ser perfectos; ni como ,-fiereza veloz mediante-, desapareciste ante el mismísimo espejo.

Nunca así, olvidarás la fiebre, dejarme perplejo; el tacto, el calor, el ardor… nunca olvidarás que hubo un tiempo en que fuimos, para no volver a ser… quizá, -si nos cruzamos-, parecer.

No olvidaremos que bailamos, que jugamos en cada parte, que le tocamos el culo a la vida, y la nariz a la muerte. No olvidarás que ya no está (ni estoy) porque cada cosa, hecho, cada palabra… cada mirada, cada furtivo juego, cada rincón de cada día y cada noche; donde estás, -donde están-, yo ya estoy, estuve… y estaré.

Olvidaremos que prometimos nunca olvidar, recordarás que olvidar… se olvida demasiado a menudo. Olvidaremos para luego recordar que prometimos ser uno a ratos, que prometimos también que la isla de la cama por derecho nuestra, nunca sería invadida por cuentos de hadas ni graznidos de pirata.

Olvidaremos para recordar que en algún momento quisimos ser uno, aprenderé de nuevo matemáticas para aceptar que, en demasiadas ocasiones, uno más uno no son dos; aprenderé de nuevo que dos a veces suman tres, y, que fuimos un dúo de dos más uno, más de una vez. Demasiadas veces.

No olvidarás jamás que tu suma salió mal; que tus resultados no son los mismos, no dan ya igual; que mi castigo es ir de nuevo a la escuela, pero el tuyo… no tiene final.

No olvidaremos. No olvidarás.


Alberto Castellar: @ImDragOn

Volvería a equivocarme si fueras tú el error

Siento que poco a poco mi luz interior se apaga. Las desilusiones pesan más que las ganas, los desengaños son más numerosos que las fuerzas y mis ojos ya no brillan cada vez que te miro, ya no siento ese impulso que me llevaba a besarte, ya no siento nada y me duele decirlo.

Noto mi muerte en la vida

Agoto mi cera, caigo

Soy la vela derretida

Terminaste con mi arraigo.

Fuiste luz en mi camino

Ahora solo eres tinieblas

Eres el viento asesino

Que mi alma mata, despuebla.

Todo comenzó por casualidad, consiguió mi número y empezamos a hablar, la ilusión era como una descarga eléctrica en un corazón casi parado, sueños comunes, sonrisas eternas, promesas de no forzar un camino que en caso de estar escrito, acabaríamos recorriendo. Nos engañamos sin pretenderlo, la luna no estaba al alcance de dos almas que no controlaban el vuelo sin motor.

Y caímos fuertemente

Cual duro trozo de metal

Pues no fuimos consecuentes

No supimos ver el final.

Terminamos de engañarnos

La realidad nos hizo mella

Empezamos a bebernos

No dejamos ni las huellas.

Besos escondidos, miradas furtivas que quedaron en nada. ¿Romance? Eso no estaba destinado a nosotros. Ni tú podías ofrecer más ni yo podía resignarme a algo que sabía que no me llenaba. Pero a tu lado me olvidaba de todo, respiraba un aire más puro.

Egoísmo puro por mi parte al no querer poner punto final a aquella historia acabada.


José Sousa (@Sousa_murillo) & Sara Ruíz (@sararuiz15)

Historia de un quiero… pero no puedo

Empecé a sentir ansiedad una noche de Septiembre. Fue una experiencia desgarradora. Me desperté al tener la sensación de que estaban embadurnándome con limón todas las heridas que arrastraba, como si de una cruz se tratase. Notaba como me abrían el pecho dividiéndolo en dos. Por la mitad. Y todo dolía, escocía. Me quemaba todos los órganos internos. Y yo estaba ahí: de pie, inmóvil. Mi alma había salido de mi cuerpo para ver todos y cada uno de los rostros que me herían. Pero no podía moverme, solo observar.

Era como estar en una habitación sola y tener claustrofobia. Esa noción de saber que no iba a salir de ahí por más que gritara. Nadie iba a escucharme por mucho que se acercaran a esa habitación. Estaba insonorizada y yo lo intuía.

Lloraba porque sí. Todo me parecía hermoso y a la vez cruel. Mis ojos desarrollaron una capacidad, hasta entonces desconocida, para ver la dualidad que se escondía en cada frase o en cada rincón de aquella ciudad. Me di cuenta de lo frío que resulta todo. Mi teoría es que de nada sirve tener una buena cazadora si no tienes alguien a tu lado con bolsillos para meter la mano y resguardarte del frío cuando no llevas guantes.

Y recordé aquellos ojos negros como el carbón, penetrantes. Profundizaban por todos los rincones de mi alma sin pedir permiso ni explicación. Viajaban curiosos por cada uno de mis recuerdos y mis sueños en busca de algo que le hiciera ver el por qué era yo así o, más bien, en busca de algo a lo que pudiera aferrarse. Creo que, por aquellos tiempos, con un solo “quédate conmigo” hubiera bastado para permanecer juntos hasta hacernos viejos.

Lo aparté de mí.

Yo no quería que descubriera nada de mi, quería crearme una doble personalidad lo más opuesta a él para así, no tener que llegar a quererle algún día. Daba tanto miedo que fuera perfecto, que decidí no volver a verle jamás. Yo no podía creer que el destino uniera dos caminos tan diferentes pero tan parecidos a la vez. No podía ser verdad que dos personas, que se había conocido en un lugar inhóspito, tuvieran la mínima posibilidad de permanecer juntas. Quizás es que maquillamos nuestras personalidades para que pudiésemos convertirnos en una pieza de puzzle hasta el punto de coincidir mutuamente. Quizás es que estábamos cansados de besar bocas errantes, de cenas incómodas o de cigarros compartidos que acabarían en ceniza y no en futuras promesas por cumplir. Y ahí estábamos: dos almas gemelas que, después de 4 años, se habían encontrado.

No podía pasar otra vez por la misma historia: encontrar a la media naranja para que no se fuera a quedar en mi vida. Entrar y salir como si de una puerta giratoria estuviera hecho mi corazón. No podía permitirme caer dos veces en la misma piedra.

No.

¿Volver a pasar por lo mismo? ¡Pero si yo ya me sabía el final! Y no iba a ser un «y comieron perdices y vivieron felices». No. Más bien yo terminaría con un cajón medio vacío con un hueco hecho a medida para que guardara su ropa interior; fotos de polaroid de escenas de besos que algún día protagonicé; miles de promesas que se quedarán por cumplir.

Los mensajes y las llamadas fueron constantes. Yo decidí cambiar mi número y mudarme. Dejándolo todo atrás. Empezando de nuevo. Y ahora me dedico a recorrer cada bar que se cae a pedazos de aquel viejo barrio en busca de nuevas bocas que me hagan olvidar que un día te quise de verdad. Y que lo hubiera dado todo por ti. Y tú por mí.

Pero, que nadie se engañe, no íbamos a estar juntos nunca.

Y ahora escribo esto, como todas esas cartas que se amontonan en la mesa de mi habitación. Destinadas a ti. Cartas sobre lo que hubiera sido nuestro amor. Nuestra aventura. Todas las veces que me hubieras llevado a cenar y a tu cama. Y yo a la mía. Todas esas historias que nunca se van a contar. Porque nunca llegaron a existir. Por el miedo.

“Porque yo siempre tuve esa capacidad de lanzarme al vacío en las relaciones donde el sufrimiento era el método en el que yo encontraba una profunda pasión. Así era yo: alguien que se entregaba de lleno a los idilios sin un futuro certero. Una mujer que se daba al sufrimiento que producía la imposibilidad de un amor, con el fin de acariciar los más altos niveles de éxtasis mientras éste durase. No había muchas opciones al fin y al cabo: aceptar que aquel amor tenía fecha de caducidad o bien luchar por él más allá de donde las distancias se pierden”

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Nuria Baviera: @nuriabaviera

Fuego y vagones

He ganado la batalla

Bajo este sol que nos quema

He logrado que se vaya

Conquistar la luna llena.

He vivido por tu calor

Por él ardo fríamente

Es el que me arma de valor

El que no falla, no miente.

Colmas deseos pueriles

De este niño ya crecido

Calmas fuegos irascibles

Cuando me siento perdido.

Mis luces entre tus sombras

Tu faro en mi mar profundo

Cuando en tu boca me nombras

Mientras gritamos al mundo.

Somos ese fiero verso

Lleno de cálida dicción

Somos el ángulo anverso

Somos nueva ciencia ficción.

Anestesias mis sentidos

Cuando lento te acaricio

Nuestros hielos derretidos

Entre sábanas y vicio.

Eres ese tren eterno

Del que no quiero bajarme

Es salir de ti al infierno

Donde el fuego va a matarme.

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Quedémonos en el vagón

Donde dimos rienda suelta

Donde empezó nuestra ilusión

Que mantenemos envuelta.

José Sousa Murillo: @Sousa_Murillo

Tú y yo no es nosotros (El amor está ardiendo)

El amor está ardiendo. Está quemado. Está saturado de tanto rosa, de tanto respirar. Siempre el mismo aire filtrado como recientemente tratado por toxinas y drogas que pretenden conseguir que parezca nuevo.

Nuevos formatos «nunca vistos» pero ya conocidos; una narcolepsia andante de tortuosos pasajes que interpretan falsas promesas, cuentos, anécdotas, historias y fenómenos sociales o audiovisuales insostenibles e inverosímiles epopeyas de «todo a 100» y andar por casa, adornadas con palabras maquilladas de poesía.

Recalcitrante comercialidad para vender a adolescentes, pubescentes y lo que es peor: adultos vanagloriados en su síndrome de «Peter-Pan«, que sólo sirven de yo-yo’s sentimentales a los que de verdad saben oler el humo y ver la sangre.

Caminos bordados en tul y bien glaseados en apetitosa plata que no saben jugar a otra cosa más que parecer.

Películas que hablan de lo maravilloso que es parecerse, cuentos de lo necesario que es diferir, ¿en qué quedamos?; «transgresiones» tan modernas que ya se han inventado cientos de veces hace cientos de años: una modernidad pintada de libertad carcelaria. Dónde olvida la gente cobarde que lo único importante es elegir, es lo que uno quiera.

Cuando uno soporta que mediocridades literarias como «50 sombras de nosequién» arrasen y consiguen hacerse un hueco tan inmenso en el siglo de la famosa libertad sexual, igualdad de la mujer, modernidad, sexualidad 2.0 y un largo etcétera, se plantea diversas cosas…

¿Cómo es posible qué una obra literaria y una película mediocre causen que suba la búsqueda de «bondage» y sumisión en los portales de contenido sexual?; ¿ha tenido qué venir una señora sesentona a descubriros las posibilidades del sexo?.

¿Cómo puede ser posible qué, en el siglo XXI, -ese en el que dicen ya está todo inventado-, el personal haga ridículas colas y se ruborice para ver una pseudo-película porno de dudosa calidad cómo el chiquillo que se va corriendo tras decir «caca» o «culo»?

¿Es sanamente compatible con la imagen qué se da luego del sexo y las personas qué abiertamente expresan su preferencia por él y su apetencia por las experiencias sin compromiso?

¿No éramos todos libres, modernos y expertos en relaciones?; ¿tan poco se folla hoy en día?

¿Tan lejos estamos los unos de los otros y tantos millones de parejas viven en la mediocridad sexual? No hay mayor crisis, entonces.

¿Cómo es posible qué venda tanto el tema y no esté el personal lo suficientemente junto cómo para haber probado ya juegos tan básicos para cualquier tipo de relación o encuentro?

¿Cómo puede ser qué tantísima gente no conozca absolutamente nada de algo tan antiguo y tan necesario para no caer en rutinas? ¿Por qué sistemáticamente caen tantas personas en lo mismo año a año? Y ya ni hablemos de los casos de masturbaciones, palizas y accidentes mortales venidas de la moda del pseudo boletín porno digno del «Cosmo»…

Dependencia emocional, cuentos de hadas, historias insostenibles, vidas vacías, la dignidad hipócrita de clamar al cielo cuando alguien te dice a las claras algo sobre sexo, para luego ir corriendo a ver a un «chuloplaya» con un transtorno edoniano maltratar a una clara desequilibrada.

¿En que nos hemos convertido?

¿Acaso no eran el «Demonio» en persona los «libertinos» qué sólo quieren sexo y diversión?; ¿por qué correr a ver una película sobre conceptos sexuales tan manidos?, ¿hay algo más?

¿Qué estamos haciendo tan mal?, ¿falta información o educación sexual? ¿Qué cobardía, controversia o «vergüencita» infantil nos lleva a esta incongruencia?

¿Es acaso este fenómeno sostenido por gente exclusivamente joven? Y si es así, ¿cómo es posible esta falta de libertad sexual o experiencia qué normalice estos fenómenos a la altura normal que merecen?; no encaja.

Vayamos pues al otro extremo, ¿es acaso un fenómeno de gente de avanzada edad qué presos de la represión de otros tiempos no hayan podido o querido experimentar con su sexualidad?. Entonces; ¿cómo puede darse ante tan poco volumen de potenciales consumidores de merchandising, que el libro sea el más vendido, la película sea la más vista y seguramente, la marca pasta de dientes del señor Gray sea la más comprada?. Para mí, tampoco encaja.

El amor está quemado. Ni juntos, ni revueltos; apariencia; ni separados ni sin juntarnos; contradicción. Ni sexo, ni castidad, ni sentido ni sinceridad. Si quieres sexo abiertamente eres un problema, un ser femenino o masculino primario, primitivo… pero tras el dardo, aquellos más críticos bien corren con pírrica sonrisa torpe a por una entrada del «A-B-C» del sexo salvaje más vilipendiado. Justamente aquellos que malvenden esos caminos de rosas sin espinas. Aquellos que lloran por las esquinas la mayor parte de su vida porque les han hecho «esto o aquello» que salía además en películas que reverenciaban.

Historias absurdas, forzando un final feliz que nunca funciona. Teorías del todo y conclusiones del absurdo omitidas; y entretanto todos matándonos, insultándonos…

El amor está quemado, porque no hay más que hipocresía. El amor arde, porque no hay más amor que el respeto, el «tú y yo«. Porque no hay más -ni mejor- amor que «un momento, un rato, una cama… una mirada«. No hay más amor que la palabra, un «me voy» o un «quédate«.

Pero cómplice, acordado, sereno y sincero. Contra todo pronóstico, contra toda hipocresía social. Nunca fue más. No hay -ni hubo- más amor que cumplir la única promesa; y, porque no hay nada más, -ni mejor- que un encuentro acordado; la pasión del momento, la guerra de miradas… sin ataduras no demandadas.

Nunca quiso el amor nada más que la consecuencia de las palabras, que PEDIR que le aten… que fuéramos consecuentes y no diésemos de menos ni omitiésemos de más; nunca demandó películas opulentas y grandilocuencias para vender oscuras posesiones materiales.  Oscuras las pasiones, que así son más divertidas.

Nunca necesitó más el amor y nunca duró más que el más sincero cuento de «esta noche tú y yo» y «probemos», «vayamos», «sigamos«… ¡Repitamos!.

Nunca requirió más que quererse a uno mismo para poder querer lo que elijen darte o te ganas. (o ganarte).

Nunca entendió el amor de juramentos, derechos, méritos, jurisdicciones o premios.

Nunca viene dado, ni ganado. Siempre es regalado. Nunca será merecido.

Nunca ambicionó más que «aquí y ahora», y sinceramente, siempre será mejor el honor de dos que comparten su camino un rato, antes que aquellos cuya única utilidad es presumir de modernidad egoísta, sin ningún tipo de experiencia real.

Empezó a ser otra cosa. El amor nunca estuvo más de moda y nunca estuvo más quemado. Está en cenizas. Brilla… por estar muriendo.

El amor está quemado, en las últimas. Tocado y casi hundido. Ya no hay respeto en los momentos, sólo hay cantidad de éstos, cantidad nunca es calidad, (y eso el amor ya lo sabía).

Presunción y apariencia. El amor está ardiendo, porque nunca hubo más amor que el respeto… y tú y yo hace mucho que dejó de ser «nosotros».


Alberto Castellar: @ImaDragOn

Libertad como bandera

Sucedía un martes cualquiera por la noche mientras las estaciones de metro apuraban a los relojes. ¿Por qué todo siempre llega tan demasiado tarde?

Ella estampaba los besos que nunca se dieron en el suelo. Los cosía uno a uno en un mural imaginario. Idílico. Colocaba fotos, dibujos y servilletas escritas. También algún post-it. Su cabeza loca colapsada por los vaivenes del destino en el que nunca debió creer. Su corazón estremecido entre tanto recuerdo en los que nunca debió confiar.

Lloraba y reía a la vez. Como salvaje. ¿Y qué? Sentía.

Que pocos podían llegar a entender sus risas, menos aún sus lágrimas. Decían que estaba desquiciada porque, desde hace algún tiempo, vivía en la azotea allí solo tenía los vestidos que le dijo alguna noche que le traían loco, dos paquetes de Fortuna y el vino que se habían pedido en su primera cita.

«¿Vendrás mañana?” Se repetía tantas veces con la cara en la almohada…

Las piedras pesaban entre tanta flor de pasacalle. Y ella no tenía miedo en reconocer  que no flotaba desde el último encuentro de sus labios. Quedan lejanos los días que se besaban hasta el alma. Y ahora, ¿Dónde estaban sus alas?

  • No llores más – Se decía entre dientes.

Leyó a Panero y ahora vivía en su celda.

Desde que él cerró la puerta, tenía los pelos de punta permanentemente más si cabe mientras se acercaba al precipicio de aquel edificio y no sabe en que momento dejó de circularle la sangre, ya no sentía desbocarse a su corazón. Su sudor frío era ácido y veneno y aunque estaba corroída por el miedo, sentía que en los bolsillos solo tenía peso…

Dame tan sólo tres segundos.Tres segundos para entender qué he venido a hacer aquí. Desde esta torre todo es confuso, y ella a solo quería ser uno con el aire que viene y va.

Se imaginó como sería no estar confundida nunca más

Sus pies a 20 metros del suelo. Colgando.

Y ahora, de repente, todo tan lento.

Desde las alturas miraba el suelo, también veía a los coches pasar con su velocidad,  como luchando contra los minutos para llegar a la rutina.

Y ella sólo tocaba los cables con los dedos aferrándose al momento más eterno.

  • Podría hacerlo.  Pensó

Entonces tiró las cajetillas de Fortuna porque era lo que nunca había tenido y vertió el vino emborrachándose con esa sensación de libertad hacia donde marchaba no le harían falta.

Se le salió de dentro del pecho una carcajada que inundó toda la ciudad.Tal vez nerviosa… Entonces, todos los relojes enmudecieron mientras se retiraba el pelo de la cara.Respiró profundamente

Y se bajó del zócalo y mascullando: «a esta loca aún le hacen falta más gatos«.

Se fue a comerse el mundo, queriéndose más a ella que a nadie.

Haciendo de su libertad su única bandera.


Sofia Gallardo: Sofia@GP57

Cruce de caminos

Se que lees cada texto que escribo esperando encontrar una mención a nuestra historia.

Siempre me has dicho que morirías de vergüenza si llegases a leer tu nombre publicado, pero tranquilo, no lo voy a hacer, los nombres nunca me han parecido relevantes.

Recuerdo el día que te conocí como si hubiese sido esta misma mañana. Tú tan de ciencias y yo tan de sociales, empezamos con la típica discusión sobre qué materia es más o menos útil en la vida, científico loco contra apasionada del estudio social y la filosofía, bonita batalla que quedó en tablas. Reímos hasta quedarnos sin aliento. Y me fui, sin decir adiós, sin esperar volver a cruzar nuestros caminos, pero casualidades de la vida, volvimos a vernos esa misma noche.

Alcohol, música, frases con dobles o triples sentidos, proposiciones indecentes indiscretas, bailar, todo en poco tiempo. Esta vez sí nos despedimos, un abrazo rápido en el coche, un simple «hasta que volvamos a vernos». A los pocos minutos empezamos a hablar, un mensaje tonto, una cara sonriente al final de cada frase, todas ellas medidas, con todo un proceso creativo detrás. Me encantó tu forma de ver el mundo, tu filosofía de vida, tu pasión por el cine de autor, tus gustos musicales, tan parecidos a los míos, no se acababan los temas de conversación y eso me parecía sumamente extraño.

Aprendí de ti que todo llega algún día, que las prisas no son buenas compañeras, que el tiempo es relativo, que las ganas aumentan en relación a los planes hechos, que la ilusión de un niño se puede mantener viva tengas la edad que tengas. Aprendí las ganas de más que deja un beso rápido y dubitativo.

La historia no quedó ahí, nuestros caminos volvieron a encontrarse en el mismo pub dónde casi siempre acababa con mis amigas, volvió a surgir esa chispa, pero no quisimos acercarnos hasta acabar la noche. Un mensaje al móvil, me decías que si me apetecía verte y gustosa, acepté, sabía lo que la noche deparaba y no podía resistirme a morder tan tentadora manzana. Vimos amanecer entre cristales empañados, suave música de fondo, pero a decir verdad, no recuerdo quien sonaba en la radio. Otra despedida, pero esta vez acompañada de una promesa, la de compartir un rato más para que la siguiente noche no se hiciese tan corta, acompañada de una firma que sentenciase que no iba a caer en saco roto.

Sábado noche, para no perder la costumbre un mensaje hizo sonar mi móvil, me preguntaste qué iba a hacer aunque ya sabías que esa noche salía, tenía un compromiso al que no podía faltar. Te comenté que tenía un vestido nuevo, de esos que te gustan, me llamaste caprichosa, con tus dobles sentidos y tu lado más sugerente. Sabía que te iba a gustar, pero no tenía demasiadas esperanzas de encontrarme contigo. Pasaba la noche, entre risas con nuestros respectivos amigos, pero volviste a caer en la tentación, me enviaste un mensaje para saber qué iba a hacer después, te respondí con la pregunta que tú solías hacerme, ¿Quieres verme? Y tu respuesta, un simple “tal vez” que dejaba abierta tantas posibilidades como horas nos quedaban por delante.

Se hizo tarde y me dijiste que la noche estaba acabando para ti, mis ganas superaron a mi orgullo y te pregunté que si te recogía, sabía perfectamente dónde estabas. Cuando llegué, lo primero que hiciste fue darme un beso, de esos que dejan sin respiración y en cada semáforo camino a nuestro destino nos devorábamos, pasión sin limites, sin miedos. Que rica nuestra lengua, que mal se pasa cuándo nos entran rampas. Volvimos a ver amanecer, ya era costumbre, como también lo era que tu beso de despedida me supiese a poco.

Reitero, se que me lees, es toda una declaración de intenciones. Volveremos a vernos, volveremos a disfrutarnos, volveremos a comer de la manzana prohibida.


Sara Ruíz: @sararuiz15

SÁTIRA

Mas al verlo no dudé en pensarlo, pues a las malas, Dios grandes las cría para que de lejos verlas pueda. Aunque grade y superlativa, su vida no ocupaba ni un tercio de su mida. Así pues, como mamífero carnívoro adaptado al agua, poco tiempo tardaría en juntarse a dos arpías. Más menudas eran, aunque la verdad, difícil no era. Pero, si algo en común tenían eran sus caras de vaquillas, colocadas como no, de rellenas a extrafinas; no sea que hagan mal plano que en la imagen quede. ¡Mal rayo me parta si no me fijo! ¡Si es que son Las tres Marías! La fea, la gorda y la jodida; haciendo tonto a Don José, con procreación divina del Espíritu Santo. Menudas María Magdalenas vagando por penada vida. ¡Y maldito el día en que se toparon con aquellos collados alegría! Alegría que naufragaría entre escuchillas de fulanas, cachondeos de brujas sacadas de Zugarramurdi y sonrisas de mentira que sin buena vista delatarían. ¡Ay si al recaudo os dejara del que me enseñó cuanto sé! Peores palabras usara para designar el rastro mugriento que crean vuestros pies. Pero callar debo, además de que cansado estoy de agraviar y no quiero mentar más vuestro recuerdo en mi mente. Puesto que nunca tendréis la importancia para dedicaros más de doscientas treinta palabras salidas de mis zarpas.

hombre invisible

SR GRATS.

18 DE FEBRERO: DOS AÑOS DESPUÉS

Tenía el tono de piel más blanco que había visto nunca. Muchos le decían que era casi transparente, y eso me gustaba, porque siempre pensé que se le podía ver el alma y el corazón sin necesidad de preguntar.

Era la persona más pura que había conocido jamás. Si dijera que era sincero mentiría, porque nunca he conocido a nadie lo suficientemente sincero como para que se merezca dicho título.

Me eligió a mí. Y yo a él.

Recuerdo que la primera vez que me tocó, mi cuerpo renació. Había pasado tanto tiempo sin saber qué era el contacto humano, que aquel momento parecía sacado de una película. Notaba como los pelos de mi brazo empezaban a erizarse y el corazón me latía a mil. Y solo me cogió de la mano.

Cuando llevas mucho tiempo sin hablar con alguien, sueles olvidar su voz. Por suerte, yo conseguí grabarla y le suelo dar al play cuando le echo de menos. Tenía una voz cómica, y era agradable cuando susurraba. Se reía de una manera diferente al resto, no fingía. Y cuando algo le resultaba realmente gracioso, daba una palmada y se apartaba el flequillo de la cara.

Su flequillo. Su pelo.

Era una pequeña imitación a una estrella del rock. Porque él quería ser estrella del rock. Tener muchas “groupies” y una habitación entera de guitarras con una pequeña estantería llena de púas colgada en la pared. Cada una de ellas correspondiendo a todos los sitios en los que había dado un concierto.

“Eres un perro, así que te actualizo yo. Lo sabes todo. Va a ser cortita que no tengo muchas ganas, pero mira, lo hago por que sé que te gusta 🙂 De nuevo te digo gracias por todo lo que has hecho por mí, por haber estado siempre ahí cuando me ha hecho falta, bla bla bla bla, etc etc… Vamos, todo lo que te suelo decir por el msn, por el blog, por telf y a la cara 😉 Lo sabes todo. ¿Si o si? (como digas que no ¬¬) Pues eso Luis Valera… ¿Te quiero vale? Muchísimo (L) No hace falta decirlo 🙂 No es mucho, pero es algo. Siento mi gran desgana de verdad. Pero son palabras que expresan la verdad. A desgana pero verdadero.

Tu queridísima amiga, Núria.
Publicado el 12 de Diciembre de 2008”

5 días más tarde, cumplíamos más de un año juntos.

Mi primer “te quiero”. Mi primer “te echo de menos”. Mi primer “todo”.

Era la persona con más paciencia que había conocido por aquella época. Y me hacía muy feliz a su manera, de la mejor forma que sabía.

Recuerdo mi primera vez.

Él era de la gran ciudad. Aquel día decidió llevarme a ver mundo, y aunque mis padres fueron un poco reacios al dejarme ir sola, terminaron cediendo, dejándome vivir mi primera gran aventura. Con él.

No recuerdo haber viajado en tren hasta conocerle. Me fascinaba hasta la cantidad de botones que debías apretar para poder sacar un ticket con destino a la ciudad. Él me agarraba por la cintura mientras se cogía de la barandilla para evitar caerse en caso de que el tren frenara cuando él menos se lo esperara. También solía abrazarme por encima del hombro cuando conseguíamos asiento.

Bajamos de aquel transporte y todo era ruido: cantidades de personas corriendo de un lado para otro y, otras, sentadas esperando su llegada. «¿A dónde irán todas esas personas?» Le preguntaba siempre. Él me respondía: “A encontrar su felicidad”. Era increíble la visión que tenía de la vida por aquella época. Mientras yo buscaba cada explicación rebuscada de los «por qué’s», él se limitaba a vivir intentando no preocuparse por las cosas más insignificantes. Era el que estaba ahí cuando todo iba mal. Cuando las noches se hacían minutos pegados al teléfono.

Me enseñó todos y cada uno de los rincones que yo nunca llegaría a conocer si no hubiera sido por él.

Ahora cuando paso por todos esos lugares, aparecen nuestras siluetas como si de un fotograma se tratase, y nos veo besándonos o cogidos de la mano. Felices, despreocupados. Como si tuviésemos toda la vida por delante. Como si fuéramos eternos. Él y yo.

El recorrido final siempre terminaba en la misma cafetería a la cual nos volvimos adictos. Otra cosa más que me enseñó. Puede parecer que pedir un «frapuccino» de vainilla sea coser y cantar, pero para mí, pequeña niña inocente de 14 años, fue una de las cosas que más me costó aprender y que me daba vergüenza pedir, por eso siempre tenía que dirigirse él a la caja y disparar toda la cantidad de cosas que hacía falta decir para que te vendieran un batido.

A ti te gustaba mirarme detrás de la carta de postres.

Otra opción era ver una película. Nunca he visto tantas películas como cuando las veía con él. Creo que de ahí viene mi afición por el cine. Nos daba igual que película ver. Comedia, romance, thrillers, películas independientes…  No importaba si había ganado o perdido en los Oscar’s. Recuerdo un día que fuimos a ver Saw V (año 2008): ni siquiera aguantamos 10 minutos de película. Bueno, yo no aguanté ni 5 minutos de película, pero me hice la valiente hasta que vio mi sufrimiento y me propuso colarnos en otra sala. Por esas pequeñas tonterías, me hacía feliz.

“Será como si nunca hubiera existido”

Y así fue. Se fue.

Fue doloroso, porque no había otro remedio que verle todos los días. En los pasillos, en el comedor, en la clase de informática, en la zona de los autobuses. En todas partes. Mi principal pilar que me sostenía en pie se había ido de mi vida con otros 3 pilares más. Era como si alguien hubiera muerto. Como si yo hubiera muerto.

Fue una de las peores etapas de mi vida, sin ninguna duda. Me despertaba gritando en mitad de la noche, teniendo pesadillas. Se lo llevó todo. Yo me lo llevé todo.

Decidí coger vacaciones nada más terminar el 1º curso de la época más decisiva de mi vida. A mi vuelta, la primera mala noticia de mi vida estaba esperándome.

“Leucemia mieloblástica aguda. Relacionada con terapia de Leucemia mielodie aguda”

¿Por qué nadie me había avisado de esto antes? Daba igual que ya no formara parte de su vida, que yo ya no significara nada para él. Y-o-m-e-r-e-c-í-a-s-a-b-e-r-l-o.

¿Dónde está mi agenda con todos los números de teléfono cuando hacía falta? Genial, no la encuentro. Y se me ha olvidado su número de teléfono (el cual me llegué a saber por un tiempo de memoria, y el de su casa). Bueno, tranquilidad, voy a buscar por las redes social… ahí está. Añadir amigos.

– “Me acabo de enterar, no sé si es buena idea que te hable, pero no puedo quedarme indiferente ante esto. Quiero que sepas que, aunque no vayas a contar conmigo, estoy aquí. No me iré a ninguna parte.»

– Gracias, estaré bien. Tengo que dejarte, estoy muy cansado. Todo saldrá bien.

El tiempo pasó.

Dos años más tarde yo estaba saltándome las clases como uno de esos días en los que no te apetece soportar las aburridas clases de tu profesor de estadística. Pasando la mañana en cafetería con mis compañeros de clase. Almorzando, fumando… Como si el mundo fuera nuestro, dispuestos a comérnoslo, riéndonos a carcajadas. Y, de repente, llegó ese mensaje. La segunda mala noticia de mi vida.

Recuerdo que cuando lo leí no me lo creía. Tuve que repetir la pregunta varias veces temiendo que fuera verdad. Y lo era. «¿Por qué me están gastado esta broma tan pesada?», pensé.

Me paralicé. Veía como todo se quedaba en blanco a mí alrededor, y todas esas sonrisas se apagaban. Ahora que recuerdo ese día, lo veo como una escena de película en la que todo mi alrededor se ensordece poco a poco hasta que todo se queda mudo. Todo giraba a mi alrededor y yo estaba allí, anclada en esa silla de plástico sin poder moverme. Sin saber como reaccionar. Solo tenía mi móvil en la mano. Sujeto con unos dedos temblantes.

Rompí a llorar. Como si fuera la primera vez que experimentaba dolor.

Mis amigos reaccionaron enseguida, preocupados por supuesto. Una vez supieron la noticia no dudaron en llevarme a casa. Dos coches movilizados llenos de gente dirección a mi pueblo. Con la intención de llevarme sana y salva a casa y que yo no sufriera ningún accidente por el camino.

Horas más tarde, y sin saber como, me encontraba reunida con todos los fantasmas de mi pasado de casi 8 años de vida. Yo solo veía lágrimas. Y abrazos. En cierta parte fue bonito porque no solía ver tantas muestras de cariño. Pero ahí estaban todos. Daba igual quien fuera o de que te conocieran. Aunque no nos hubiéramos hablado en la vida, nos lanzábamos miradas de consuelo con mensajes repartidos por el ambiente diciendo: “no puede ser, no me lo creo”.

Al día siguiente nada mejoró. Incluso llovió. El mundo se paralizó un día entero por él. Parecía que el hombre del tiempo, en vez de indicar que habían chubascos, dijera: “hoy se ha ido para siempre”. No sé si existe algo más allá de la muerte, o si algún día descubriremos que de verdad hay un ser supremo que nos maneja como si de títeres fuésemos, pero aquel día hubo algo que quiso que todo el cielo llorara por ti, aunque si hubiera estado en mis manos, las nubes no llorarían. Deberían de estar agradecidas por conseguir una gran compañía como la suya.

Me calcé las botas de agua, me puse lo más oscuro que encontré en el armario y empecé a conducir. Tenía que asistir a un funeral.

Los días empezaron a pasar y todo fue de mal en peor. Yo no salía de la sala de estar de mi casa. Me sentía realmente cómoda enfundada en mi manta marrón, con el pijama puesto durmiendo unas 12 horas al día. Y puede que parezca que fuera una viuda, pero en realidad solo fui una etapa de su vida. Y él de la mía.

Lo peor de todo eso fue no encontrar consuelo en absolutamente nada. Ni en nadie. Quizás el hecho de pasar por toda esa situación yo sola ha sido la peor experiencia de mi vida. Y no se la deseo ni a mi peor enemigo.

Por más que intentaba expresar con palabras todo lo que sentía… era imposible. Mis padres nunca supieron realmente como animarme; ellos me decían: “tómate el tiempo que quieras, pero recuerda que el mundo real te espera, esto no es el fin”.

Y tuve que volver a la realidad. Rota. Hecha añicos.

Me tocó fingir muchísimo. Interiorizarlo todo para mi misma. “Tranquilos, estoy realmente jodida, pero voy a disimularlo de la mejor forma que se me ocurra”.

Con mis amistades la cosa tampoco fue a mejor. Ellos seguían con sus vidas, que era normal. En cierto sentido tenía un pensamiento egoísta porque pretendía que paralizaran sus mundos por mí. Porque les necesitaba. A todos y cada uno de ellos. Pero era una situación tan complicada, que muchos de ellos no supieron como actuar, y más aún cuando nunca le llegaron a conocer.

Nadie entiende cómo es que todo eso me afectó tanto. Estuve meses y meses consultándolo y ni siquiera yo lo sabía. Mis padres fueron los que menos lo entendieron.

He hecho especulaciones, y han pasado los meses y los años, y sigo acordándome de todo como si fuera ayer. De ti.

Siempre pensé que serías una persona que vería algún día, en un futuro lejano, por la calle. Al principio no te reconocería porque te habrías cortado el pelo y cambiado de look, cosa que yo siempre preferí que llevaras el pelo largo (montaba un cristo cada vez que se cortaba el pelo). Imaginaba que me pararía en mitad de la calle y volvería hacia atrás preguntando tu nombre dudosa: “¿Luis? ¿Eres tú?”. Y te girarías, nos saludaríamos y te invitaría a un café. Te contaría como habría ido mi vida en estos últimos años y tú me contarías que por un tiempo fuiste una estrella del rock. La mejor parte de ese futuro recuerdo inventado era que empezábamos a recordar viejos tiempos. Nuestros tiempos.

¿Y ahora? Ahora ya nada. Porque nunca te veré en esa calle con el pelo cortado.

Nunca había escrito algo tan sumamente profundo y complicado de expresar. El dolor que causó todo eso sigue haciendo mella en mi, pero a pesar de ello, seguimos hacia delante acordándonos de ti. Siempre.

Hoy, 18 de Febrero, paralizo mi vida entera y te lo dedico a ti. Recorro todos esos sitios que frecuentábamos y todo sigue igual. Como si los años no hubieran pasado.

Me paro enfrente de un paso de cebra. Está en rojo. Las lágrimas caen sobre mi piel. Nos veo riendo. Te veo riendo. ¿Serás feliz?

Una mujer acaba de acercarse a mi ofreciéndome un pañuelo, preguntándome si estaba bien. Yo, con una sonrisa, le he contestado: “ahora sí, gracias”

Por ser tú, Luis, mi fuente de inspiración diaria. Por recordarme lo importante de la vida…. Gracias.

«Creo que solo hay una forma de grandeza para el hombre, es cuando el hombre puede salvar la brecha entre la vida y la muerte. Quiero decir, si puede vivir después de que ha muerto, entonces tal vez fue un gran hombre. Para mí, el único éxito, la única grandeza es la inmortalidad»

James Dean.


Nuria Baviera: @nuriabaviera

A contracorriente

Guerras de paz entre los dos
Llama caliente entre el hielo
Nuestros cuerpos enlazados
Nuestros gozos en el cielo.

Dibujando sentimientos
Empapados en algodón
Desnudando los secretos
Escondidos en tu colchón.

A tu lado el paraíso
Puede ser hasta el infierno
Eres permanente inciso
Un verano entre mi invierno.

Sofocados, con jadeos
Entre besos y caricias
Se han cumplido los deseos.

Todavía no ha acabado
El fragor de la batalla
Queda aún fuego cruzado.

Nos seguimos sometiendo
A una atracción que no cesa
Y que aún sigue creciendo.

Terminamos, nos besamos
Hemos roto los esquemas
Como siempre prometemos
Volver a inspirar poemas.

Bendita oda al hedonismo
Maldito final de canción
Quiero de nuevo lo mismo.


José Sousa: @Sousa_murillo

El pasado proyectado

Guardaba todas las entradas de museos, teatros, musicales, conciertos, cines… incluso algunos billetes de tren de cuando viajaba más lejos de lo habitual, ya que diariamente se desplazaba con él para ir al trabajo. Empezó guardando en una cajita dos entradas de cine, de una película dura pero preciosa, cuya compañía no olvidará jamás. Creo que justamente las guardó porque era su única manera de tener presente a esa persona tan especial en su vida, la que marcaría un antes y un después. Fue su último día juntos, fue más que perfecto, fue lo que había soñado, mejor que cualquier comedia romántica americana que todos vemos en algún momento de nuestra vida, aunque sepamos el final antes de verla y que normalmente las vemos, o bien porque somos jóvenes y creemos que nos gustan, o bien porque nuestros hijos las quieren ver, entonces es cuando ya no nos queda más remedio que tragárnoslas enteritas y ahogarnos entre tanto amor, alegría, amistad y positivismo extremo.

Y fue de esta acción por aferrarse al pasado como surgió una afición. Coleccionaba todas las entradas en una caja, pero ahora ya más grande que la primera, porque no le cabían todas. Parecía que fuesen presas por el pánico y el aislamiento, y como locas quisieran salirse de ella, buscando la luz, buscando la vida que, de ningún modo, encontraban porque la caja cada vez era más grande.

Le gustaba ir los sábados y domingos al cine, aunque le encantaba ir entre semana. La soledad le hacía más llevadera su pérdida, además de que también había menos gente y no se sentía tan solo. Era un auténtico cinéfilo. Hizo del cine su vida, su escape, su forma de aprisionarse en el pasado hasta el punto de amanecer con ese único pensamiento. Llegó a convertirse en una obsesión que jamás superó.

Siempre compraba dos entradas, y nunca asistía a ninguna proyección sin su gran amiga, inseparable desde hacía años, la soledad. Pasaron las primaveras y seguía haciendo lo mismo, el cine fue su única medicina, lo único que le ayudó a superar la muerte de su hija, ella sí que era su vida, pero ya no estaba, ni estaría. El soplo de viento tempestuoso que le arrancó la vida de la pequeña de sus propios brazos, también se llevó al mismo tiempo la de Héctor.


Ros Garzó: @rosgc7

La composición

Hice lo que quise, y por eso mismo puedo contar esta historia. No es que sea ni la más bonita, ni la más romántica, ni la más triste. Pero, a diferencia de las demás, esta, tiene algo especial. Y es que merece ser contada.
Jamás pensó, que su lugar de vacaciones se convertiría en su nuevo hogar. Pero, así fue. Sus libros yacían en estanterías, buscando nuevas motas de polvo que los taparan. Los folios, cubiertos por una caligrafía impecable, ornamentaban la mesa como dos frentes antes de entrar en batalla. Buscando una misma recompensa, la pluma de la escritura y la tinta de la creación. Marilyn, se refugiaba en sus historias habitando los mundos que creaba con su prodigiosa imaginación. A vista de todos, parecía una chica normal. Pero, aquellos bachilleres desbocados no pensaban lo mismo. Tampoco yo lo pensaba, la primera vez que la vi, y por eso la seguí. Ella soñaba con vivir, vivir más que nadie. Y por eso, nunca supo hacerlo sin palabras, más para ella eran el hechizo de la vida. Hasta que un día calló, y el hechizo se rompió.
Al otro lado del parque, vivía aquel que nadie querría ser si supieran lo que es ser. Aquel, que postrado en una silla, buscaba por la ventana alimento para su imaginación. Fue entonces, cuando el profesor pronunció, –Duarté, Carles Duarté–. Con aires de altanería quitó la mirada del exterior y corrigió, –Se pronuncia Duarte, Carles Duarte–. No sabían si lo hacía para causar algún tipo de sensación entre los demás. Pero Carles, era uno más, a la vista de todos. Marilyn, tardaría poco en darse cuenta de que él no era como los demás. Su estrella apuntaba alto, tan alto que ni siquiera sabían dónde paraba, o a lo mejor es que nunca miraron el suelo.
Para Carles, ella, no resultaba gran cosa. Él veía a todo el mundo igual. Pero, los hechizos de Marilyn empezarían a dar sus frutos, como es natural, en aquellos trayectos hacia casa.
Fue el septiembre más caluroso que habían conocido. Y aquella magia se transformó en olvidos de libros, en tardes de estudio, para dar paso al principio de lo que parecía un amor inevitable. Poco a poco, se fueron conociendo. Hasta que un día, Marilyn decidió invitarlo a su casa. Cuando entró por la puerta, se maravilló con las esculturas que colgaban de las paredes. Su biblioteca, contenía una grandiosa colección de arte que, lo dejó impresionado. Mientras tanto, él la seguía. Al entrar en la habitación, ella dejo sus libretas sobre un sifonier arcaico, que estaba al lado de la puerta. Carles la cerró, y pudo ver con sus ojos una gran guerra que se disputaba en el escritorio. Sin pensarlo, arrancó hacia ella como cual potro al divisar la pradera. Pero se obró el milagro, y como Dios, Marilyn ordenó aquel holocausto, produciendo así un espejismo para el potrillo.
–¿Por qué los guardas?–, preguntó Carles con el tono de indiferencia que le caracterizaba.
–Lo bueno se hace de rogar, Carles–, contestó ella, dejando al descubierto, la mejor de las medias lunas que se hayan podido observar en la historia del universo.
Aquel día, cuando la oscuridad vitoreaba como cada noche. Tras haber conocido a su padre en la cena, el cual por cierto, era un hombre encantador. Marilyn, le acompañó a la puerta de su casa. Intercambiaron algunas palabras y sonrisas, como si se estuvieran ocultando del mundo. Sólo existían ellos, y quizá algún tercero que, envidiaba la historia que estaban creando. Como un tonto, Carles, iba bajando el tono de sus palabras, para poder ir, poco a poco, acercándose a ella, y así, besarla. Yo creía que lo iba a conseguir, pero era más lista que él, y así que antes de hacerlo, con un por favor, le dijo que aquel no era el momento adecuado. Se quedó parado, y dejando de lado su vergüenza, ella lo abrazó. Por mi arte, un gato maulló y ellos cortaron la ilustración de su amor, buscando al felino. Ambos sonrieron, y mientras Marilyn veía a la criatura perdiéndose en el callejón, Carles no dudó ni un instante en besarle la frente. No quería que acabara aquel momento, pero se despidió y se marchó.
Volviendo a casa, se sentía arropado, querido. Como nunca. Pero, el ansia por querer conquistar el desfiladero de su rostro, era insuperable. No sabía cómo, pero se había enamorado. Tampoco sabía cómo hacerlo, todos sus intentos habían sido fallidos. No quería esperar ningún momento más, aunque por ella haría lo que fuese.
Al llegar a casa, su padre lo esperaba en el salón, con la luz apagada. Cuando éste la encendió, pudo ver el rostro de su progenitor, como si se tratara de la cascara de una nuez. Enfadado, rabioso. No lo pensó, miró el reloj y vio que la aguja pasaba de la una de la madrugada. Tenía el cinturón de su abuelo en la mano derecha. Siempre hablaba de la derecha. Se levantó de la butaca, con la calma que ambienta el alba de un día de guerra. Se aproximó a Carles. Se quedó quieto. Miedo. Y antes de poder mediar palabra se encorvo de dolor como nunca.
Aquella noche llegó a su habitación como pudo. Metió la mano en el bolsillo para sacar su pañuelo. Ya podía llorar. Para su sorpresa encontró una nota de papel con éste. Entre lágrimas la abrió y leyó “Lo bueno se hace de rogar, Carles. A las tres, donde las cosas pasan.”. Fue en ese momento cuando tuvo motivos para llorar. Estaba emocionado y lo noté.
No podía soportar la idea, más bien me atormentaba que se produjese. Anticipé mi paso al de ellos, llegando más pronto que nunca. Éramos ella y yo en una cita imprevista con el sino, la  cual me veía adelantado a anticipar. Mis pasos se oían perderse, por las callejuelas del centro de Castellón. Una ciudad repleta de deseos, sueños y fantasías que nunca se producirían. Una vez más, me vi obligado a hacer el trabajo de Dios. Entré en el parque, sin seguir el camino de arena. No me importaba saltar la maleza para llegar a mi destino. Cuando de repente, la vi, de espaldas a mí; con su vestido blanco, su pelo rubio y ondulado que, reflejaba la luz de las farolas que incidía sobre él. Ella, era para mí, la escultura que Miguel Ángel nunca presentó. Sujetaba su libro entre los dedos, esos tan proporcionados y delicados, perfectos. Lo leía, retardando cada palabra como si tuviera miedo de acabar. Silencio. Silencio. Propicié mis manos sobre su cuello, nunca había estado tan cerca, apreté, gritó. La cogí con el antebrazo y tapé su boca con la mano derecha, fuerte. Nunca había estado tan cerca. Mantuve y mantuve, hasta que el libro calló. Murió, sin aliento, sin él, con miedo. La tendí en el suelo, cerré sus ojos y esperé, hasta las dos cincuenta. El viento entraba por la calle, del banco, en la que estábamos. Al final, coronando la vía de tierra, estaba ese edificio, dónde habían festeado, y yo observado, durante tantas noches. Había ganado, perdiendo, pero ganado.
El tac, de cambio de minuto, resonó en mi cabeza y a la pérdida de su eco me levanté, encaminándome hacía el cruce más próximo del edificio que, me conduciría a la salida. Pisé, por fin, las piedras de la acera, Carles pasó por mi lado a un ritmo acelerado. Me observó, de arriba a abajo, pero sabía que mi atuendo no le dejaría ver nada. Crucé la calle, adentrándome en esa gruta oscura y siniestra, cuando de repente un grito estalló en el silencio. La oscuridad del callejón me hizo desaparecer de aquel lugar, y al despertar, me di cuenta que, Castellón era y es una ciudad repleta de lugares habitados por recuerdos reales, imaginados y soñados.

Pablo Guirado: -Sr. Grats-

Una rosa azul y una nota

Ese día me arreglé porque esperaba visita: pantalones negros, ceñidos. Esos que sientan como un guante; una de mis camisas favoritas azul eléctrico, para desprender vitalidad a aquel que me mirase; tacones altos, negros, elegantes y un mono a lo Mss. Hepburn. Tenía que aparentar ser una chica formal y dar buena imagen.

Suena el timbre de la puerta. Como siempre, me acerco a abrirla con paso firme y una sonrisa de “quita y pon” ya que tengo que aparentar vivir en un mundo idílico a los visitantes. Respiro hondo, preparando la frase de bienvenida que tenía que salir de mis labios. Cojo el pomo y de una forma pausada, casi etérea, abro la puerta esperando esa visita que se estaba retrasando más de la cuenta.

Para mi sorpresa, no es la visita que esperaba, es un mensajero con aspecto cansado, pero no es de los que vienen habitualmente a traernos las notificaciones importantes. Lleva un uniforme que no me resulta familiar y discretamente me fijo en el logotipo que marca su camisa. Viene de una floristería, cosa que me resulta sinceramente extraño. Absorta en esas elucubraciones, no me doy cuenta de que pregunta por mí. Avergonzada, le hago repetir el nombre de la persona a la que busca y efectivamente, de esos labios cortados, sale vagamente mi nombre completo.

Una rosa azul y una tarjeta. Estoy sumamente intrigada, no esperaba un detalle así de nadie. Leo con ansia la nota, y demasiados sentimientos y pensamientos se agolpan en mí. Tan pocas palabras pero a la vez tan intensas. ¿Por qué ahora? Había habido muchísimas oportunidades para un detalle de este tipo. Demasiadas oportunidades que quedaron vacías y olvidadas en el cajón de sastre que es nuestra existencia. La rosa es preciosa, mi flor favorita, sólo alguien que me conoce tan bien podría haber acertado en un detalle así.

Me apresuro, cojo el móvil y de repente, un vacío existencial inunda mi mente. ¿Qué debería decir ante algo así? Varios de mis “yo” interiores comienzan a discutir sobre la respuesta más acertada. Uno de ellos, vamos a llamarle mi “yo irascible”, me dice a viva voz que no debería mandar ningún mensaje de agradecimiento, no los merece después de todo. Otro, supongo que este era mi “yo romántico” me dice que vaya a buscarle, que algo así merece una recompensa como en los viejos tiempos. Mi “yo racional” al que tengo especial cariño, me dice que sea educada, que ha sido un bonito detalle pero que deje bien claro que es algo que llega a destiempo. Esta vez tengo que atender a la parte racional de mi ser. Mido las palabras como si de un discurso de Estado se tratase. Leo lo escrito, lo borro, vuelvo a escribir. Igual que cuándo estoy ante un folio en blanco y tengo que hacer un informe. Al fin me decido y pulso “enviar”, justo a tiempo para no releerlo otra vez y volver a comenzar el proceso de selección de palabras.

No puedo creer lo que me acaba de suceder. No se describir cómo me siento, ni tampoco sé cómo debería sentirme en realidad. Acabo de darme cuenta de que estoy más perdida de lo que me gustaría ser capaz de admitir, y eso es realmente tóxico en mi vida actual, no puedo permitirme más ciclos emocionales en forma de montaña rusa. No puedo pasar de estar en la cima a caer en picado y sin frenos, hasta casi rozar el duro suelo de asfalto. Tampoco puedo dejar de pensar en ello, en que después de tanto, volvamos a estar como el gato y el ratón, el uno, buscando cazar al otro y la otra, buscando escapar de algo que siempre vuelve, o a la inversa, pero nunca en la misma dirección.


Sara Ruíz: @sararuiz15

NADA NUEVO, COMO SIEMPRE

Dime, ¿ya te sientes bien contigo misma ahora que tienes mi corazón en tu puño y lo aprietas o lo dejas caer a tu antojo? ¿Ya has encontrado sentido a tu paupérrima existencia entre amores de una noche, o de media hora, que acaban en el momento en que gritas a viva voz por un placer efímero? Perfecto, entonces coge la puerta de mi vida, y utilízala para largarte, no la llames más para regresar.

El hartazgo me invade cada vez que pienso en las veces que he dado todo para no recibir nada, o en que directamente he terminado con mis lagrimales secos, esperando la respuesta de un amor que solo yo sentía, y para un diálogo se necesitan dos partes.

Una tarde cualquiera todo son buenas intenciones. Quedar, ir al cine, dar un paseo, tomar café, una charla sobre cualquier tema que antaña a la existencia, y por supuesto indirectas que inducen a cualquier ser humano a pensar que todo va a arder, que todo va a explotar. La mañana siguiente todo cambia, como si de repente el capricho ya no sea tal.

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Todo se hiela, se convierte en un cubito que condensa cada promesa de amor, cada palabra que iniciaba en mi mente una ilusión. Poco a poco vamos perdiendo la tensión del querer decir las frases exactas para llegar a los sentimientos de la otra persona. Pero de repente fluye de nuevo, se descongela a la velocidad de la luz esa capa helada porque la fogosidad ha hecho su aparición.

Hablamos, me prometes la luna, te prometo quedarnos a vivir en ella, ponemos día y hora para quedar y comenzar la conquista al satélite que tanto ansiamos, con tu cuerpo y con mis ganas, con mi boca y con tus ansias. Tú pones horario de noche, después de cenar, para que la ilusión crezca aún más.

Horas antes de caer el sol, empiezas a dejar de hablar con la fogosidad de antes, te empiezo a decir tonterías porque me da miedo que te hayas aburrido de mí, y dices que no, pero sé que algo ha pasado en tu cabeza, que no te gusto o que, de repente –o eso decís siempre-, no quieres nada nuevo o nada serio. Yo siempre trago, me lo creo una y otra vez, cuando me dices que no sucede nada, que todo está como antes y nos lo pasaremos bien.

Arrecia la luna, se apaga el sol, y sigues sin ser la misma, pero yo empiezo a preparar mis cosas. Un poema, una rosa, una canción romántica por si eso falla, y por supuesto, mis nervios, esos también están a tu disposición. Tonto de mí, ¿verdad?

Cinco minutos antes de salir, una hora hace que no hablas, te llamo y no contestas, y de repente te conectas para decir que no puedes estar esa noche junto a mí, que aún tienes cosas que hacer. Créeme, sé que es mentira, porque las excusas cada vez son menos secretas para mí.

Es la historia de nunca acabar, cuando todo está bien y de repente se tuerce, cuando, como he dicho, te he dado mi corazón entero para que hagas con él lo que quieras, y a ti solo se te ocurre guardarlo bajo tu puño para dominarlo a tu antojo. Muchas gracias por la crueldad que atesoras, porque por fortuna no es peor que la de otras que se han cruzado en mi camino, y esto, de momento, lo puedo soportar.

Te quiero, no soy tu príncipe, ni lo seré, porque de hecho la sangre azul es para quien la quiera, pero créeme, tú sí eres mi princesa y lo seguirás siendo mientras tengas mi corazón para ti, porque habrá algún momento en que se te escurrirá y volverá a mi vida para que yo se lo entregue a otra mejor, porque vendrá, seguro que vendrá.

José Sousa @Sousa_Murillo

GELOCATILES Y ACTOS REFLEJOS

Para correr siempre estas a tiempo – Pensó cuando decidió saltar al vacío. Por segunda vez.

No se lo había dicho a nadie pero le encantaba bailar en el ascensor con los cascos a todo volumen. Había dejado de angustiarse por el futuro y de rebuscar en el pasado, veía el presente como una bonita oportunidad para vivir. Cada vez que llegaba a casa lo hacía. Respiraba, vocalizaba y bailaba en un aparente silencio y con eso era feliz. Algo iba mal cuando dejó de hacerlo. Estaba sin mitad.

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Una noche rompió a llorar en el metro y medio de ancho de su cama porque solo quedaba una almohada, y un colchón que ya no exclamaba ningún amor; ahí se dio cuenta de que ya no tenía nada más que agua pasada, recuerdos y una botella llena de misterios y delirios. Y aunque ahora estaba todo borroso, con las primeras luces de la mañana y un gelocatil todo volvería ser desgraciadamente nítido, recurrentemente impertinente. Inoportuno. Como lo había sido todo lo que intentaba olvidar a golpe de medios vasos sin medias tintas.

Pero ella estaba hecha del mismo material que los sueños. De la fragilidad de quedarse esperando a que llegue lo bueno y las ilusiones tontas. Pero, también, de una sorpresa inimitable. Así que estaba dispuesta a dejarse impresionar, enamorar, aunque no mentir. Eso ya no más. Nunca.

A veces era humo y se mezclaba entre la gente andando y corriendo de aquí para allá. Otras era un rayo rápida pero que no se olvida por su radio de actuación. Con o sin margen de error, ella dejaba huella casi sin querer. Volvía a hacerlo porque decidió no ser una estrella que se muere, sino que brillará hasta que no queden más días y noches que explotar. No daba tregua el calendario.

Y a pesar de no creer en el destino, ahora le hacía gracia referirse a los recuerdos como sus «automatismos”, sus actos reflejos. No había voluntad alguna en ellos. Tampoco mala fe. Y digo que ahora le hacía gracia porque cuando parecía que la soledad de la almohada ya no era un problema aparecieron los recuerdos en automático.

Era consciente de que un recuerdo era un continuo va y ven en el corazón, una cicatriz que se abría en canal de vez en cuando. Una sensación de vacío intermitente.  Sí, le faltaba algo. Y sabía perfectamente que era. Pero, esta era una cicatriz que sanaría en algún momento y así lo confirmó el tiempo.

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Siempre le asaltaba el mismo recuerdo cuando adivinaba su colonia por la calle. Y por fin, llegó el momento en que sonrió al ver que ese automatismo no se iba a quedar preguntando más porqués, solo pasaba por su cabeza, como quien saluda a un conocido por la calle. Esa cicatriz no iba a sangrar más. Llegó como llega todo, sin esperarlo.

Y así pasaron los meses, día tras día, hasta que sobre ruedas llegó un nuevo olor que adivinar en medio de una calle que no había pisado jamás, una mirada que se convierte desde el segundo cero en un recuerdo recurrente, que viene sin preguntar, se mete en tu cama y provoca que dibujes sonrisas, incluso, se queda a dormir. Y llega justo cuando pensabas que nada ni nadie podría salvarte de tu propia mente ni de las cicatrices. Supongo que por eso sigo aquí, de nuevo bailando en ascensores, porque frágil o no aquí están de nuevo sus sentimientos lanzándose al vacío sin paracaídas. Aquí estaba ella otra vez pero renovada. Otra vez sin mirar relojes y dejándose llevar hacia ningún lugar concreto. Renovada porque no va a salir corriendo en contra dirección. Se dio cuenta de que la vida era eso, quererse con y sin cicatrices y saltar al vacío sin mirar atrás.

Sofía Gallardo: @sofiagp57

Entre fuego y hielo

No sé si me echarás de menos de la misma forma en la que lo hago yo. Echo de menos notar tu calor, tu mano en mi espalda, recorriéndola, sin un milímetro que quede por acariciar. Echo de menos tu mirada cuando tumbados en la cama hablábamos sobre política, por mucho que te recriminase ese tipo de temas fuera de mi horario lectivo. Echo de menos tu forma de arroparme cuando, desnuda a las mil de la madrugada, me quedaba helada. Echo de menos tu sabor; coger un bolígrafo y escribirte en el brazo versos de mis canciones favoritas. Echo de menos soñarte despierta y que me salves de las pesadillas. Echo de menos los desayunos en la cama, esos que nunca terminábamos.

Lo echo de menos, la verdad

Mas ya no lo necesito

Porque te fuiste sin piedad

Hiciste todo algo extinto.

Ya no quiero que regreses

Prefiero llorar y sufrir

Porque ya no me mereces

Mi error no volverá a ocurrir.

Lo admito: te echo de menos, aunque sé que no debería. Empiezo a recapacitar y llegan a mi mente esos momentos oscuros, esos recuerdos que creía tener bloqueados en mi subconsciente. Recuerdo aquella noche, en la que llegué a tu casa, con toda la emoción del mundo por volver a verte después de varios días. Sólo obtuve rechazo, me sentí abandonada entre las cuatro paredes de esa habitación que yo misma me había esforzado en decorar. Me dolió y mucho. Seguía viendo en tus ojos esa chispa de amor, pero ya no veía ilusión por seguir adelante y mis fuerzas cada vez eran menores. Perdí aquello que me impulsaba a luchar por una historia que poco a poco se apagaba, como la llama de una vela, había pasado de brillar con fuerza e iluminar la más oscura estancia a ser un tenue reflejo de algo que no sé si realmente existió.

Solo déjame decirte

Que aunque me duele pensarte

Tu recuerdo se repite

Y no consigo olvidarte.

Eras delito y condena

Mas quería cometerte

Ahora solo tengo pena

Porque no pude entenderte.

No pude entender cómo aquel idilio acabó siendo condena. No pude comprender como se rompieron tantas promesa, como dejamos de ser nosotros, y pasamos a ser uno y ser otra, por distintos caminos, con tanto rencor, con tanta desidia, muy a pesar de todo lo que en aquel tiempo conseguimos. No puedo aún a día de hoy conseguir respuesta a tantas preguntas que quedaron sin solución, no puedo pensar en lo que fuimos sin dejar caer una lágrima. No puedo decir que me arrepiento de nada, no lo hago, nunca lo haría, hicimos de la nada un todo, pero cayó en el más completo y absurdo de los caos, hasta que la llama de nuestra vela se apagó por completo.


José Sousa (@Sousa_Murillo) & Sara Ruíz (@sararuiz15)

Pecado prohibido

Es árido el camino del olvido

Más aún si ensombreces mis mañanas

Castigas con desprecio mis entrañas

Mi fallo fue no haberte comprendido

Siempre serás mi pecado prohibido

Disfruto a escondidas de tus sonrisas

Esas que otro provoca con caricias

No consigo recobrar el sentido

Sueño con arrancarte de mi pecho

Reencontrar lo perdido en el camino

Superarme, sentirme satisfecho

Romper las cadenas, no tener techo

Archivar lo que deparó el destino

Poder decir he vuelto, estoy rehecho.


Tengo derecho a sentirme humillado

Destrozas mi cordura con reproches

Jamás a ti debí haberme acercado

Tu recuerdo arruina todas mis noches

Fuiste todo sin llegar a nada

Ahora solo quiero tu indiferencia

Demos por muerta aquella encrucijada

Comienzo a ver la luz sin tu presencia

Viejos sueños quedan en el camino

Eras la llave de mi felicidad

Patrona y señora de mi destino

Hasta siempre, vuelva a mí la dignidad.


Longavic: @longavic