X + Y

Hoy hay más tráfico de lo normal, y eso me pone un poco nerviosa. Son las ocho de la tarde y hemos quedado a las nueve. Nunca viene mal pasar por la droguería y probar muestras gratuitas con tal de darle un poco de vida a mi cara arrugada y cansada con ojeras incluidas.

Paseo por el centro de la ciudad con prisas. Sé que no le gusta la impuntualidad. Cruzo pasos de zebra, me salto semáforos en rojo; palabras de disculpas a quienes les empujo con mi bolso sin querer, intentando hacerme paso de entre la gente.

Nueve horas y cinco minutos de hoy. No está. He llegado puntual (bien). «Ya estoy aquí (inserta emoticono de la flamenca)» Tecleo.

21:10.

21:15.

21:20.

21:25.

21:30.

21:35.

Hasta las 22:00 horas.

Le llamo. Contestador. ¿Por qué ya no tiene foto de perfil? «¿Hola?» Escribo nerviosa. No llegan los «tics»

Pero, ¿qué está pasando aquí?

Suena «Me pierdo contigo» (de Alex Ferreira) en mi móvil, y no puede ser más adecuada la canción. Pero en este caso, la que está perdida soy yo. Y estoy sola. Otra vez.

Empiezo a andar por las calles que me asfixiaban. Esas a las que tanto yo he amado y deseado. Me sentía estúpida viendo a todos tomando copas al son de sus sonrisas mientras que yo intentaba equilibrar mi vida (de nuevo). Me siento en un banco, busco mi estuche del tabaco de entre todas las cosas, y me lio un cigarro.

– Perdona, ¿tienes fuego?

– Sí claro, toma

Me fijo en aquel chico que se estaba encendiendo un cigarro con mi mechero azul. No le pongo más de 25. Tenía el pelo lo suficientemente claro como para no llegar a ser rubio. Estatura media. Dientes perfectos. Pantalones normales. Todo en orden.

Y me pongo a llorar. ¿Qué estoy haciendo aquí? 

– Eh… ¿estás bien?

– ¿Por qué las cosas nunca me salen bien? ¿Por qué me siento como la persona más desdichada? ¡Yo! ¡Qué no hago daño ni a una mosca! Bueno, a las cucarachas sí, pero eso no es motivo para que el Karma me castigue.

Se ríe. Y tiene una risa bonita. Yo dejo de llorar y esbozo una sonrisa por lo cómica que me parece la situación y mi vida en sí.

– ¿Puedo sentarme?

– El banco no lo he pagado yo, así que sigue siendo un bien público,. Puedes sentarte, supongo.

Esboza una sonrisa.

¿Por qué le suelto todo esto a un completo desconocido? 

¿Por qué se sienta a mi lado? Tengo miedo.

– ¿Qué haces aquí tú sola?

– Me han dejado plantada.

– ¿Has cenado?

– No, aún no. Ahora cuando me termine el cigarro iré a casa a cenar

– ¿Vives cerca de aquí?

– Define cerca

– Te invito a cenar

Le miro incrédula y paralizada. Ahora tengo más miedo aún. (Loco). Creo que se da cuenta de mi reacción.

– Lo digo en serio. Mira, yo no tengo nada que hacer, puedes considerarte afortunada. Y no me gusta ver como los capullos dejan plantadas a chicas como tú.

No respondo.

Pausa incómoda mientras exhalamos caladas de cigarros infinitos

– Vale, acepto

Y me dejo llevar.

– ¿Cómo te llamas? Tendré que saber tu nombre como mínimo si voy a invitarte a cenar

– X, me llamo X

– ¿Vas de coña?

– Digamos que acepto que me invites a cenar, pero saber mi nombre es algo que te va a costar

– Acepto el reto

Se levanta, lanza su cigarro a la alcantarilla más cercana.

– Encantado X, yo me llamo Y

Me tiende la mano, se la cojo y salimos de aquel banco que, ahora, parece pequeño.


Primera copa, segunda copa. Su vida, mi vida. Y así transcurre parte de la noche: entre copas del mejor champagne, cigarros de exportación, risas y miradas cómplices. Ya no me acuerdo de ti.

– ¿Tienes hambre?

– Como si no hubiera cenado en años

– Mi casa está cerca, ¿te atreves?

Pongo esamiradaqueyosé y le cojo de la mano.

– Llévame

Cualquier otro día, hubiera dicho que no. Que yo no soy de esas que se van con cualquiera que le regala rosas y sonrisas. Pero esa noche decidí no ser yo. Esa noche yo era X, y la interpretación se me daba muy bien.

No hablamos de ti en ningún momento, pero confesaré que cuando iba al baño te llamaba y saltaba el contestador (otra vez). No sabía nada de ti. Como si nunca hubieras existido. ¿Qué había pasado? Podría ponerme a llorar de nuevo, pero de nada serviría. Estaba cansada de tus juegos sucios, y hacía tiempo que no me sentía tan bien. Quizás es porque pagaba él o porque pagábamos a medias. Y qué bien sentaba hacer algo con alguien, por miserable que parezca todo.

¿Dónde estás?


En el ascensor hubo tensión. Llegamos vivos por suerte.

Abre las puertas, enciende las luces y parece el cielo. Daba la sensación de ser un piso pequeño, pero el olor a incienso me recordaba a mi habitación, así que parecía que estuviera en mi propia casa.

– ¿Vino?

– ¿A estas alturas y sigues haciendo esta pregunta?

Se ríe mientras gira su cuerpo y se dirige a la nevera. Juro que si vuelve a sonreírme me caso con él.

Me dedico a curiosear el salón. Tiene una terraza lo suficientemente grande como para haber puesto una mesa de Ikea con dos sillas y unas cuantas macetas con plantas (tenía toda la pinta de ser de Ikea). Una tele ni grande ni pequeña. Poco la vería. Una estantería llena de libros de grandes filósofos y escritores que no había leído jamás.

Un gramófono. Vinilos. Rebusco. Jazz.

– Me encantaría que me enseñaras a usar este artilugio

– ¿No sabes como funciona un gramófono?

– Soy demasiado joven para estas cosas

– ¿Cuántos años tienes? Creo que no te lo he preguntado en todo este tiempo

– ¿Cuántos crees que tengo?

– Los suficientes como para que sea legal que estés aquí

Me acerca la copa de vino y la acompaña con un sandwich.

– Cocina gourmet por lo que veo

– Hago los mejores sándwiches de todos

Y, no sé si era porque tenía mucha hambre, pero fue el mejor sándwich que había probado en meses.


Su terraza. Estamos de pie asomados a la barandilla observando como los coches pasando rápido por nuestro pies.

IMG_4606

Apoyo mi cabeza sobre su hombro. Deja de hablar y sé que aunque él cree que yo no lo noto, está oliendo mi pelo. Conservando mi aroma.

No sé qué hora es, y tampoco me importa. Congelaría mi vida justo en este instante. No me preocupa nada; no necesito nada; era feliz. Sí, se puede ser feliz con un desconocido.

– Malas noticias: ya no me queda vino

– Debería darte vergüenza invitar a desconocidas y que no te quede vino. Exijo indemnización

– Tú no eres una desconocida

– Ah, ¿no? Entonces, ¿quién soy?

– Eres X, ¿no te acuerdas?

Le beso. Sin preguntar, sin pedir permiso.

Me besa. Sin preguntar, sin pedir permiso.

Pero los dos, sujetando nuestras copas.

– Es tarde, creo que va siendo hora de irme

– Quédate a dormir

– Pero…

– Tranquila, solo dormir.


Doy vueltas por la cama. Que cama más cómoda.

Un momento… esta no es mi cama. Abro los ojos de golpe pero, al mismo tiempo, con cuidado de no dañar mis pupilas con los rayos de sol.

Esta no es mi cama. Esta no es mi casa.

Haz memoria.

Empiezo a recordarlo todo con incredulidad y con una sonrisa en la cara. Me paso la mano por el pelo y me doy cuenta que llevo ropa que no es mía.

¿Dónde está él? 

Espera, ¿cómo se llamaba?

No hay nadie a mi lado en la cama, así que me levanto y me pongo a investigar por la casa.

Llego a la cocina y observo que hay una bandeja con zumo de naranja, tostadas y la cafetera llena de café. Una nota: «He ido a trabajar, aquí te dejo preparado el desayuno. No te vayas antes de volver yo o, al menos, deja tu número o tu nombre de Facebook para encontrarte de nuevo. Quiero volverte a ver».

Había pasado casi veinte horas con un completo desconocido del cual, no me sabía su nombre, ni a qué se dedicaba, ni en qué calle vivía (sabía el barrio, pero prefería no saber la calle). Confieso que con él, había descubierto lo que era la completa felicidad, esa sensación de no tener que preocuparme por nada; de sentirme como una reina. Y me había encantado. Era increíble.

Dios… Si esto es de lo que me hablan mis amigos cuando mencionan la felicidad, no les quito nada de razón.

Me termino el desayuno recordando todas y cada una de las palabras que intercambié anoche. Me parecía increíble y triste a la vez. Pero no era un triste de esos en los que echas de menos a alguien o ves una película con final agridulce. Era una tristeza bonita, de esas que ya no sentía desde hace mucho.

Lavo los platos y los vasos, me fumo un cigarro en esa terraza. La calle ya no parecía tan bonita como anoche. Era mejor que anoche. Dudo en si hacer la cama o no (cada uno tiene sus manías). Me quito su ropa y me pongo la mía. Me lavo la cara. Intento parecer alguien que pueda salir a la calle sin miedo a que le miren mal. No me gusta que la gente piense que soy una vetetúasaberqué.

Cojo la nota que hay en la mesa de la cocina. La vuelvo a leer y me la guardo en el bolso.

Abro la puerta. Llamo al ascensor.

Nunca más lo volví a ver. 

Era perfecto. Ese fue su problema.


Nuria Baviera: @nuriabaviera