De cómo el Whatsapp termina con nosotros (y con el amor)

Y aquí estaba yo, sentada en un sofá azul turquesa en el museo de bellas artes de esa misma ciudad. A mi alrededor, los personajes que Goya plasmó en su día, me miraban con ojos curiosos. Ojos que habían sido creados de la manera más minuciosa posible, con pequeñas pinceladas perfectas y ordenadas.

Él no iba a llamarme. 

Hacía unos cuantos años que no guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón. Había olvidado el por qué. No sé si era porque llevaba años comprando vaqueros sin bolsillos o si porque siempre lo llevaba en la mano por costumbre.

Quizás es porque nos habíamos acostumbrado. No, no lo creo.

Una mujer sentada con un perrito delante, no deja de mirarme. Tampoco sé si está esperando algo de mí. «No tengo nada para darte». Le digo con la mirada. Vuelvo a bajar los ojos y centrarme en la libreta que apoyo sobre mis piernas y sigo escribiendo.

A mí me gustan las redes sociales. Quiero decir, creo que es un gran avance en cuanto a tecnología. Poder ver a tus seres queridos/conocidos en línea es un lujo que muchos no han podido disfrutar. Pero hay algo que ODIO a muerte: WHATSAPP.

Era la hora de cerrar el museo y yo aún seguía ahí. Como llevaba los auriculares puestos, tuvo que venir un guardia de seguridad a advertirme que pasar la noche en el museo no iba a ser divertido.

Son las 19:30H, así que aún tengo tiempo de pasarme por los jardines pegados al museo. Empiezo a adentrarme en un laberinto de arbustos al mismo tiempo que empieza a sonar «Tango with Lions»; y ahí está. Era un edificio con un museo de historia natural en su interior. Me resultaba familiar. En ese preciso momento, recordé que yo había estado ahí en reiteradas ocasiones. Y no me acordé hasta ese mismo momento. ¿En cuántos lugares había estado y no recordaba? 

Continué mi camino hasta que llegué al final de aquellos jardines. Todo lo que había visto durante mi recorrido fueron perros con sus dueños y parejas. Parejas abrazadas. Parejas besándose. No me dieron ninguna envidia, cosa que me parecía extraño. Más bien me sentí asombrada. Yo no recuerdo la última vez que estuve sentada en un banco de forma tan… inocente. Pura.

Las nuevas tecnologías han matado todos esos momentos. Nosotros lo hemos permitido. Sin darnos cuenta. 

IMG_3821

Cuando hablo con mis padres sobre cómo se conocieron, siempre me cuentan que ellos estaban días sin hablarse, incluso sin verse. Y no pasaba nada. No necesitaban estar en continuo contacto.

Antes, se hacían promesas, compromisos. Y no se rompían, ni se olvidaban (al menos, no todas). Ahora, hacíamos promesas como si regaláramos caramelos. Y nos las creíamos todas y cada una de ellas. Porque siempre terminamos pensando: «Esta promesa seguro que se cumple» 

Pero no. Nunca llegan a cumplirse.

Siempre estamos «en línea». Pegados a nuestros móviles como si de ello dependiera nuestra vida.

A mí, el whatsapp me aburre. Y mucho. Una cosa es hablar con alguien que está a 4 horas de ti, o a 3 aviones con escala de tu aeropuerto más cercano; otra cosa era hablar con una persona que vive a 10 minutos de ti TODOS los días a TODAS horas. No hay cosa que aburra más. 

Todo había cambiado: ahora damos los números de teléfono y todo ocurre ahí: entre palabras que nunca sabes como suenan y largas esperas con respuestas inútiles al final. Se empieza hablando de todo en general: «¿Qué tal? ¿Qué haces? ¿Te gusta pasear peces?» Y un largo listado de preguntas varias.

De repente, pasa. Hay demasiadas cosas en común como para parar de hablar, y las sonrisas cara a la pantalla de inutilidad ya no se pueden remediar.

Antes, el hombre era el que iba a casa de la mujer y pedía permiso a los padres para poder ir a dar un paseo. Ahora, el hombre era el que tomaba la iniciativa para ir a tomar un café/cerveza/follar. 

Lo damos todo por whatsapp. Lo hablamos todo: ya sea tecleando o por grabaciones de voz. ¿Dónde están esas tardes en el parque o en una cervecería hablando? Todo va demasiado deprisa. Y te encanta. Porque es muy bonito despertarse y tener «buenos días» en tu pantalla nada más enciendes el móvil.

Si vamos a hacer las cosas de alguna manera, que sea haciéndolas bien: despídete de esa persona robándole un beso en su portal mientras le das las buenas noches; o dale los buenos días mientras ella aparta su pelo enmarañado y se gira para ver, nada más abrir sus ojos, tu cara, seguido de un vistazo a los cuerpos desnudos, alumbrados por los pequeños rayos de luz que se cuelan por las persianas.

Ya no sabemos ir despacio. Vamos por la vida con prisa, queriéndolo tener todo bajo control. Encaprichándonos sin parar a pensar qué es lo que queremos.

Ya no hay mensajes de «buenas noches«. Y es demasiado tarde, porque ya dependes de eso. Ya dependes de él.

Miras con frecuencia el móvil esperando una alerta de mensaje nuevo. Y, al rato de haberlo dejado en la mesa y haberte puesto a hacer cosas con tal de distraerte, suena. Pero tranquil@, es tu madre preguntando si estás ocupad@ y si te puede llamar.

Y así nos pasamos la vida. Pegados al móvil.

IMG_6302

Yo no quiero estar pegada a un móvil. Yo quiero estar pegada a ti mientras vemos algo de Roman Polansky o de Clint Eastwood, lo que tú prefieras. Quiero que me raptes de clase y que me hagas pasar miedo mientras conduces tu moto. Quiero que me preguntes si quiero otra cerveza, no un «¿Qué haces?» mientras espero a que te decidas a venir a verme.

Yo no quiero whatsapps. Te quiero a ti. A mi lado. Ahora.

Entonces, comprendí que él no me quería a su lado. Quería alguien con quien poder hablar las 24 horas del día por whatsapp. Así que dejé de estar pendiente del móvil y empecé a estar pendiente de mi misma. El mundo real me esperaba. Yo estaba lista para vivirlo. Sin atarme a nada. Libre. Como me gustaba ser.

Si tengo que esperar algo de ti, que sea un acto por tu parte o un detalle. No un mensaje.

Pd. Esta entrada va dedicada a todos mis amigos. Los que me hacen ver las cosas grises cuando yo las veo completamente negras. Y, como no, a mi familia. Por escuchar al otro lado del teléfono todas las palabras que se me ocurren en una misma tarde y que me digno a plasmar en papel. Gracias. Por todo vuestro apoyo incondicional. 


Nuria Baviera: @nuriabaviera