El pasado proyectado

Guardaba todas las entradas de museos, teatros, musicales, conciertos, cines… incluso algunos billetes de tren de cuando viajaba más lejos de lo habitual, ya que diariamente se desplazaba con él para ir al trabajo. Empezó guardando en una cajita dos entradas de cine, de una película dura pero preciosa, cuya compañía no olvidará jamás. Creo que justamente las guardó porque era su única manera de tener presente a esa persona tan especial en su vida, la que marcaría un antes y un después. Fue su último día juntos, fue más que perfecto, fue lo que había soñado, mejor que cualquier comedia romántica americana que todos vemos en algún momento de nuestra vida, aunque sepamos el final antes de verla y que normalmente las vemos, o bien porque somos jóvenes y creemos que nos gustan, o bien porque nuestros hijos las quieren ver, entonces es cuando ya no nos queda más remedio que tragárnoslas enteritas y ahogarnos entre tanto amor, alegría, amistad y positivismo extremo.

Y fue de esta acción por aferrarse al pasado como surgió una afición. Coleccionaba todas las entradas en una caja, pero ahora ya más grande que la primera, porque no le cabían todas. Parecía que fuesen presas por el pánico y el aislamiento, y como locas quisieran salirse de ella, buscando la luz, buscando la vida que, de ningún modo, encontraban porque la caja cada vez era más grande.

Le gustaba ir los sábados y domingos al cine, aunque le encantaba ir entre semana. La soledad le hacía más llevadera su pérdida, además de que también había menos gente y no se sentía tan solo. Era un auténtico cinéfilo. Hizo del cine su vida, su escape, su forma de aprisionarse en el pasado hasta el punto de amanecer con ese único pensamiento. Llegó a convertirse en una obsesión que jamás superó.

Siempre compraba dos entradas, y nunca asistía a ninguna proyección sin su gran amiga, inseparable desde hacía años, la soledad. Pasaron las primaveras y seguía haciendo lo mismo, el cine fue su única medicina, lo único que le ayudó a superar la muerte de su hija, ella sí que era su vida, pero ya no estaba, ni estaría. El soplo de viento tempestuoso que le arrancó la vida de la pequeña de sus propios brazos, también se llevó al mismo tiempo la de Héctor.


Ros Garzó: @rosgc7

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